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miércoles, 17 de febrero de 2021

Ya casi...

Quién no pronuncia esta frase a diario o, por lo menos, con mucha frecuencia. Ya... casi cierro el contrato, ya casi está la comida, ya casi he terminado, ya casi llego, ya casi la he olvidado, ya casi soy feliz. Se podría decir que este estado de inconclusión permanente, en algún aspecto de la vida, paradójicamente nos define. Es decir, estamos determinados a estar indeterminados. Las acciones que realizamos en el tiempo viven mientras dure el "casi". Nuestra vida se mantiene mientras dure el "casi". 

Esto puede causarnos, a veces, cierto malestar. Porque, no sé qué espíritu de nuestro tiempo, nos aprieta y nos mete prisa por terminar, por cerrar, por acabar lo que sea, como sea. Y, sí,  también, los plazos están para cumplirlos, benditos ellos.  No se trata de dilatar innecesariamente tareas, decisiones y, lamentablemente, tampoco las vacaciones. Todo tiene su cajoncito en el tiempo, que se abre y se cierra.

Yo agradezco esa posibilidad de estar en el casi. Primero, porque quiere decir que la parca todavía no me ha llevado.  Y segundo, porque eso me permite aspirar a ser mejor, a estirarme un poco y saber que, si experimento el "casi" como oportunidad, cada día puedo ir un poco más allá, sin frustraciones. 

Las acciones puntuales empiezan y acaban, y continúan sucediéndose en ese juego del principio y el final. En cambio, la tarea del perfeccionamiento humano, lo abarca todo, lo mezcla y lo aglutina durante cada día con sus noches. Y el casi, puede ser una ayuda para no desanimarse en ese afán de crecer. Porque –sabemos de antemano– que no alcanzaremos la meta, y no por renunciamos al avance. Hoy casi... Si todos los días vivimos con esa hermosa tensión del que no deja de saltar, para llegar cada vez más alto y más lejos; casi... habremos alcanzado la sabiduría. 

viernes, 12 de febrero de 2021

Mentiras, pero de las buenas

 

Leía en estos días a McEwan, En las nubes. He pasado muy buenos ratos dejando que me engañe. La literatura es la cara amable de la "mentira"; ese juego de engaños entre el escritor y su imaginación al que, luego, se une entusiasmado el lector. Ambos comparten un mundo de mentiras que, al menos durante un tiempo, les acerca.  Quizá esa sea la gran diferencia entre las mentiras malas y las buenas. Las malas rompen la posibilidad de compartir y siempre,  separan y dividen, sin excepción. 

Esa clase peculiar de mentiras, las ficciones, que nos ofrecen las buenas historias, unen de muchas maneras. Nos unen a la comunidad de lectores, nos unen a la vida -que es, según Aritóteles– la base de la poética, porque las mejores historias son las que imitan la vida de manera verosímil. Nos unen a nosotros mismos, con nuestras luces y sombras, esas que resaltan en una lectura, –porque nos identificamos con personajes, situaciones o acciones– que nos hacen cosquillas o nos aguijonean. Vamos andando, en paralelo por el curso de la trama y por el curso de la vida, hasta que se cruzan y se entrecruzan, haciendo más ancho el camino por el que discurren nuestras andaduras. 

Stephen King lo resume en un frase redonda: "La ficción es la verdad, dentro de la mentira". La ficción nos propone un juego que empieza como muchos juegos de niños: vamos a imaginarnos que... Al abrir un libro, nos disponemos a imaginarnos que, el mundo en que me introduciré, es verdadero. Y a partir de allí, nuestra experiencia de vida se alarga, se ensancha, se hace más profunda y se hace más rica en perspectivas y experiencias imprevistas. 

La única situación en la que somos felices de que nos engañen, es cuando nos miente un buen escritor, con la verdad de sus ficciones. 

viernes, 10 de septiembre de 2010

Para leer con tiempo


Sobre el tiempo sólo se puede leer con tiempo, despacio. San Agustín decía en sus Confesiones, o más bien se lamentaba, que si uno se pregunta qué es el tiempo lo sabe, pero si tiene que explicarlo, no lo sabe. Hoy Rafael Alvira ha impartido la lección inaugural en el acto académico de apertura de curso de la Universidad de Navarra sobre ese tema. Y merece la pena leerlo.

sábado, 3 de julio de 2010

Vivir es enfrentarse a los textos de tu vida. Algunos están escritos, otros son una estrella naciente, lejos, en el futuro, que empieza a eclosionar a partir de unos átomos diminutos que se convierten en una fuente de luz inaccesible, que encandila hasta sumirte en la ceguera. También algunos sufren una desviación pequeña y con años luz de sigiloso movimiento llegan a convertirse en inmensos agujeros negros que se tragan todas las referencias conocidas hasta entonces. Y vivir es seguir viviendo, y escribir es continuar el testimonio.

