miércoles, 17 de febrero de 2021

Ya casi...

Quién no pronuncia esta frase a diario o, por lo menos, con mucha frecuencia. Ya... casi cierro el contrato, ya casi está la comida, ya casi he terminado, ya casi llego, ya casi la he olvidado, ya casi soy feliz. Se podría decir que este estado de inconclusión permanente, en algún aspecto de la vida, paradójicamente nos define. Es decir, estamos determinados a estar indeterminados. Las acciones que realizamos en el tiempo viven mientras dure el "casi". Nuestra vida se mantiene mientras dure el "casi". 

Esto puede causarnos, a veces, cierto malestar. Porque, no sé qué espíritu de nuestro tiempo, nos aprieta y nos mete prisa por terminar, por cerrar, por acabar lo que sea, como sea. Y, sí,  también, los plazos están para cumplirlos, benditos ellos.  No se trata de dilatar innecesariamente tareas, decisiones y, lamentablemente, tampoco las vacaciones. Todo tiene su cajoncito en el tiempo, que se abre y se cierra.

Yo agradezco esa posibilidad de estar en el casi. Primero, porque quiere decir que la parca todavía no me ha llevado.  Y segundo, porque eso me permite aspirar a ser mejor, a estirarme un poco y saber que, si experimento el "casi" como oportunidad, cada día puedo ir un poco más allá, sin frustraciones. 

Las acciones puntuales empiezan y acaban, y continúan sucediéndose en ese juego del principio y el final. En cambio, la tarea del perfeccionamiento humano, lo abarca todo, lo mezcla y lo aglutina durante cada día con sus noches. Y el casi, puede ser una ayuda para no desanimarse en ese afán de crecer. Porque –sabemos de antemano– que no alcanzaremos la meta, y no por renunciamos al avance. Hoy casi... Si todos los días vivimos con esa hermosa tensión del que no deja de saltar, para llegar cada vez más alto y más lejos; casi... habremos alcanzado la sabiduría. 

domingo, 14 de febrero de 2021

Qué pinta aquí Valentín, el santo


Celebrar San Valentín, como el gran día del amor y la amistad, me produce cierto rechazo. Será porque mi convicción acerca de la celebración cotidiana que requieren ambos, hace que lo vea con cierta sospecha. Hoy, además, me di cuenta de que no sabía nada acerca del santo, de su historia y, por qué, en algún momento, se le adscribió este patronazgo. 

Resulta que, para empezar, no se sabe si el santo, efectivamente existió. La primera en la frente. Se supone que fue uno de los tres mártires ejecutados por, no se sabe si, el Emperador romano, Claudio II, o su sucesor, Aureliano, alrededor del año 270 d.C. San Valentín habría sido un obispo que casaba, en la clandestinidad (cosa que ya tiene su toque de romanticismo), a los soldados romanos. En la época, un soldado se casaba con las armas de Roma y no más. El amor humano se consideraba un estorbo y, el matrimonio, traición. 

De ahí que Valentín, valientemente, daba a los soldados (doblemente valientes, por ser soldados y por optar por el matrimonio), la posibilidad de formar una familia, saltándose la ley –nunca mejor dicho– alegremente. Al parecer, se llegó a conocer lo que Valentín hacía por los enamorados militantes que, por militares, estaban condenados a privarse de mujer e hijos y lo apresaron. Lo acusaron de ser cómplice de incumplir los mandatos del emperador y de profesar la fe cristiana. Se supone que lo ejecutaron un 14 de febrero, después de negarse a renunciar al cristianismo. 

En 1969 se retiró a San Valentín del santoral, pero, para entonces, ya la fiesta se había secularizado y siguió celebrándose al margen del bueno de Valentín de Recia, tal como se celebra hoy. Después de conocer la historia, pienso que más que el patrón de los enamorados, le pega más serlo de los casados por convicción, los partidarios del yo contigo para siempre, incluso si las circunstancias lo ponen muy difícil. Yo, por lo que he visto, el matrimonio es una institución maravillosa, pero que requiere no poca valentía y perseverancia, ambas hijas directas de la virtud de la fortaleza.  

Así que, aunque ya no esté en el santoral,  yo ya veo la fiesta con otros ojos. Que sea el patrono de los que se enamoran, con el compromiso de llegar juntos mucho más allá del enamoramiento, me parece fantástico. Y en los tiempos que corren, este santo tiene mucho trabajo, más que casando parejas, intercediendo porque se mantengan así, fieles a su compromiso y luchando, como aquellos soldados, por ahondar en el amor conyugal, en el valor de la familia y la alegría que emana de un hogar, en el que la brasa nunca se apaga. 

De modo que, con estos matices, ¡feliz día de San Valentín a todos!


viernes, 12 de febrero de 2021

Mentiras, pero de las buenas

 

Leía en estos días a McEwan, En las nubes. He pasado muy buenos ratos dejando que me engañe. La literatura es la cara amable de la "mentira"; ese juego de engaños entre el escritor y su imaginación al que, luego, se une entusiasmado el lector. Ambos comparten un mundo de mentiras que, al menos durante un tiempo, les acerca.  Quizá esa sea la gran diferencia entre las mentiras malas y las buenas. Las malas rompen la posibilidad de compartir y siempre,  separan y dividen, sin excepción. 

Esa clase peculiar de mentiras, las ficciones, que nos ofrecen las buenas historias, unen de muchas maneras. Nos unen a la comunidad de lectores, nos unen a la vida -que es, según Aritóteles– la base de la poética, porque las mejores historias son las que imitan la vida de manera verosímil. Nos unen a nosotros mismos, con nuestras luces y sombras, esas que resaltan en una lectura, –porque nos identificamos con personajes, situaciones o acciones– que nos hacen cosquillas o nos aguijonean. Vamos andando, en paralelo por el curso de la trama y por el curso de la vida, hasta que se cruzan y se entrecruzan, haciendo más ancho el camino por el que discurren nuestras andaduras. 

Stephen King lo resume en un frase redonda: "La ficción es la verdad, dentro de la mentira". La ficción nos propone un juego que empieza como muchos juegos de niños: vamos a imaginarnos que... Al abrir un libro, nos disponemos a imaginarnos que, el mundo en que me introduciré, es verdadero. Y a partir de allí, nuestra experiencia de vida se alarga, se ensancha, se hace más profunda y se hace más rica en perspectivas y experiencias imprevistas. 

