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sábado, 9 de octubre de 2010

Imagine...

Todo cambia. Y España más. Incluso, a veces, a mejor. La idea del ministro Gabilondo de acabar con los doblajes me gusta mucho, muchísimo. Entiendo que haya mucha gente a la que le guste menos, o nada de nada. Pero lo cierto es que los idiomas se cuelan por el oído y se nos vuelven familiares casi sin que nos percatemos. Las nuevas generaciones, aunque sean escasas, vienen con el software adaptado a los tiempos: son nativos digitales y no le temen al inglés, o al menos no tanto. Han venido al mundo cuando el mundo ya era global, cuando los vuelos baratos e internet ya campaban a sus anchas y han visto más mundo que las generaciones anteriores, a veces incluso sin salir de casa. Escuchar la versión original de las películas es una manera de ensanchar el horizonte (o la longitud de onda, ya que se trata de oír). Quizá nos llevemos una sorpresa cuando escuchemos la voz de los actores, con su personal acento dramático, o se reduzcan en un 80% los tacos que al doblar se insertan en los guiones. No digo que por eso vayamos a ser más universales, pero con suerte un poco más internacionales, sí. Si la iniciativa sale adelante, habrá que llevar las gafas al cine e importará menos hacer ruido con la bolsa de las palomitas. Estoy deseando ver la polémica en pleno auge: original version with subtitles, yes; die Originalfassung mit Untertiteln, nicht. Ya se verá.

viernes, 18 de junio de 2010

Sorpresas

Voy en el metro. Me fijo en la gente que viaja conmigo en el vagón. Me llama la atención un tipo grande, más bien, gordo. Lleva barba y el pelo rapado. Lleva unos pantalones cortos y camiseta, todo negro, que dejan ver una parte de los enormes tatuajes que lleva en los brazos y las piernas, como un guerrero preparado para el combate. Parece que tiene su guerra particular, en la PSP que lleva en las manos, y que no deja de mirar, sin distraerse. Él no se fija en nadie, cosa que agradezco, porque con esa pinta –pienso- me sentiría intimidada si llegásemos a cruzar una mirada.

Para el tren y sube un mendigo. Camina con su bastón y su gorra mirando a los viajeros, por si alguno se compadece de su aspecto famélico y le echa unas monedas a la gorra. Todos miran hacia otro lado, salvo el tipo de los tatuajes. Deja a un lado su juego y se le cambia la cara. Mete la mano en el bolsillo y saca unas monedas. Se acerca al mendigo y se las deja en la gorra despacio, mirándole a los ojos. Me quedo pensativa. Cómo me alegro cuando la vida contradice la majadería esa de "piensa mal y acertarás". El mendigo se llevó algunas monedas y una mirada digna del tipo más bondadoso que viajaba en el vagón.

jueves, 26 de marzo de 2009

Contradicciones

A veces pienso que Chesterton habría disfrutado como polemista de nuestro siglo. El gran maestro de la paradoja tendría el campo sembrado para mostrar las inconsistencias y contradicciones en las que hoy se mueve la sociedad como pez en el agua. El problema con las contradicciones es que generan nudos, y terminamos poniéndonos tontamente la soga al cuello por falta de debate y diálogo verdadero. Esta época de destape, liberación sexual y armarios abiertos también guarda sus pequeños cofrecitos cerrados, para más desdicha de la democracia. Por ejemplo, las transparencias que abundan en la Cibeles no abundan en el Congreso de los diputados, en las comisiones que estudian leyes que regirán a todos los españoles.
Tampoco abundan en las declaraciones del gobierno respecto a las cosas que de verdad importan: qué pasa con la crisis, qué pasa con las tropas, qué pasa con los jueces, qué pasa con la declaración de más de mil científicos españoles que se oponen a la ley del aborto con argumentos científicos. Nos tratan como niños, la ley se elabora para el pueblo y a espaldas del pueblo, no vaya a ser que se nos estropee la sorpresa del día de Reyes. Eso sí, la envoltura se cuida mucho. Tanto la ministra de Cultura como la ministra de Defensa, no dejan cabo suelto cuando se trata de empaquetar con lazos retóricos sus declaraciones a los medios. Luego, mira por dónde, pasa lo que pasa, se enredan con su propio lazo y de nuevo: nudos.

Hace poco leía en una entrevista a Alejandro Llano una afirmación que tendríamos que tomar en serio. “Para salir de una crisis como la actual, es preciso tener ideas claras y saber hacerlas operativas, sin miedo a una polémica abierta.” Basta ver los foros de los periódicos on-line, las evasivas de los políticos, y el sesgo de pensamiento único que imponen los medios en temas controvertidos para darse cuenta que lo de la apertura, ya será menos. Las cuestiones que debieran ser objeto de debate público son precisamente las que por todos los medios se intenta que no se discutan. Tanta democracia, pero mira, los argumentos quedan tímidamente relegados por el silencio de los medios, el silencio de la sociedad civil y el ruido ensordecedor que montan los que tienen la sartén por el mango.