Hay textos del pasado bien escritos, sometidos a innumerables correcciones, borradores fallidos, vergonzantes que descansan en el corazón como memoria de la oscuridad latente. Y el presente se escribe con memoria, con expectación y gran cuidado. Todo se acumula en la escribanía del alma.

Un día, a miles de kilómetros del vivir acostumbrado, recoges todos los escritos. Repasas las líneas de la vida: la vivida, la que pudo ser, la que será probable. Y escribes en la vida del sueño tu trama preferente. Volver a soñar la vida. Tienes material de sobra. No importa el tiempo que te quede. Todo se resuelve en la página final, un folio en blanco. Ese que no sueñas ni sabes. En la más absoluta soledad, tendrás un Escribano que dibujará cada letra con tu pulso cansado. Ese será el texto decisivo. Tu irrepetible y sorprendente final.

martes, 6 de octubre de 2009

Lecciones de pragmática


En estos días he estado estudiando el fenómeno de la polisemia. Ricoeur explica -maravillosamente- cómo el contexto es el filtro necesario para acertar con cuál, de las diversas acepciones que admite una misma palabra, es la adecuada en cada caso. Cuando he visto esta foto en la portada de hoy del Diario de Navarra, he pensado: ¡puff! Menos mal que las protestas son en Bruselas y los jueces no son estructuralistas. La descripción castiza de la foto sería:


"Un manifestante le dio una leche a un policía antidisturbios"

Y la consiguiente medida, una denuncia por agresión a la autoridad pública. La descripción de los hechos, en castizo, es exacta; la expresión ambigüa y la interpretación más probable -si no se tiene el contexto- casi con seguridad, falsa. ¡Hay que ver!... ¡lo que da de sí la filosofía!...

domingo, 31 de mayo de 2009

Pentecostés

"We didn't start the fire" cantaba Billy Joel en los 80. Y Paul Ricoeur con su intrincada agudeza lo corrobora a su manera. Al analizar el relato del Génesis en el que se cuenta cómo irrumpió el mal en el mundo, Ricoeur apunta a la serpiente como el símbolo del mal que no originó el hombre, sino que ya estaba allí. Los primeros que sucumbieron no encendieron la hoguera, sólo se ocuparon de propagar el fuego. Hoy la Iglesia celebra la irrupción de otro Fuego, una Llama que consume esa flama destructora de la que cada generación es protagonista y testigo. No, no comenzamos el incendio, pero ahí están de nuevo: North Corea, South Corea y tantas cosas más...

Queda la tarea de la lluvia, multiplicar las gotas, esparcir el agua como una suave brisa. Como las notas de la guitarra que acaricia Knopfler, como las palabras que acercan el paraíso.



Dire Straits (Mark Knopfler), Brothers in Arms.

sábado, 16 de mayo de 2009

Pars pro toto


La parte más perniciosa de la mentira, toma paradoja, es la parte de verdad que contiene. Santo Tomás resumió hace siete siglos con esta sencilla frase muchos de los desarreglos de nuestras laceradas democracias. Hoy me sorprendí contemplando, con gusto, desde el balcón de mi casa una manifestación nacionalista que avanzaba por la Avenida del Ejército. No simpatizo con sus ideas, no simpatizo con su estética y, sin embargo, la marcha serena de cientos de personas unidas por un ideal común se me hacía tan atractiva, que no pude evitar quedarme embobada mirando ese colorido cortejo de hombres y mujeres unidos por la exclusión.

Y ahí está la cosa, la unidad es siempre algo atractivo. Esa armonía humana que se eleva como una orquesta de pasos encaminándose hacia un ideal compartido. Unum et pulchrum convertuntur, la unidad y la belleza son lo mismo, bajo diversos puntos de vista.