La única situación en la que somos felices de que nos engañen, es cuando nos miente un buen escritor, con la verdad de sus ficciones. 

martes, 9 de febrero de 2021

Los libros son maestros, en otro sentido.


Es un lugar común hablar de los libros como maestros y se señala toda la sabiduría que contienen. El libro como contenedor de palabras sabias, de conocimiento, de historias que enriquecen la propia experiencia de la vida. Poco se habla de las lecciones que nos da la humildad de los libros. Esperan, quietos, en la estantería, como el arquetipo de la paciencia. Siempre dispuestos a compartir, a abrirse del todo sin guardarse la sabiduría, el buen humor, la historia, la frase, la anécdota, el verso. Siempre compañeros. Los libros son, en sí,  el modelo más exigente para los propios escritores. Y son también el reclamo más elocuente. La quietud, y el polvo acumulado, son la materialización de nuestra irrevocable pereza.

sábado, 6 de febrero de 2021

Crecer con el jardín



Dice Josep Pla, que sus recuerdos más nítidos empiezan en la adolescencia. Yo no sabría decirlo, me parece que los míos se remontan a los dos años o tres. Es difícil saber si lo que conservo son recuerdos, o reconstrucciones a partir de fotos e historias que me han contado después.  Las memorias más entrañables están, casi siempre, relacionadas con mis abuelos y mis tías. La casa de la calle Pinto fue la casa citadina de mi infancia. Una casa grande, de tres pisos, que ahora ha sido declarada patrimonio cultural de la ciudad, como tantas casas del barrio de La Mariscal. 

Crecían en el patio delantero, un aguacate y dos arupos jóvenes, uno rosa y uno blanco; a los que mi abuelo cuidaba con mucho esmero. A mí me gustaba trepar por sus ramas, para disgusto del abuelo, que veía que el peso de mi cuerpo diminuto no dejaba de ser una amenaza para las ramas más débiles de los árboles. No deja de tener su no sé qué, ahora que lo pienso, que su preocupación se dirigiera más bien a que se rompiera del arupo, una rama, y no, de la nieta, una pierna. Creo que tenía bastante claro quién corría más riesgo y, hombre justo como era, se ponía del lado del más vulnerable. 

Rezongaba un poco cuando me pillaba en plena escalada, pero le podía la gracia que le hacía verme subir y bajar como un mico. También había un gran árbol viejo, que florecía durante todo el año. Me venía muy bien porque llenaba mi tienda imaginaria con un stock inacabable. Sus flores rojas, como redondos cepillos sin mango, daban mucho juego, al igual que las calas. Los pétalos eran tazas. Mientras que, el pistilo, tras desgranarlo, colmaba los vasitos de cristal que le robaba a la abuela del chinero del comedor, con unos minúsculos granos amarillos que yo trataba de vender;  como especie exótica, a precios desorbitados, a propios y extraños.

En el patio de atrás de la casa, en un pequeño espacio entre dos higueras, crecían con disimulo y discreción unas fresas pequeñitas, que eran mis preferidas. Nunca comprendí por qué no tuvieron más espacio e importancia en el jardín de la abuela. ¡Eran tan sabrosas y tan bonitas! A las higueras jóvenes, nunca llegué a verlas cargadas de higos maduros. Unos años después, cuando yo andaba rozando los primeros padecimientos de la adolescencia, vendieron la casa. Y los higos tampoco llegaron a ver cómo maduraba yo.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Ráfagas completas


 

Hace tiempo que pasó la moda de los blogs. Lo bueno es que, poco a poco, el tiempo empieza a convertirlos en un clásico, con esa pinta vintage que tanto gusta ahora. Aquí empezamos a escribir muchos. Encontramos amistades, afinidades, dificultades y escollos que nos pulieron, como personas y como escritores. Como observadores de la vida para contarla. 

Cuando cerré este blog en 2011, pensé que nunca más volvería a abrirlo. Se me pasó por la cabeza, alguna vez, hacer una selección de entradas que pudiesen aspirar a ser libro. En otro momento, se me ocurrió reabrirlo tras editarlo sin piedad, para que no se notara tanto el proceso de la aprendiz de bloguera, poeta, escritora, filósofa y a saber qué más; que se desnuda cuando escribe. El año pasado, aprendí que siempre seré aprendiz y que, por tanto, no pasaría nada si se notase. Es más, si se nota, mejor. 

De modo que hoy, diez años después, decidí restaurarlo tal como era. Ya lo había reabierto, con trampa. Había conservado el envoltorio y escondido el regalo. Guardé como borrador todas las entradas y empecé a escribir con la ilusión (en sus dos acepciones) del tener un cuaderno en blanco, un presente sin pasado. Hoy queda todo expuesto y me gusta más. Con borrones, con hojas arrugadas y comentarios al margen. Usado, visitado, resucitado. 

460 entradas en las que anida cierta nostalgia y mucha memoria. En esta entrada que escribo ahora, aflora el miedo, como cuando publiqué la primera vez. ¿Estaré a la altura? ¿Sobre qué y para quién escribiré? ¡Qué dirán quienes pasen por aquí! Y bueno, qué más da. Creo que me importa más, a estas alturas, volver a mi blog, a mi casa con sofá, biblioteca y rescoldo. Al cuadro de Arikha y todo su significado simbólico, a las ráfagas de frecuencia intermitente, como el crepitar del fuego. Aquí me encuentro y me encuentran. En esta época de distanciamientos, nada como poder quedar aquí y hablar, de todo un poco, con cierto desenfado. Como tomando un café con los amigos. 

lunes, 20 de abril de 2020

Una vieja entrevista para una época nueva.

He decidido alternar la serie sobre las virtudes con otros temas variados para no aburriros. Siempre he pensado, con Dostoyeviski y Frankl, que la Belleza es uno de los pilares que pueden sostenernos cuando la realidad pesa y amenaza con ocultar todos los signos de esperanza que, a pesar de estar presentes, cuesta distinguirlos entre la oscuridad del dolor y la incertidumbre. Robo la entrevista y dejo aquí el enlace al blog de LESEG que tiene contenidos estupendos. La foto es de Manuel Castells. La entrevista fue hecha en 2011, como evidencia el corte de pelo, la ausencia de arrugas y el desfase de la presentación. Ya me gustaría andar ahora presentando mi libro en Madrid y Sevilla. Estoy encerrada, como todos, y viajando muy lejos gracias a los libros. 


