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lunes, 26 de octubre de 2009

Jardinería de interiores

No sé cuándo sembramos los gladiolos. Me gustan mucho las plantas, pero sé poco de jardinería. También me gustan los pajarillos y apenas distingo cinco o seis por su nombre propio. Cada día los gladiolos ganan altura, se yerguen muy ufanos de sus tonos malva, como compitiendo con los escaparates de otoño. A mí me gusta ver cómo crecen y resguardan el balcón de miradas impertinentes. Me habría gustado llevar la cuenta, desde la siembra, los primeros brotes, cuánto se estiran cada día, pero andaba en otras cosas. Se me ha pasado un nuevo otoño sin saber algo más de lo pequeño. De esas minucias que me procuran grandes alegrías. Y a pesar de mi ingratitud, las flores crecen, los malvas saltan del balcón a mi camisa, los curiosos alargan el cuello para fisgar a través de las ventanas, es otoño y el cielo está azul y limpio como el verano. Los días me han regalado una hora y yo he perdido muchas más, en las nubes con sus formas pasajeras. Ni siquiera me entretuve en los gladiolos, que llevan al pensamiento a arraigar fuerte en la tierra, a erguirse, a colorear la vida. Y yo en las nubes, grises y efímeras, tan postmodernas...

miércoles, 20 de mayo de 2009

Cría cuervos...

En un descanso de la tesis me asomé a la ventana de mi habitación y encontré una urraca muerta en el patio. Me quedé muy sorprendida al ver al pobre pajarraco. Y ya que ella ya no iba a volar más, dejé que mi imaginación volara en su lugar, aventurando la causa de su muerte: un pequeño cazador con tirachinas o el calor (tan inusual por estas latitudes). Pero subió más alto, más alto y pensé que quizá la pobre se cruzaría en pleno vuelo con una página del diario traída y llevada por el viento. Quizá tuvo la mala fortuna de que fuese la página que recogía las declaraciones de la ministra de igual-dá. Y claro, el corazón le daría un vuelco, ante semejante disgusto.
Habrá quien lea esta entrada y piense que no digo más que tonterías. Y quizá tenga razón. Pero creo que tendría, como se cree que tiene la ministra, el beneficio de la duda y el apoyo de los científicos para respaldar mi teoría del infarto de la urraca. Probablemente no hay evidencias suficientes para afirmar o negar que la urraca murió de susto, tras leer las palabras de Aído. Quizá me sorprendería que las urracas puedan leer el diario en pleno vuelo. Me sorprendería menos que se infartaran con las declaraciones de Bibiana. Porque eso de que con 13 semanas un embrión de nuestra especie (humana mientras no se demuestre lo contrario) es tan sólo un ser vivo, sinceramente, ¡no lo aguantan ni los cuervos!

jueves, 19 de marzo de 2009

Acertadas confusiones

Me habían recomendado los haikus de Susana Benet. En cuanto pude me asomé a la biblioteca en busca de su libro y encontré otro que no era, pero que también es. En lugar de Lluvia menuda, he leído Faro del bosque. Más de 60 haikai de los que he entresacado algunos para dejarlos por aquí. El primero es puro haiku, recuerda a Basho y su habilidad para captar las pequeñas maravillas de la naturaleza. También el segundo participa un poco de ese espíritu, pero reconozco que lo elegí por otras razones. El resto tienen otro estilo, de retrato cotidiano en el que Benet se mueve como pez en el agua. A veces rompe los esquemas de la métrica habitual del haiku, pero las imágenes iluminan -como ese faro al que alude en el título- los pequeños claros del bosque de la vida corriente. ¡Y cuánta luz reflejan!

Si parpadeo,
se ocultará en la grieta
la lagartija.



En el jardín,
tras el viento y la lluvia,
queda el perfume.



Qué pequeño es
ahora aquel cuarto grande
de mi niñez.



Leyendo esquelas
se va hundiendo el anciano
en el periódico.



Si yo pudiese
apagar el recuerdo,
vería la noche.



Hoy un destello,
un instante, mañana
seré una foto.



Aunque no estés
qué agradable tocar,
plegar tu ropa.