Otra cosa es el motivo que promueva esa unión, y allí es donde se cuela el engaño que nos invita a medir el todo por la parte. El fin es lo que congrega, de modo que si el fin está más allá del límite de lo bueno, mal andamos, por mucho que andemos juntos. Y si el fin es bueno, pero para llegar pactamos con el horror, pues mal llegaremos.

Y pasa con todo, la unión de personas del mismo sexo tiene una parte de belleza, la unión por amor, pero esa parte de belleza esconde otra realidad menos hermosa: la rebelión contra la propia naturaleza. Y a la naturaleza no hay lobby que la desvíe del inmemorial sendero por el que conduce a los seres humanos. Al final se llega al fin. Y a sus consecuencias. Pero de eso no le gusta hablar a nadie y menos a los gobiernos, que la parte de verdad de las mentiras son las que mejor salen en las fotos de campaña. Por eso se censuran las imágenes de los abortos, porque allí la dignidad de la mujer que tanto se empeñan en proteger, no sale ni de perfil en una esquina. Sólo sale el aborto. Y si se cuela algún daño colateral: no hay que preocuparse, contamos con Photoshop, las campañas mediáticas y los gabinetes de pura imagen.

La imagen es un fotograma del vídeo Danza de mujer de Anna Malagrida.

viernes, 20 de marzo de 2009

Elogio de la desmemoria

No sé quién me lo dijo. Sea quien fuese, le debo muchas horas de divertidas reflexiones. Aquello de que nos pasamos media vida aprendiendo cosas inútiles y la otra media tratando de olvidarlas, no es tan exagerado como parece a primera vista. Los espíritus más románticos suelen pensar enseguida en las matemáticas. Me imagino que en mi caso las matemáticas no entran en la lista de cosas inútiles, en primer lugar porque no llegué a aprender nada de nada, como no fuese a sumar y restar con ayuda de los dedos de ambas manos. Y eso de necesitar media vida para olvidar, tampoco me cuadra. A mí me costaba como mucho tres minutos después de entregar un examen.

La desmemoria la reservo para algunas asignaturas de periodismo y unas cuantas más de filosofía. Lamento la de noches que pasé en vela para aprender los tipos de archivos, almanaques y anuarios de los que un periodista necesita echar mano para documentarse, y que ahora pertenecen a la era a.G (antes de Google). O también, las enrevesadas peripecias mentales de los filósofos modernos y posmodernos, tantos argumentos, teorías y sistemas que nacieron degollados de antemano por la navaja de Ockham.

Lo bueno de subir hasta el final de la escalera, es –tomando el ejemplo de Wittgenstein- que entonces puedes tirarla y prescindir de los peldaños. A veces hay que pasar por ese “sueño de la razón que produce monstruos” para dedicarse a pesadillas más sensatas. Y es que cada vez me convence más la amable sabiduría que reparte a manos llenas la buena literatura. A veces me veo haciendo esfuerzos por zafarme de los cánones estrechos del razonamiento excesivamente formal. Y me aferro a la cuerda locura que defiende el buen Chesterton en La Abuela y el dragón:

“El problema que plantea el cuento de hadas es: “¿Qué hará un hombre sano cuerdo con un mundo fantástico?” El problema que plantea el novelista moderno es: “¿Qué hará un loco con un mundo aburrido?” En los cuentos de hadas el universo se vuelve loco, pero el héroe no. En las novelas modernas el héroe está loco antes de que comience el libro y no deja de sufrir por la áspera sensatez y cordura del cosmos. (…) La literatura moderna parte de la locura como centro. Por eso pierde el interés incluso por la locura. Un loco no se sorprende de sí mismo porque es muy serio: eso precisamente es lo que le convierte en un loco.
Sólo la sensatez es capaz de ver la salvaje poesía de la locura. Por eso, esos cuentos sabios y viejos hacen que el héroe sea normal y el cuento anormal.”

martes, 25 de noviembre de 2008

Ama(n)sador

El poeta -como el panadero- emplea el tiempo en amasar, con dedicación y esmero, las palabras. Se requiere que la belleza actúe en el interior (Adaldrida dixit) como una levadura. El resultado, como casi siempre, depende del grado de sensibilidad (o perfeccionismo) del amasador. Para juntar las palabras en un verso (no se diga en un poema, y ya no os quiero contar en un libro) de modo que quede crujiente y tierno, agradable a los ojos, al paladar delicado, que tenga aroma, sal (o salero) en su punto, y por supuesto, que no quede ni el más leve vestigio de grumos de impaciencia (del poeta y del verso); hacen falta madrugadas y madrugones, poner las manos sobre la pasta informe de polvo y agua, de emoción y letra, hasta ir consiguiendo que fluya entre las manos como una rítmica danza.

