jueves, 22 de junio de 2006

Elogio de la debilidad

Esta cultura del super-hombre se nos cuela como el aire frío por las rendijas de la ventana, y enfría el calor de las pasiones nobles y buenas que crepitan en el fondo del alma. Ya Girard alertaba acerca de esa pasión humana -que él llama deseo mimético- que nos empuja a desear y buscar aquello que vemos en otros. Esta tendencia a imitar aquello que admiramos en los demás, y que puede ser una estupenda fuente de inspiración, requiere sin embargo cierta vigilancia. No sólo porque puede ser un primer paso hacia la envidia, los celos y una ristra de pasiones tan inconfesables como corrientes en la vida misma, sino porque nos empuja a despreciar los talentos que pueden brotar de nuestras propias debilidades o carencias. Cualquier punto de apoyo, por tímido que sea, es un buen punto de partida para crecer. Pienso por ejemplo en Juan Belmonte, un revolucionario del toreo. Parte de su éxito radicaba en su falta de facultades físicas, o más bien, en la poca importancia que supo darle a esas limitaciones. Así lo cuenta él:

"En la calle era incapaz de dar un paso. En la plaza, en cambio, la gente se levantaba de los asientos con un nudo en la garganta al verme torear. Hago notar esto en apoyo de mi tesis de que el toreo es, ante todo, un ejercicio de orden espiritual. En una actividad predominantemente física, jamás habría podido triunfar un hombre físicamente arruinado, como yo lo estaba entonces".

En una época en la que estaba agotado, y su oponente era un torero poderoso y fuerte como Joselito, Belmonte prescindió de competir con su rival.

"Me hice mi composición de lugar. Todo se reducía a ir economizando esfuerzo físico hasta reponerme (…) El quid estaba en torear quietecito y despacio. Me levantaba de la cama para ir al ruedo, y desde la barrera, avanzaba media docena de pasos necesarios para citar al toro. Cuando el animal se iba, liaba tranquilamente la muleta, y con mi pasito lento echaba tras él. Aquello no tenía más inconveniente que el de dar un tinte más sombrío a mi toreo. Pero ¿torear? ¿Quién ha dicho que las piernas hagan falta para torear?"(*)

Y así revolucionó Belmonte el toreo , metiéndose en terrenos desconocidos, tirando de brazos y quedándose quieto. No quería torear como "se toreaba" simplemente quería torear, y toreaba como podía, porque por encima de todo se sentía torero. Y así, con esa poderosa sencillez trastocó los moldes de la lidia.

Hace unos días me escribía una estupenda y anónima escritora, que no se anima empezar un blog porque no sabe lo que saben otros; porque es consciente de sus múltiples lagunas. Y yo pensaba: si valorase todo lo que sabe ella y no sabemos los demás... Si mirase esa extensión inmensa de tierra firme, sólida y fértil que rodea a sus lagunas… Quizás -con el tiempo- nos regale una faena que ponga de pie el corazón de sus lectores con alguna de sus descripciones. Y como ella, todos los que caemos en la fácil tentación de fijarnos demasiado en lo que no tenemos.


(*) Juan Belmonte en Andrés Amorós,
Toros y cultura, p.64.

14 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

Preciosa entrada. Con la serenidad y la emoción de una faena exacta.

Anónimo dijo...

El sueño de todos los toreros es tener partidarios, que es algo que incluye, en muchos casos, preferencia absoluta, aunque nunca exclusividad, porque el aficionado siempre será mejor aficionado mientras más toreros le quepan en su cabeza.

Estos partidarios nacen y aumentan en mayor o menor medida su número, según sean los triunfos que logre su torero, los hayan visto o se los hayan contado y, del mismo modo, suelen disminuir si éstos se distancian en el tiempo o se apaga la llama que les daba resplandor.

Cuando esto ocurre, hay quienes, los que eran de verdad, resisten hasta que vuelvan tiempos mejores, por más que tarden, en que renazcan los brillos; y los que desisten, porque fueron de mentira, que desertan por falta de paciencia, de fe o de esperanza.

Pocos casos se han dado en la historia del toreo en que, primero, los partidarios hayan sido tantos y, segundo, que aguantaran tanto a un torero. Y se han dado pocos casos, posiblemente, porque tampoco haya habido toreros que acumularan suficientes años en activo como para mantenerlos en el vilo de la realidad y no solo en el recuerdo.

Todo llegará en su momento; el por qué parece no tener repuesta lógica para quienes se lo preguntan sin muchos conocimientos de causa y sí la tiene para los que sí comprendieron, para suerte propia y del torero, su forma de entender el toreo. Ahí, en ese misterio, junto a triunfos históricos en otras plazas, radicará la esperanza de aguantar esperas tan inmensas como las esperanzas.

Inma dijo...

Impresionante entrada, Anacó.
Tienes mucha razón en afirmar que tendemos a fijarnos en "lo que no tenemos"...pero este "vicio" es positivo en tanto que nos impulsa al deseo de mejorar, nos obliga a encontrar fortalezas ocultas, como a Belmonte.
Gracias.

Corina Dávalos dijo...

Gracias a ambos, nunca mejor dicho, por mostrar vuestros elogios a mi debilidad...

Anónimo dijo...

¡AnaCó! ¡Si eres amiga, anda, dile a esa chiquita que se anime, que se eche al agua y verá que sí nada!

Adaldrida dijo...

Qué bueno el ejemplo de Belmonte...

Corina Dávalos dijo...

¡Desde luego! Nada como estar en el ruedo... aunque es comprensible el miedo a las cornadas.

E. G-Máiquez dijo...

Sin miedo a las cornadas (sin la posibilidad de las cornadas) no hay emoción. El miedo no es sólo comprensible, sino necesario.

Corina Dávalos dijo...

De acuerdo, Enrique. Sin miedo no hay valientes, a lo más locos o temerarios. Y, si me permites, cambiando de arena ¿ese miedo al fracaso, cómo lo lidia el poeta?

E. G-Máiquez dijo...

El riesgo lo explica la primera fase de esta frase: "Todo poema corre el riesgo de no ser nada..." y se lidia gracias a la segunda fase: "...y sería nada sin ese riesgo".
[la frase es de Derrida]

Corina Dávalos dijo...

Desde luego, una respuesta muy post moderna...gracias.

Corina Dávalos dijo...

Gracias a tí por no callar, estoy ansiosa de leer la entrada de inauguración de tu domus

Anónimo dijo...

Si, para la debilidad está la fortaleza, como hizo Belmonte. Pero la fortaleza no se alquila ni se compra en un toda a cien.
Me gustaría saber torear con ese estilo.

Corina Dávalos dijo...

No se compra, se forja. Belmonte no quiso imitar ningún estilo que no fuera el que intuía -quizá vagamente- en su interior, pero no se quedó en intuiciones, las dibujó toreando.

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