Como dice Llano, en el caso de la misteriosa ley del aborto, no se trata sólo de un atentado contra la vida, sino contra la lógica. Si a la vez mantenemos que un embrión es jurídicamente protegible y a la vez establecemos excepciones cada vez más arbitrarias, entonces estamos ante una contradicción pura y dura. Ya no protegemos al embrión, sino la posibilidad de establecer excepciones a la protección a la que decíamos que tenía derecho, y por tanto lo dejamos desprotegido. Otra vez: nudos.

Hay que señalar los silencios. Hay que hablar y argumentar sobre lo que no quieren escuchar. Hay que sacar el sentido común de su letargo invernal, hay muchas cosas en un armario que también se deberían ventilar. Hay que sacar la voz del niño políticamente incorrecto de El traje nuevo del emperador. Que dejen en paz la época del NODO y hagan el favor de mirar sus nudos.

sábado, 16 de agosto de 2008

Retos

Que yo no escriba es una cosa. Que no escriba el resto, otra. Esta foto me impresiona y me entusiasma. Me hace dudar -un poco- de la superioridad de las palabras sobre las imágenes. Un reto: ¿quién se anima a describirla?

jueves, 8 de mayo de 2008

domingo, 17 de junio de 2007

Si algún día escribiese una novela...

Quizá empezaría más o menos así...


...El primer poeta que conocí se llamaba Isidoro. Isidoro Calvachi. Por entonces no se sabía que el nombre que habían elegido sus padres para él era profético o que, por lo menos, no andaba mal apadrinado desde el cielo por el sector de las buenas letras. El Calvachi era un indio muy querido en la hacienda. En mi familia hablaban de él continuamente, su casa era la antigua casa del huasipunguero*, que se veía desde el zaguán de la casa nueva de la hacienda que se construyó después del terremoto. Unos tres kilómetros camino abajo, en medio de un inmenso alfalfar, tras la hilera de eucaliptos del camino viejo, a la sombra de gran árbol de capulí solitario y antiguo, la casa del Calvachi era como una símbolo de los tiempos coloniales.

Antes de conocerle, dudaba a veces si el Calvachi existía de verdad. O si era una más de esas figuras legendarias que sólo cobraban vida en las conversaciones alrededor de la chimenea, ya de madrugada. De Isidoro desde luego hablaban todos, no sólo la tía Cocó y mi abuela. De las hermanas Terán Arellano podías esperar cualquier cosa, no porque no fueran dignas de crédito, que lo eran, dos mujeres de rompe y rasga, de las que mi generación no heredó ni la sombra de su entereza. Pero, cuando se trataba de contar historias, los límites de la realidad se difuminaban como la casa del Calvachi en una mañana de niebla. A mi abuela le gustaban una barbaridad las historias de miedo. Las haciendas antiguas eran una fuente inagotable de cuentos y leyendas: historias reales de los hacendados y sus viajes interminables a lomo de caballo, de duendes y curas sin cabeza que cabalgaban por la noche, de partos de indias jóvenes en medio del frío del páramo. Se decía que mi abuela había ayudado a venir al mundo a más de la mitad del guagüerío** del pueblo. Venían en mitad de la noche a darle aviso y ella salía a atender el parto a la luz de unas cuantas velas o un quinqué. A veces contaba sólo con una palangana de agua recién hervida para lavar a la madre y a la criatura; y más de una vez, servía incluso como pila de bautismo, si al terminar el alumbramiento veían con tristeza que aquél niño venía a este mundo sólo para estrenar sus últimas fuerzas.



(*) "El huasipungo, en idioma quechua "puerta" (pungo) de la "casa" (huasi), era una relación de producción agrícola heredada de la época de la Colonia y muy extendida en la región interandina, que consistí en intercambio de tierra por trabajo. Los huasipungueros trabajaban en la hacienda durante parte de la semana a cambio de pequeños lotes de terreno (huasipungos) que el hacendado les otorgaba para su uso particular." (Fuente:...)
(**) Guagua: niño/a.

jueves, 7 de junio de 2007

Coloquio

Para quienes estén en Madrid:

Jueves 7 de junio de 2007
¿Qué es España?
Ponente: D. José Luis Comellas García-Llera
Catedrático Emérito de Historia
(Universidad de Sevilla
)
19.30 horas
IESE - Madrid

Que vayan... y a ser posible nos lo cuenten.

¡Feliz Navidad!