Y, a pesar de la metáfora, qué poco tiene que ver la poesía con las masas...

sábado, 21 de junio de 2008

Solsticio

(María Perelló, Es prega silenci IV)

Tiene gracia que el verano empiece en un momento tan puntual del año. Me recuerda qué alejados andan nuestro modo racional de explicar el tiempo y nuestro modo razonable de vivirlo. ¿Cuándo ha empezado el verano? Para mis alumnos el solsticio obrará el minuto después de que entreguen su último examen. Para mí empezó con la primera imagen de una niña en bicicleta, que sonreía haciendo equilibrios con las chanclas y el bolso de piscina. No es que yo –ni nadie, creo– vaya a discutir los logros de los astrónomos. No desprecio todos los números que añaden al lado derecho de la coma, en esa cifra interminable que refleja el momento exacto en que el verano vuelve a entrar en nuestras vidas. Tampoco le pediría a nadie un consenso universal sobre la niña de la bici y su relación con el estío recién llegado. Sólo digo que aunque no sea una verdad racional, al estilo científico, es una verdad razonable al estilo humano, muy humano de quien busca referencias cercanas como marcadores de su tiempo. ¿Cuándo ha empezado el verano? No tengo ni idea.

jueves, 15 de mayo de 2008

Combates

Preparaba el plan de trabajo del día y empecé a echar una ojeada a Autorretrato en espejo convexo, de John Ashbery. Pensaba dejarlo para esta tarde después de haber puesto mis manos a marchar como a un ejército en pie de guerra sobre las teclas del ordenador, pero, ¡ay! Caí en la página 87 del poemario y el primer verso aniquiló --softly by a glance-- a toda la caballería.
Grand Galop

All things seem mention of themselves
And the names which stem from them branch out to other
referents.
Hugely spring exists again. The weigela does its dusty thing
In fire-hammered air. And garbage cans are heaved against
The railing as the tulips yawn and crack open and fall apart.
And today is monday. Today's lunch is: Spanish omelet, lettuce
and tomato salad.
Jello, milk and cookies. Tomorrow's sloppy joe on bun,
Scalloped corn, stewed tomatoes, rice pudding and milk.
The names we stole don't remove us:
We have moved on a little ahead of them
And now it is time to wait again.
Only waiting, the waiting: what fills up the time between?
It is another kind of wait, witing for the wait to be ended.
Nothing takes up its fair shre of time,
The wait is built into the things just coming into their own.
Nothing is partially incomplete, but the wait
Invests everything like a climate.
What time of day is it?
Does anything matter?
Yes, for you mut wait and see what is really like,
This event rounding the corner
Which will be unlike anything else and really
Cause no surprise. it's too ample.

* * *

Todas las cosas parecen menciones de sí mismas
y los nombres que brotan de ellas se ramifican en otros referentes.
Inmensamente, la primavera vuelve a existir. La madreselva espolvorea
en el aire batido por el fuego. Y los cubos de basura se amontonan
junto a la reja mientras los tulipanes bostezan, se abren, se desgarran.
Y hoy es lunes. Para comer tenemos: tortilla española, ensalada de tomate y lechuga,
gelatina, leche y galletas. Mañana: perrito caliente,
maíz gratinado, tomates guisados, leche y arroz con leche.
Los nombres que robamos no nos suprimen:
nos hemos adelantado un poco a ellos
y ha llegado otra vez el momento de esperar.
La espera, simplemente la espera: ¿qué llena el tiempo entretanto?
Otra clase de espera, esperar a que concluya la espera.
Nada ocupa su justa porción de tiempo,
la espera está incorporada en las cosas que empiezan a ser lo que son.
Nada es parcialmente incompleto, pero la espera
lo envuelve todo como un clima.
¿Qué hora es?
¿Hay algo que importe?
Sí, pues debes esperar a ver cómo es realmente,
este suceso que está doblando la esquina
que será distinto a todo y no causará
sorpresa alguna: es demasiado amplio.