“La poesía es ver esa chispa de vida sobreabundante en las cosas y saber decirla”
Memoria del paraíso es el título del primer poemario escrito por Ana Corina Dávalos, licenciada en Filosofía y Periodismo por la Universidad de Navarra y doctoranda del departamento de Filosofía del centro académico.
Ana Corina está estos días presentando su libro en Sevilla y Madrid.
1.¿Qué poetas, escritores, experiencias han marcado tu vida poética?
Me ha marcado la literatura en general, poder hablar con buenos lectores, los buenos libros. Haber abierto un blog que me permitió estar en contacto con todo eso que te he dicho. Enrique García Máiquez me ayudó mucho al principio, Javier de Navascués, Joseluís González. Experiencias… no sabría destacar ninguna. Muchas veces te encuentras ante un pequeño acontecimiento, un gesto, una paisaje que te sugiere algo distinto, que te envuelve. Entonces viene la inquietud: ¿Cómo podría compartir esto que he visto? Y las distintas artes lo intentan con su propia materia; los poetas, con las palabras. No hay una sola experiencia, es como el amor, es difícil decir por qué amas a una persona, elegir un solo motivo. Con la poesía pasa algo parecido, la belleza está presente en todas las cosas. Cuando eres capaz de percibirla, el deseo de comunicarla viene detrás, como algo irrefrenable.
2.¿Todos tenemos algo de poeta o sólo unos pocos son poetas?
Todos podemos disfrutar de la poesía, o de la belleza, pero no todos son capaces de escribirla. Hace falta una sensibilidad concreta hacia el lenguaje y el mundo. La poesía tiene mucho de aprendizaje, de trabajo, de pelea si quieres. Los poetas, creo yo, son los que tienen esa sensibilidad ante el mundo y el lenguaje y además eligen entrar en la pelea por expresar. Allí entra en juego el conocimiento de la tradición, de la gramática, del léxico, de las formas que históricamente se han fraguado, la métrica. Quizá con cierta sensibilidad se nace, pero educar la sensibilidad y la capacidad técnica tiene su parte de trabajo. A eso me refiero con la pelea por expresar. No todos entran en batalla.
3. ¿Por qué la poesía es para públicos minoritarios? ¿Nos falta sensibilidad en nuestra sociedad actual para la belleza?
No creo que sea una cuestión de sensibilidad, sino de profundidad y ritmo. La poesía requiere pararse, y descubrir, pensar y disfrutar con cosas que no son inmediatas. Vamos con muchas prisas, no sé si se lee poco, creo que el problema es que no se lee bien. O no se lee a quienes más tienen que aportar: los clásicos, por ejemplo.
4. En este mundo tan convulso ¿hay lugar para la poesía?
Sí, claro, para desconvulsionarlo.
5. ¿Cómo se elaboró, gestó y publicó tu primer poemario Memoria del Paraíso? ¿Por qué los haikus que aparecen en él?
No fueron poemas escritos para ser un libro unitario, aunque luego haya cierto hilo conductor entre ellos. Los iba publicando en mi blog,  Ráfaga de Letras, luego los iba recopilando, cuando eran ya unos cuantos los empecé a presentar a concursos, quedé finalista en unos cuantos, gané alguno. Tuve la suerte de que mi libro le gustara al editor de Isla de Siltolá y me propusiera publicarlo. Cuatro años, gestación lenta. ¿Por qué los haikus?… por la misma razón que un romance, para esto, o el endecasílabo para lo otro: esa forma me permite decir algo que he visto y quiero decir, de una manera especialmente intensa, sencilla.
6. Tu poeta favorito es… Aconséjanos un libro de poesías para gente no lectora de este género.
No sabría decir un solo nombre. Me encanta SzymborskaJuan Ramón, Cernuda, Rosales, Eliot, Yeats… Pero si es para gente no lectora… Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez.
7. Al igual que Rilke en su Cartas a un joven poeta ¿Qué aconsejarías a un poeta novel?
Que se encuentre antes de empezar a buscar palabras. O que busque su voz encontrando palabras para expresarla. Y que lea, que lea mucho. Ricoeur decía que toda innovación nace de un proceso de sedimentación de los logros anteriores que forman parte de nuestra cultura. Una nueva forma de ver y expresar el mundo y sus complejidades tiene que estar asentada en un buen conocimiento de lo que ya se ha dicho.
8. Sugiérenos uno de tus poemas, de tu obra Memoria del Paraíso, uno que te guste especialmente.
Niñez, el que cierra el libro (pag.62-63)
9. ¿Crees que “la belleza salvará el mundo” como indicaba Dostoyeviski?
Tal vez. Hoy en día el culto al placer es algo que está muy extendido. Y la belleza proporciona un placer inmenso, más profundo, más alto, más permanente, porque está relacionado con la verdad y el bien, no sólo con la satisfacción sensorial. La belleza hoy en día tiene quizá más posibilidades de estremecer y tiene muchos lugares en los que puede tener protagonismo: la publicidad, la vida política, las relaciones de amistad. Muchas veces decimos: ¡que gesto tan bonito…! ahí está la belleza que salva. Pero hay que empeñarse, no brota de la nada: hay que crearla.  Los poetas, escribiendo; cada uno, con lo que tiene entre manos. Como decía el fundador de esta universidad: haciendo endecasílabos de la prosa diaria.
Para oír la entrevista a Ana Corina que le hizo Radio Universidad de Navarra 98.3 pincha aquí

viernes, 17 de abril de 2020

La prudencia


He querido comenzar con la iconología de la Prudencia. Durante mucho tiempo, se usaron iconos y alegorías de manera didáctica para recordar, a través de los símbolos en la pintura, las características de las virtudes. "La Prudencia, por ejemplo, está encarnada por una mujer que tiene dos caras, igual que el dios romano Jano. Está mirándose en un espejo que sostiene con una mano, mientras una serpiente se le enrolla en la otra, tal como se la representa en esta pintura del italiano Girolamo Macchietti. Los dos rostros simbolizan la capacidad de considerar tanto las cosas pasadas como las futuras, y el acto de mirarse en el espejo a la hora de tomar decisiones significa conocimiento de sí mismo, sobre todo de los propios defectos, a la hora de tomar decisiones." (Arte e Iconología

Las virtudes no son un conjunto en el que los elementos se sitúan en cualquier lugar dentro del círculo. Las virtudes tienen aspecto de lista, y la Prudencia, es la primera, porque de ella dependen todas las demás. Es decir, si no está ella, las que vienen detrás, se desdibujan.