Ver las petunias
también es una parte
del desayuno.

viernes, 16 de mayo de 2008

Jilguero

Llevaba tiempo tratando de saber cómo se llamaba. Lo había escuchado varias veces, pero como se posaba en las ramas más altas del castaño, apenas si podía distinguir su colorido. Le gustaban los castaños,y le gustaba cantar cuando el aire queda como suspendido, después de amainar la lluvia. Cantaba tan fuerte, que su trino llenaba toda la calle. La arboleda de Fuente del Hierro era su escenario y él cantaba a pleno pulmón. Me impresionaba que con esas dimensiones, tan pequeñito él, fuese capaz de llenar toda la calle con su canto. Eso sí, cantaba cuando había silencio...(un respeto por los artistas) es decir, muy pronto por la mañana o en la hora de la siesta.

Hoy, cuando volvía a la universidad, lo pude ver de cerca. No lo reconocí hasta que se puso a cantar. Y entonces me fijé en el colorido, en ese pico rojo que le va ni que pintado. Sólo ahora he comprendido aquella comparación del buen cantor con el jilguero. Y está muy bien. Imagino un tenor entrajetado o una prima donna de traje largo. Porque, hay que ver, lo bien que viste el jilguero. Cuidadoso con todos los sentidos. ¡Lo que se aprende de la naturaleza!

lunes, 7 de abril de 2008

Pajaritos

Con la primavera, las gentes se lanzan a las calles (incluso en Pamplona). También los pájaros. Hay cada pájaro en la calle... y en el cielo. Los pardillos, con su pechera afresada, los pequeños herrerillos, hasta los gorriones pardos parece que tienen más gracia en contraste con el verde nuevo de los sauces. Hasta hace unos meses los pájaros me gustaban. Me hacían reír las urracas con sus meneos de cabeza y sus saltitos desconfiados mientras. No te quitan el ojo de encima. O los mirlos, tan elegantones, de negro entero, con su toque de naranja intenso en el pico. (¿Qué dirán, cuando trinan!) Los patos sólo pasaron con su vuelo concentrado, ágil y rasante, como recordando la urgencia de llegar pronto, sin distracciones ni descansos, al lugar donde les aguarda el calor.

Y luego están los pájaros exóticos, que sólo se dejan ver muy de vez en cuando. ¡Y qué sorpresa!Hace unos días tuve el gusto de conocer a una abubilla, la mar de salada. Andaba (literalmente) entre las hierbas altas de una terraza de la Ciudadela. La cresta parecía un penacho de película, de esas antiguas de indios y vaqueros. No echó a volar enseguida. Se dejó mirar. Siguió andando muy erguida como una pájara coqueta. Le di las gracias por el detalle y sin más preámbulo se echó a volar. La he encontrado en google y agradecí que se fuera, porque además del colorido, es famosa por su fetidez y su presencia en la tradición literaria de oriente y occidente. Os dejo la foto. ¿A que es una maravilla!

martes, 26 de febrero de 2008

Casualidad

Iba yo de paseo por el valle de Ulzama el domingo, bajo ese cielo plomizo que espejea los tonos grisáceos, casi lilas, de los bosques deshojados. El sol brillaba detrás de las nubes como una moneda de plata. Por el camino vi pequeños ramilletes de narcisos; amarillos, pálidos, cabizbajos. Y en un prado, como un corro de niños jugando, cuatro burros. Casualidad. Llevaba yo Platero en la mochila. Desde allí pegó un brinco y se puso a jugar con los otros burros. Yo no dejaba de mirarle: las orejas erguidas, la pelusa en la frente. Tenía los lomos mullidos, para cubrirle del frío, como una manta que se le hubiera deshilachado. Se me acercó sin que le llamase, trotón y confiado. Se me quedó mirando, con esos ojos vacíos y negros mientras me buscaba la mano con el hocico blanco. Mirando de cerca, en realidad, no se parecía a Platero, ni era azul el cielo, ni olía a marisma, ni era Moguer el pueblo. Éste era un burro de monte que, mientras iba de paseo, debió salirse de mi mochila, sin querer. Caía la tarde del domingo. Eran cuatro burros, o cinco. No lo sé...


jueves, 24 de mayo de 2007

Selección Natural

Tenía un profesor en primero de carrera, que para vacunar a sus hijos de la pátina romántica y sentimentaloide que mira a la naturaleza como un reino idílico de paz y armonía, les ponía de vez en cuando un video de National Geographic. Allí los animalitos, dulces y felpudos, sacan garras e instinto y no dejan pájaro con plumas, ni cebra reconocible tras la masacre. Y por supuesto, cuando llega la hiena y encuentra a una pandilla de gacelas tomando el sol de la tarde, no hay una sola que, solidaria corra en ayuda de la presa elegida para la cena del predador.