John Ashbery, Autorretrato en espejo convexo, Ed. DVD, 2006.
(La traducción es de Julián Jiménez Heffernan, salvo las palabras que aparecen en cursiva. Me he tomado la libertad variar --un poco-- la versión del traductor.)

miércoles, 9 de abril de 2008

El juego del escondite

En la última sesión del taller de poesía de mi universidad, montamos una auténtica tertulia de café en el aula. Con cierto pudor empezaron a aflorar preguntas y respuestas, las de siempre, las que nunca, en realidad, se contestan definitivamente. Lo más jóvenes, también más candorosos, sacaban a la luz tímidamente sus costumbres a la hora de escribir, las visiones borrosas que tienen de la musa, sus motivos, sus guerras encarnizadas con los metros, o el fácil desenfado con el que dejan que su alma se derrame, como un bote de pintura sobre un lienzo.

Todos coincidían -unamunianos- en que todo poema tiene una intrahistoria que se agazapa en los versos y amparada en ese natural recato de la poesía, dejan ver sólo una parte del alma del poema. Los poetas, en sus versos andan a la vez desnudos y a resguardo. Al final, el lector saca de los versos una versión propia de lo que le sugiere el texto, mientras el poeta descansa en el umbral de la puerta, que lleva al patio donde respira el misterio.

Cuando los huéspedes se despiden y queda el salón en silencio, y se alejan pensado, tal vez, que se llevan los secretos del anfitrión en sus adentros, el poeta se retira a su patio. Y allí comprueba -aliviado- que sigue intacto el misterio, esas vivencias concretas, que sus versos, a la vez que comparten, reservan. Y deja que sus huéspedes se vayan, saboreando el gustillo de haber desvelado un enigma. Y tienen razón en parte, EGM dixit, "sin que haya forma así de no entendernos".
Siempre hay algo de ese velar y desvelar en el arte, que lo mantiene siempre nuevo. También Thoreau dice algo de esto en su Diario:
"El verdadero poema no es el que lee el público. Hay siempre un poema no impreso en papel, que coincide con la producción de este otro, estereotipado en la vida del poeta. Es aquello en lo que se ha convertido mediante su obra. La cuestión no es cómo se haya expresado la idea en la piedra, lienzo o papel, sino hasta qué punto ha tomado forma y expresión en la vida del artista. su verdadera obra no figurará en la galería de ningún príncipe."

lunes, 12 de noviembre de 2007

Hipo-tesis

Esta es la mejor descripción de mi situación: por debajo de la tesis. Sumergida, de nuevo, en un sinnúmero de libros gordos, flacos, antiguos, nuevos, reeditados, traducidos (Deo gratias!) para empezar a redactar la tesis doctoral. Y no sólo de nuevo, sino además, de nuevas. Simmel ha pasado a reposar en las estanterías de la biblioteca, lejos de la luz blanca y crepitante de mi mesa. Nueva etapa, nuevo autor, nuevo tema. Viejos hábitos, vicios más viejos todavía, antigua curiosidad insaciable, renovado anhelo de aprender. Así empieza el lunes, la semana, la etapa final del doctorado. El contador a cero: 300 palabras diarias -director dixit- durante 720 días. Y al final, así lo espero, un librico majetón, que añadiremos a la bibliografía secundaria sobre la filosofía de Paul Ricoeur. Pero lo de menos será lo que quede impreso en las páginas de un libro, lo de más, lo que aprenda haciéndolo cada día. Que como dice J.R.J. en uno de sus aforismos:
"No hay grande ni pequeño, menor ni mayor. Lo pequeño es lo grande proporcionado. Así, lo grande depende de lo pequeño."

Empieza a contar...