En principio, podríamos decir que hay sólo cuatro virtudes principales, de las que las demás son una especie de hijas, nietas y bisnietas. Por eso se llaman virtudes cardinales (principales o fundamentales) a la prudencia, justicia, fortaleza y templanza; según la ética clásica. De modo que vamos a por la prudencia, lo cual es ya, en sí, un acto imprudente de mi parte, porque explicarlo así, sencillamente, en una entrada, es pretender lo imposible.

La prudencia es una virtud muy simpática, porque es, por así decir, la que recoge cabeza, corazón y voluntad, las pone de acuerdo y las dispone para hacer lo que está bien en una situación real, concreta, presente y teniendo en cuenta todas las circunstancias relevantes, tanto propias como del entorno. Por tanto, la prudencia implica conocer la verdad, querer el bien, encauzar las emociones para que ayuden a elegirlo y ejecutar lo que es bueno, moralmente, aquí y ahora. O también, para elegir y hacer lo que es mejor o lo menos malo. No siempre nos encontramos en situaciones en las que podamos elegir algo bueno, sino que tendremos que optar por el mal menor porque la realidad no nos deja más opciones.

Básicamente la prudencia consiste en:

1. Detenerse a pensar y discernir lo más objetivamente la situación en la que debemos actuar.

2. Dirimir si nuestra intención al actuar es buena (para uno mismo y los demás), y si no lo es, corregirla.

3. Sopesar las distintas opciones y los medios de los que disponemos para actuar para conseguir el bien que propone la intención buena.

4. Elegir la opción y los medios más idóneos para conseguirlo.

5. Decidir llevar a cabo la acción (para de pensar y disponerse a hacer).

6. Hacer.

La prudencia puede elegir no hacer. O bien porque nuestra acción, por muy bienintencionada que sea, puede empeorar la situación, o bien porque la intención y el fin de la acción que estamos pensando es moralmente malo. En ese caso, la prudencia elige omitir la acción para evitar hacer el mal. Normalmente, podemos tener muchos impulsos que asoman en forma de una intención torcida. (Los que tenemos muchos hermanos, sabemos de sobra las de veces que se nos ha ocurrido pegarle un bofetón que deje sentado a uno de ellos). Y tras pensarlo, nos damos cuenta de que debe quedarse en eso, en una intención torcida y fallida, que no va más allá del pensamiento. Ahí es cuando la prudencia examina la situación, la intención, la finalidad y decide que lo mejor es no actuar, omitir una acción mala, que haría daño al que lo hace y al que la padece.

Los verbos típicos que indican que alguien está ejercitando la parte de la virtud de la prudencia que corresponde a la inteligencia son: sopesar, calcular, analizar, consultar, calibrar, considerar, dirimir, priorizar, discernir, etc. Los verbos relacionados con la voluntad son: decidir, desear, apetecer, querer, elegir, omitir, mandar, hacer, determinar, resolver, ejecutar, etc.

Los enemigos de la prudencia son varios y están bien identificados. Normalmente impiden que la virtud se ejercite en todo su recorrido, que no inicie o deje a medias el proceso y evitar que  llegue a término.

En primer lugar, las prisas, la precipitación, el atolondramiento. Pensar es pararse a pensar. El tiempo es necesario, para dirimir, sopesar adecuadamente. Al principio, cuando la virtud aún no está arraigada, toma más tiempo, cuando la hemos ejercitado en una multitud de ocasiones, se vuelve casi automático porque ya es parte de un hábito. La prisa es mala consejera, dice el refrán. Este es el motivo. La prisa evita que pensemos y nos lleva directamente a la acción. Y vamos, como el conejo de Alicia, corriendo sin saber muy bien hacia dónde, por qué, si merece la pena o si esa es la mejor manera de hacer para obtener lo que queremos conseguir. La prisa es una gran aliada del error.

Otra es la debilidad de la voluntad junto con la fuerza descomunal de las emociones, suelen ir de la mano. A la voluntad no le cuesta ningún esfuerzo desear, apetecer, sentirse atraída por lo bueno. En cambio, llevar a cabo la tarea de deliberar sobre las opciones y los medios, elegirlos, hacer frente a las emociones que, en ocasiones la empujan hacia el mismo lado, facilitándole la tarea, y, en otras, le ponen todo tipo de obstáculos. Luego, ejecutar la acción, mantener la motivación que la inició y seguir yendo paso a paso, medio tras medio, hasta llegar al fin, es esforzado. Cuando hemos ejercitado la voluntad en todos lo pasos, desde la intención, la elección y disposición de los medios, la ejecución de todo el proceso hasta el final, muchas veces, a pesar de que sea esforzado, hacemos la voluntad más fuerte. Cuando dejamos que renuncie a mitad de camino habitualmente, dejamos que se debilite.

De modo que tenemos inteligencia, voluntad, emoción, jugando cada partido, y sólo pueden ganar si son un equipo que entrena en conjunto y está convencido de querer hacerlo cada uno en su posición, unido, hasta el final, tome el esfuerzo que tome y sin trampas.

Como se puede ver, la prudencia, al discernir acerca de la realidad objetiva, lo bueno que ha de hacer la voluntad y ocuparse de que lo haga, es un virtud que está presente en el ejercicio de todas las demás virtudes que le siguen y sus hijas, nietas y bisnietas. Sin prudencia, no hay virtud. Por eso es la primera y es fundamental tomársela en serio y practicarla en todas las ocasiones en las que se nos presenta la oportunidad de elegir entre elegir el bien o evitar el mal en casa situación concreta.

Casi siempre, los errores, el daño que podemos causarnos a nosotros mismos y a otros, el dolor que acarrea un elección torpe, provienen de la imprudencia. A veces, nos gustaría que nos diesen una receta que se pueda aplicar a todo, o que pudiésemos buscar en Google, en lugar de en la propia conciencia, lo que es bueno hacer y lo que por ser malo hay que evitar. Pero, no. Y en esta travesía, como parte también de la prudencia, es bueno buscar consejo de alguien que ya tenga esta virtud en estado maduro. 