Ayer cuando conté mi hallazgo en casa, me dijeron, "anda que encima te has traído al torpe que se cayó". Yo, antropomorfizando más allá de lo razonable, pensé que si se cayó no sería por torpe, sino precisamente por espabilao, tan ansioso estaba de ver mundo que fue a dar al suelo por mor de su espíritu investigador. No es mala lección tampoco, para los que padecemos hipertrofia de la glándula de la aventura. Quizá los otros no eran más fuertes pero sí más medidos, les bastó quedarse en el nido y esperar al tiempo adecuado. Así que he llegado a la conclusión de que mi pichón no murió de frío sino de por padecer alucinaciones de envenenamiento por exceso de adrenalina.

martes, 22 de mayo de 2007

Hallazgos

El caso es que motivos, sobran, lo sé. Pero que me parta un rayo si miento. Me arriesgo a que me pase lo que a Paco Sánchez con su sección Vagón-Bar (inmensamente popular, por cierto) en la revista Nuestro Tiempo. Pesaba sobre su columna la calumnia de que se inventaba una que otra historia para poder llegar a las entregas de cada mes. Yo a Paco sólo le tuve dos años como profesor-¡ay-, lo suficiente para poder defender su veracidad a capa y espada. Es decir, que lo que sucede es que le pasaban y le pasan muchas cosas y encima las cuenta la mar de bien.

Hoy, mientras iba de Romería hacia la ermita del Campus, me fijé por casualidad en las raíces de un chopo centenario. Al principio pensé que era un ratoncillo de campo, pero no, era un pichón de Herrerillo común que tiritaba de frío y trinaba de hambre (o de rabia, tal vez, contra el hermano graciocillo que le dio el empujón.) El nido estaba justo arriba en una oquedad del árbol. Lo supe porque la madre Herrerilla iba y venía atareada a dar de comer al resto de la familia que asomaban los picos pequeñitos y amarillos cada vez que la pájara se acercaba.

Decidí seguir con la romería, que no es plan dar plantón a la Virgen por un pájaro, pero al acabar yo seguí pensando en el pequeño pichón. Volví por el mismo camino y el chiquitín aunque había echo una excursión de medio metro, allí seguía. Cogimos unas ramas y empezamos a escarbar por si encontrábamos algún gusanillo que llevarle al pico. Muy cerca del cauce del río dimos con una lombriz la mar de sabrosa. Nos costó que llegara a cogerla, antes de comérsela se la puso como turbante un par de veces y unas cuantas veces como bufanda. Pero finalmente se la comió.

Iban pasando los minutos y yo sin saber qué hacer con el pararillo. Mis amigas de Biológicas no cogían el móvil así que opté por llamar a los de mantenimiento por si se acercaban con una escalera para devolver al pequeñín al nido. El bedel me miró con cara de -esta se ha cogido una buena insolación- y me siguió la corriente con mucha elegancia. Al final del día volveré, a ver si han rescatado al herrerillo. Y si no...esta entrada continuará.

sábado, 19 de mayo de 2007

Aviso

Resulta que Rocío Arana está en Pampaluna. El esperado encuentro aún no se ha producido porque se me ha adelantado una bacteria que la ha mandado a la cama. Me pide que os diga que no escribe porque está malita y que no os preocupéis porque no es una recaída de su neumonía. De todo esto sospecho que puede salir un proema porque a pesar del efecto de las placas en su garganta, he notado cierta fruición en su voz al pronunciar el nombre de su bacteria: Estreptococo Diogenis...

Le ha tocado, cómo no, una bacteria humanista. Que si no recuerdo mal, Diógenes se paseaba con una lámpara en pleno día, gritando por las calles "busco al hombre". Y claro, el Estreptococo Diógenes, navarro, inquieto y perspicaz, en cuanto vio la humanidad andaluza de Rocío -tan acogedora- decidió acabar con su búsqueda. Y se quedó.

¡Feliz Navidad!