Es fácil ver ejemplos de ejercicio de la prudencia en medio de la pandemia: el aislamiento social. Es una elección esforzada.  Y es una elección, sí. Hay quienes deciden salir, a pesar del riesgo de contagio para ellos y las personas con las que conviven. Cuando salimos, ¿qué hacemos? Primero, pensamos si en realidad es necesario y sopesamos si la necesidad de salir es suficientemente importante como para asumir el riesgo de salir. Pedimos consejo: ¿te parece que es tan importante?



Si decidimos salir, pensamos en las opciones: un lugar poco concurrido, donde más garantías de limpieza y desinfección haya, en la hora en la que menos posibilidades de aglomeración se puede prever, etc. Luego los medios: qué necesito. Una lista concreta de la compra para evitar estar más tiempo del necesario en un lugar cerrado y sin ventilación, llevar gel antibacterial o alcohol, guantes y mascarilla, una bolsa donde pueda desechar inmediatamente los guantes y la mascarilla, ir en coche o andando, etc. Y luego, habrá que vencer, quizá, la pereza, el miedo. Ir hasta el supermercado, guardar las distancias recomendadas, tomar todas las precauciones en el manejo de efectivo, desinfectar todo lo que hemos traído al llegar a casa, darse una ducha, cambiarse de ropa, etc. 



Hemos hecho esto cada vez que nos hemos quedado en casa y cada vez que hemos salido. Todo el proceso de la prudencia, cada paso. El verlo en abstracto parece muy difícil, pero en muchas cosas lo hacemos de manera habitual sin siquiera darnos cuenta. El reto es procurar hacerlo siempre y empezar a incluirla en los ámbitos de nuestra vida en las que aún está ausente.  Es la mejor aliada que tenemos para no equivocarnos más de la cuenta y evitar penas y dolores como consecuencia de una mala decisión. Así que tratad de tomarle cariño a doña Prudencia, es la señora que siempre necesitaremos que nos acompañe. 




lunes, 6 de abril de 2020

Valores vs. Virtudes: ¿Cuál le gana a la Pandemia?


Nunca me ha gustado hablar de valores. El valor es lo que consideramos valioso y eso puede variar en cada persona de maneras que resultan casi increíbles. Hay quienes consideran valioso el individualismo a ultranza, que les permite pensar sólo en sus intereses y nada más. Otras personas consideran eso un defecto y  ven con malos ojos vivir pendiente sólo del bienestar propio, olvidándose de los demás. Es difícil que haya un consenso en lo que cada uno considera valioso.

Por otra parte, los "valores" son algo que normalmente pensamos que son buenos y no necesariamente por eso los practicamos. Por ejemplo, para alguien el valor "generosidad" puede ser muy bueno cuando lo piensa, y en contraste, puede que en su vida diaria no se ocupe de ayudar a los demás de manera habitual sin esperar nada a cambio, que en eso consiste ser generoso.

A mí me gusta más hablar de virtudes, que nada tienen que ver con una creencia religiosa específica, sino que es algo que compartimos todos los seres humanos. La virtudes, a diferencia de los valores, o son prácticas y se viven o no existen. No se piensan, se practican. Claro que para practicarlas, se necesita saber cuáles son, qué significan y cuáles son los modos de practicarlas, que serán diferentes según la personalidad, las circunstancias y las capacidades de cada persona.

Por ejemplo, el orden. (Algo que ha estado muy presente durante las semanas que llevamos en casa.) El orden es una virtud que mucha gente ha practicado, casi compulsivamente. Y una vez que ha generado un orden (por lo menos un orden exterior, en las cosas de la casa), sigue practicándolo de manera que se mantenga. Y esa práctica va haciendo que nos volvamos ordenados. No que apreciemos el orden como un ideal, sino que se convierte en un hábito, algo que nos empieza salir con el piloto automático. La ventaja de las virtudes es que, cuanto más veces las repitamos en pequeñas acciones concretas, más fácil es practicarlas, más nos agrada llevarlas a cabo en todo tipo de circunstancias.  Además, nos alejan de los defectos que se contraponen a ellas y que, en el fondo, nos hacen más débiles y vulnerables.

En estos días, tan inusuales, en los que nuestras costumbres de antes necesitan ir cambiando para adaptarse a una situación tan diferente, necesitamos reeducar nuestros hábitos, retomar la práctica de las virtudes.  Los siguientes post del blog los dedicaré justamente a esto: a compartir con ustedes información que les ayude a conocer mejor las virtudes y a dar ejemplos de cómo practicarlas. No se trata de otra cosa que fortalecer el músculo de la voluntad, porque las virtudes son eso, los distintos modos en los que la voluntad se activa y con la práctica se fortalece y nos permite afrontar las nuevas circunstancias como lo haría un atleta entrenado al correr una maratón.

Ordenar. Es una palabra que provoca. Es decir, incomoda un poco, quizá por su doble significado. Si es dar una orden o mandar ( ya la que manda es la menda) se hace, ¡ay!,  más atractiva al ego. Lo que sucede es que, salvo a mi perro, no tengo a quién dar órdenes, como no sea a mí misma. Y ahí conecto con la segunda acepción de ordenar: dar armonía a algo. Cada cosa en su lugar y todo eso que nos cantan los niños porque se lo enseñan en la guardería y nos lo recuerdan, de paso. Ordenar también puede ser establecer una jerarquía, una especie de ranking de importancia.

Ahora que prácticamente todo nuestro quehacer se reduce a este verbo, no viene mal pensarlo, además de practicarlo. Hablo con mis amigas, mi familia, lo leo en redes sociales, mucha gente aprovecha estos días de confinamiento para ordenar la casa. Es decir, devolverle la armonía a los rincones que con el tiempo habían sido abandonados a su suerte, a su mala suerte, en concreto. La bodega, el garaje, el armario, el botiquín, los archivos, se desempolvan se limpian, se remozan, nos destapan un chorro de recuerdos Se descarta lo que no sirve y se guarda con mayor cuidado lo que sí. Además, en el momento de poner orden a las cosas, importa mucho poder encontrarlas. Por eso, según cada cual, el orden material puede tener un sinfín de formas. Desde los montoncitos de papeles que parecen un caos sobre la mesa de trabajo, a la perfecta repetición de latas de atún, unas sobre otras en estricto régimen vertical y homogéneo.

Oigo y leo menos acerca del orden interior, es decir, ese que empieza cuando nos damos órdenes a nosotros mismos. A mí me gusta verlo no como un mandato sino también como un modo de auto-armonizarse. Encontrar el difícil equilibrio interior que, en estas peculiares circunstancias, tanta falta nos hace. Porque sin orden, sin armonía no hay paz ni serenidad posibles.



sábado, 28 de marzo de 2020

Dante, mi perro




Mi perro se llama Dante. En realidad su nombre completo es Dante Alighieri Calcetín de San Antón. Cuando fui a escoger el cachorro antes del destete, coincidió con el momento en que, por primera vez, él y sus hermanos salían del nido y podían explorar el jardín. Dante salió al trote, olisqueando y retozando sobre el césped con alegría. Volvía al grupo para meterse con sus hermanos, empujando, mordiendo, trepando. Después volvía al jardín a por los perros mayores. Y lo mismo. Venga a chinchar, instándoles al juego. En un clarísimo ejemplo de proyección, vi que era él, el travieso, el juguetón, el avezado el que se vendría a casa cuando cumpliera dos meses, dejando atrá a su camada.

Parecía un labrador negro, en lugar de un pastor alemán, salvo por los calcetines.  La genética le había enfundado unos calcetines pardos en las cuatro patas. Por lo demás era negro azabache. Mi madre quería un nombre fuerte, dos sílabas. Nos gustó Dante, por bisílabo, sonoro e importante. Alighieri vino, para completar el homenaje, y por el parecido fonético de Alighieri con alegría. Lo de Calcetín, lo reconozco, fue algo apresurado. Conforme iba creciendo, iban apareciendo los colores como en una paleta en degradado. Desde el pelirrojo albaricoque, pardo, espiga de trigo maduro y rubio platino. Lo de San Antón, venía de suyo, en honor a su patrono.

Haciendo gala de nombre, nos hizo pasar por el infierno. Llegó, con sus dientecillos astifinos, su incontinencia inicial, sus pequeñas garras de navaja y su manía de morder lo que se pusiera por delante. Los muebles no sufrieron tanto como mis brazos, mi ropa y los cordones de los zapatos de cualquiera que pasase por casa. Luego vino el purgatorio. Entrenarlo, bajo un sol de justicia, para que hiciera sus cosas en el jardín y aprendiera a obedecer órdenes y doblegar así,  un poco, su espíritu anarquista.

Ahora, con casi tres años, ya vamos tocando el cielo. Aunque siga siendo un ludópata sin cura. Es alegre, listo, fuerte y cariñoso. Es mi manta por las noches, cuando posa su cabeza sobre mis pies helados. Es mi despertador inmisericorde por las mañana, cuando salta sobre mí –una pata en cada hombro– para evitar cualquier tentativa de quitármelo de encima. No deja de lamerme la cara y, como buen pastor, me lleva, dando tumbos, hasta la ducha.

En estos tiempos de aislamiento, Dante en un gran compañero. Está conmigo mientras trabajo, casi me obliga a salir a jugar con él y hacer ejercicio, tomar el sol el aire. Su mirada tierna y ajena a todo lo que sucede en nuestro pobre mundo, me invita a la ternura y a mantenerme fiel a todos los que la necesitan porque, literalmente, no tienen perro que les ladre. Una llamada, un mensaje, a muchos amigos o familiares con los que no estoy habitualmente en contacto. Unos cuantos todos los días, hasta agotar stock.

Dante me recuerda la importancia de estar presente. Sin alboroto, con discreción, sin invasiones catastrofistas. Simplemente el gesto de hacer saber a quienes queremos que estamos cerca a la distancia. Que podemos abrigarles, como hace Dante con mis pies helados, con una conversación, con un mensaje de serena esperanza, con la disponibilidad para escuchar un desahogo o simplemente charlar de pájaros y flores, reír con tonterías y para matar el aburrimiento, el tedio del #YoMeQuedoEnCasa.




viernes, 27 de marzo de 2020

El colmado vacío de San Pedro




Una tarde lluviosa y oscura en Roma. Cinco llamas flameantes arden, a pesar de la lluvia, sobre las ramas mojadas de unos sencillos helechos. La plaza de San Pedro está vacía. Al final de la columnata se han colocado unas vallas donde se ve a unos pocos periodistas que procuran hacernos llegar unas cuantas imágenes que quedarán para la Historia.

Rompe la soledad de la plaza la figura blanca y anciana del Papa, solo. Camina con esfuerzo, dejando que las gotas caigan sobre él como el rocío sobre los jazmines. Va en silencio, recogido, marcando, con cada paso leve, una pisada que retumba alrededor del mundo, que ha callado también.

Francisco habla de todos, por todos y para todos. Hoy es el blanco puente que junta la  Tierra con el Cielo. Reza una breve invocación para dar paso al Evangelio de Marcos. Esa escena bellísima en la que Jesús, extenuado, sube a la barca con los apóstoles y duerme, dejándolos a ellos al mando de la nave. Confía en los suyos. De repente, sin haberla visto venir, se desata la tempestad. Y Jesús, tan agotado, no despierta a pesar de la ferocidad de los golpes que las olas descargan contra la quilla. Los apóstoles pierden el control. No quieren tener el control. No pueden tener el control. Se les va de las manos. Se rinden al miedo.

Quizá piensan que Jesús, allí tendido, como ajeno al peligro, es impotente. Necesitan que despierte, que tome el mando, que haga algo que –a ellos– les dé tranquilidad. No les basta su presencia allí, tumbada, como se tumban los muertos, los heridos, los enfermos, los vencidos. Así, humanos como son, razonan sin pensar: así Jesús no nos sirve. ¡Despierta!, le dicen. ¡Haz algo! ¿No te importa el peligro que corremos? ¿Por qué duermes?

Jesús despierta y, todavía adormilado, les recuerda que si están con Él no tienen nada que temer. Ni al naufragio, ni a la muerte. Pero ellos no pueden confiar en su presencia, no mientras dure la tempestad, no mientras Él no tome el timón, no mientras sean ellos, pobres hombres, quienes deban llevar el control en una situación que les sobrepasa. Tiene que ser Él. Eso lo saben, es lo que le piden. Jesús, por su parte, un poco decepcionado y a la vez realista, les recuerda que todavía les queda una brecha entre la necesidad de ver para creer y el sencillo acto de creer. Todavía no saben lo que es la confianza.  La confianza, o es absoluta, o no es. Y sólo se puede confiar así, absolutamente, en Él.

Jesús sorprende a los apóstoles. Tiene la tendencia a dar siempre más de lo que se le pide, el prurito de ir más allá de nuestra pequeña ambición, cuando se trata de pedir bienes verdaderos. No va hacia el timón, no organiza, no da instrucciones acerca de cómo llevar la nave. Da una sola orden dirigida a la naturaleza: "¡calla, enmudece!". Y la naturaleza, obediente, pasa a ser segura calma, en lugar de tempestuoso peligro. Navegan sobre otro mar. Un mar que ha sido doblegado por Dios. ¿Serán conscientes?

Hoy callan los hombres, callan las fábricas, callan las calles, callan las oficinas, callan los aeropuertos, callan las plazas, callan los bares, callan las tiendas y gritan las almas, en silencio. Sólo habla el Papa para traer, lo que Marcos escuchó de Pedro, a nuestras vidas. Nos recuerda cómo la historia que contó Pedro, se repite hoy, aquí, en nuestras circunstancias. Y hacemos nuestro el relato. Somos Pedro, o Juan, o Tomás, o Felipe, o Santiago; asustados pidiendo a Jesús que despierte, que tome el control, que haga algo porque nos hundimos. Quizá no lo habíamos hecho en años: pedir, confiar. Y ahora lo hacemos.

Luego, queda la calma. El Papa vuelve a dejar al silencio que hable. Ha despertado a Jesús, lo ha sacado del aparente sueño del Sagrario y nos lo muestra. Lo levanta.  Hace que fijemos la mirada en la Hostia Santa, elevada sobre los frágiles brazos de Francisco, que tiemblan al sostener la custodia. Sí, Francisco también tiembla, por que el peso que lleva encima es el de la humanidad entera.

Deja que sea Jesús el que se muestre, el que bendiga, el que nos mire respondiendo a nuestras miradas fijas en una pantalla, al oído que no ve, pero escucha y sabe. Sólo suenan al unísono todas las campanas de Roma. Tañen, venerando con su talán, talán, talán; al Único que puede darnos la esperanza que todos necesitamos. Hablan, gritan, por nosotros.

Me parece que nunca la Plaza de San Pedro estuvo tan llena. Jamás, en ese pequeño espacio, cupo tanta gente de todas partes del mundo. Nunca hubo un vacío tan colmado. Y como el mismo Francisco dijo: en la figura de la Columnata, con su arquitectura dispuesta como dos brazos que quieren abrazar y abarcar a todos, Dios y el Papa nos abrazaron. Y todos nos abrazamos a Él y nos abrazamos entre todos. Paradójicamente, nos juntamos, estuvimos más cerca unos de otros que nunca.

El silencio de hoy no fue el silencio de la indiferencia, del cada cual a lo suyo, del corazón cerrado, del resentimiento que retira la palabra, de la timidez que impide decir que nos importamos. Hoy el silencio fue un estruendo, una oración que estalla, el rumor unido de la voz de todas las personas del mundo. Qué maravilloso silencio. Qué vacío tan colmado.



jueves, 26 de marzo de 2020

Nuevo comienzo



Nunca pensé que reabriría Ráfaga de Letras. Este blog significa mucho para mí. De hecho, es el título de mi segundo libro, porque se lo debía. He decidido guardar las entradas anteriores, excepto la primera, que se publicó,  originalmente,  el 29 de mayo de 2006. ¡Anda que no ha llovido! Parece tontería reabrir un blog con 452 entradas y conservar sólo la primera. La verdad es que voy a hacer trampa, (esto no se suele hacer en un blog, o sí) y editaré las entradas ahora que tengo algo de tiempo extra, porque libre ha sido siempre.

También voy a traer aquí las entradas de los otros blogs que he abierto y cerrado en estos años: Literarians & Co., Baúl de Asombros y Datos Impersonales. De modo que, quizá, para cuando empiece la era post-pandemia, con suerte habré editado y reunido todo lo que he escrito en un blog, llevase el nombre que llevase.

No sé muy bien qué saldrá de este nuevo comienzo de Ráfaga de Letras. Nada viral, espero, que hoy por hoy no está bien visto. Pues saldrá, lo que tenga que salir del gusto por escribir, así sin más.
Bienvenidos nuevamente antiguos lectores y también los nuevos. Esta casa es de puertas abiertas.


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Quien pudiera



Empiezo con un asalto que Miguel Ángel Jimeno me pasará por alto. (La rima ha sido completamente involuntaria.) Se trata de un "trocico" de la presentación de Nuestro Tiempo de abril/06. De lo mejorcito de cada familia, cartas para Dios "de unos rapaciñhos portugueses":

  • "Yo pensaba que el naranja no pegaba con el lila hasta que vi el atardecer que hiciste el martes ¡Fue espectacular!"
  • "Si me miras en la iglesia este domingo, te voy a enseñar mis zapatos nuevos."
  • "¿De verdad que Tú querías que así fuera la jirafa o fue un accidente?
  • "En vez de permitir que las personas se murieran y tener que hacer otras nuevas, ¿por qué no te quedas con las que tienes ahora?"
  • "Quizá Caín y Abel no se hubieran matado si tuvieran su propio cuarto. Esto funciona con mi hermano."
  • "Seguro que es muy difícil para Ti amar a todas las personas del mundo. En mi familia hay solo cuatro personas y nunca lo logro."
  • "Gracias por mi hermanito, pero yo recé mucho por un perrito."
  • "Por favor, mándame un poney. Yo nunca te pedí nada antes. Puedes revisar."

En fin, que yo también "de mayor quiero ser niño"...

domingo, 12 de junio de 2011

Vidas

Anoche estaba a punto de perder la paciencia. A las 7 me llamaba el condutor de la empresa que traía mi moto de Pamplona a Madrid. Llamaba para anunciar que llegaría con el encargo a eso de las 12.30 de la noche. El conductor, con su acento extraño. Por mi cabeza pasaban juicios como relámpagos de verano. Hay que ver qué poca profesionalidad. Hay que ver qué horas. Hay que ver...
El hombre del acento extraño llegó a la hora prevista. Tenía la cara desencajada por el cansancio. Llevaba tres días conduciendo por toda España, durmiendo apenas dos horas. Le dolía la cabeza. Un tipo fornido y vulnerable como un niño desamparado. Le dimos una pastilla para la cabeza. No teníamos nada para paliar su cansancio. Por favor duerma, hable con su jefe...
Su respuesta resignada, al borde de la desesperación, pronunciaba con su acento extraño: hay que trabajar. Desaparecieron todos los juicios como desaparece una tormenta de verano. Querría denunciar a su empresa, pero quizá sería peor para él. Qué vidas. Qué deseos de hacerlas diferentes.
Anoche no perdí la paciencia. Pero tuve la tentación de perder la esperanza.

martes, 7 de junio de 2011

El peso de la palabra

Así se titula el magnífico ensayo de Amalia Quevedo. Pude escuchar su presentación en un seminario, hace ya algunos años. Tuvo la amabilidad de dejarme unos cuantos folios de su ensayo, entonces inédito. He aprovechado estos días de lluvia para leerlos y estoy deseando hacerme con el libro. He encontrado (feliz casualidad) un capítulo que deseaba leer y que no estaba en los folios recién desempolvados. Y (¿otra casualidad?) he hallado este escolio de Gómez Dávila que es para mí tan oportuno.

“Lo que nos enclaustra nos ofrece la posibilidad de ennoblecernos. Aun cuando sea un simple aguacero.”

El peso de la palabra lo tengo vivo y reciente, las cajas de libros de la mudanza testimonian que la palabra pesa y mucho. El peso, aún más vivo, de las palabras que ya no escucho le dan la razón a Quevedo cuando dice que "en verdad, no es sólo la palabra de Dios la que, al decir de la Escritura, es viva y eficaz. La palabra, cualquier palabra, es más incisiva que espada de dos filos y penetra hasta las junturas de los tuétanos." Y es así. Las palabras quedan en el aire, se revuelven con el viento y se quedan, a veces para siempre, en el recuerdo. A veces como reproche, a veces como consuelo, a veces como nostalgia de la voz y la letra que ya no se escucha ni se lee.

Para esta tarde de lluvia sólo tengo soledad "esta vieja e insobornable aliada, tan amable cuando se la busca y desea, tan repelente cuando no se quiere estar con ella"; y palabras. Soledad acompañada. Un tiempo para ennoblecer las lágrimas incesantes de Madrid.

lunes, 6 de junio de 2011

Por no hacer mudanza en su costumbre...

He cambiado de ciudad, de trabajo y hasta yo misma me encuentro distinta y cambiada. Incluso he pensado cerrar las ráfagas y crear un nuevo espacio -borra y va de nuevo- para escribir. La experiencia me ha enseñado que el cambio es siempre continuidad, (y no soy reaccionaria) por mucho que nos empeñemos en inaugurar la vida. Comienzo sólo hay uno. Lo demás son vericuetos y peripecias en la trama, algunos tan desconcertantes que parecerían un comienzo nuevo. Creo que sólo hay un espacio de re-creación, tan delicado y misterioso que pasa desapercibido a los ojos que ven y al corazón que siente. Sólo cuando el suave dedo de Dios toca el alma (ego te absolvo) para perdonar hay una novedad real. Curioso. Lo más real es lo menos tangible. Todo un reto para este tiempo que se queda en dos dimensiones con frecuencia: lo material y lo virtual. Y sin embargo... lo más real, lo único importante, ya lo dijo Saint Exupery, sólo se ve con el corazón, cum fide.
Llueve con fuerza. ¿Quién dijo que el norte era lluvioso? Madrid es un continuo lagrimeo. Al menos así me parece que no he dejado el norte. Que no lo he perdido.

sábado, 28 de mayo de 2011

Mucho metro

Hace unos meses, cuando imaginaba cómo sería la vida en Madrid, me entraba un escalofrío. Acostumbrada a la buena vida de provincia, eso de andar metida no sé cuántas horas a la semana en el metro, hacía que se me pusieran los pelos como escarpias. Poco a poco he ido cambiando de opinión. Las distancias cortas tienen sus ventajas, sin duda, pero las grandes distancias también. ¡En el metro se puede leer! Y tengo una lista enorme de lecturas que me acompañarán en mis viajes. Algo ligerito para el verano, combinado con algo de peso para evitar que termine en ligereza. Desde hace tiempo tengo pendiente a Séneca. Empezaré con él dentro de poco. Todo por estas citas (entre otras). Así cualquiera engancha...

"La amistad no es, como decía Epicuro, tener quien te asista en la enfermedad, quien te socorra en la prisión o en la escasez, sino tener a quien asistir en la enfermedad, a quien procurar la libertad cuando se vea rodeado de enemigos... ¿Por qué hacer amigos? A fin de tener por quien morir, de tener a alguien a quien seguir en el exilio, a quien salvar la vida a expensas de la nuestra.”

"Sólo la pobreza te conservará los amigos verdaderos y seguros. (...) Alejará a aquellos que acudían a ti por otra cosa que por ti mismo.”


martes, 24 de mayo de 2011

Autoplagio

Dentro de un par de semanas dejaré mi tesis en manos de un tribunal para que la examine. Ahora me encuentro en una faceta más molesta, la del autoexamen. Mi director de tesis suele decirme que yo soy mi peor enemiga y que nadie tratará mis textos con más dureza que yo misma. Al releer lo que escribí hace tres años tengo la extraña sensación de estar leyendo un trabajo ajeno. La beca del Gobierno de Navarra no es tan suculenta como para contratar a un "negro" y, la verdad, la tranquilidad de dormir por las noches con la conciencia en paz no tiene precio (que se lo pregunten a Von Guttenberg).

Sin embargo, todo lo que ahora leo lo escribió la que era entonces y de la que ahora no conservo demasiados recuerdos. Es curioso que esto lo haya escrito yo. Si, por hacerme la broma, mis amigas la encuadernaran bajo otro nombre y título, la leería pensando a cada paso: qué gracia, en mi tesis yo también escribí sobre esto...

martes, 17 de mayo de 2011

Reseña

Esmirna ha publicado en su blog (gracias Juan y Pablo) una reseña de la presentación de mi libro en Madrid. También mi agradecimiento a Rocío por su texto.

¡Feliz Navidad!