viernes, 19 de octubre de 2007

Metáforas de la vida cotidiana

Desde ya aviso que el título no es mío, sino de Lakoff y Johnson. El libro es académico (no apto para descanso de fin de semana) pero desde luego ofrece muchas luces acerca de los espacios mentales en los que vivimos. La metáforas fosilizadas funcionan como señales de tráfico para nuestros pensamientos y, usualmente, seguimos sus indicaciones sin poner en tela de juicio su autoridad: que a la izquierda, a la izquierda; que ceda el paso, que gire, que pare, que siga... pues, ¡a mandar!
A veces ponemos en la balanza dos términos que no son comparables, pero como la metáfora nos sirve, allí que ponemos en un plato el tocino y en el otro la velocidad. O aquello tan usual de que el tiempo se pierde o se gana. Este modo de decir no deja de ser una comparación utilitaria, el tiempo pasa a ser, sin más razonamientos, un valor económico y empezamos a medirlo así, calculamos el tiempo. No pasa nada, siempre y cuando, ese modo de decir no desdibuje otros modos de valorar el tiempo, de pensarlo, de apreciarlo.
La semana pasada al entrar en mi portal, coincidí con un vecino, muy anciano, que salía con dificultad del ascensor de la casa, ayudado de un par de muletas. Me quedé en la puerta para retenérsela mientras él salía. Mi vecino, al ver que yo le esperaba en la puerta y que él no iba a llegar hasta ella precisamente en un santiamén, me dijo:
-No se preocupe, ya abro yo, no pierda usted su tiempo.
Me dolió pensar que aquél señor considerara que un gesto de amabilidad o de educación fuese una pérdida.
Pienso que aunque la mentalidad actual tiene la solidaridad como un valor en alza, luego lo cierto es que en la vida cotidiana estos gestos andan más bien devaluados. Hay que recordar a la ciudadanía, con cívicos y luminosos carteles, que ceder el asiento en el autobús a una embarazada es un signo de cultura. Y como la cultura también puntúa alto en los baremos de utilidad con los que funcionamos, quizá funcione la campaña y las señoras orondas podrán viajar más comodamente en el autobús dentro de unos meses.
Paradojas de la vida: pocas cosas tienen más interé que el desinterés. Ratzinger, antes de ser elegido Papa, comentaba con gran acierto las situaciones tremendas que se vivieron en la Alemania del Tercer Reich cuando estos modos de pensar, que parecen inocuos, cristalizaron en una política del régimen que propugnaba desechar a aquellas personas cuya situación sólo generaba pérdidas. Así, enviaban a un asilo a los ancianos, enfermos mentales y otros residuos marginales de la sociedad para morir allí al poco tiempo, por una infección, una pulmonía o cosas de este estilo. Ratzinguer razonaba así:
"Sentíamos que el asesinato de estas personas nos humillaba y nos amenazaba a todos nosotros, a la esencia humana que había en nosotros: si la paciencia y el amor dedicados a las personas sufren son eliminados de la existencia humana por considerarlos una pérdida de tiempo y de dinero, no se daña sólo a los que mueren, sino que en ese caso incluso los que sobreviven se mutilan en su espíritu*."
No estamos aún tan lejos (¿o sí?). En todo caso, en mi mano no está darle un giro a la mentalidad abortista, eugenésica y eutanásica (hasta suenan mal). Eso sí, procuraré darle un giro a mis metáforas habituales y cederle el sitio a las viejitas en el autobús. Quizá más de uno pensaré que es por la eficacia de la educación para la ciudadanía. Pero vosotros sabéis que no.

(*) Joseph Ratzinger, Conferencia (11.05.2005): La grandezza dell'essere umano è la sua somiglianza con Dio.

martes, 9 de octubre de 2007

Post clásico

Un post moderno sería un post deconstructivista, crítico, escéptico, difuminado en fragmentos que, juntos, proyectan una vana ilusión de unidad. Así andamos. Sin propuestas, quejosos, anhelantes. Es de sentido común. Nada en esta vida está completo, la plenitud no es una marca disponible en el mercado del intramundo, ¿y qué? Tenemos una lista interminable (e incompleta) de patologías y vivencias deficitarias. Tras las 10 posibles razones que da Steiner para la tristeza del pensamiento, sigo esperando al menos 20 que den razón de la alegría. Porque si sólo pensamos la cara fea del asunto, oiga, así, digo yo, cualquiera claudica. Difícil facilidad del pensamiento afirmativo. ¿A ver quién encierra en una tesis la razón de la sonrisa de los niños?


*Salimos, vamos saliendo. Un vecino de este patio empieza con un
Tenue elogio de la tristeza, que en realidad es una afirmación de la primacía indiscutible de la alegría. Y en otros patios también se cantan versos esperanzados. ¡Olé, más, más!...


viernes, 14 de septiembre de 2007

Soledades

Cada vez me convence más la intuición que ofrece amablemente la literatura, frente a las definiciones ásperas de la filosofía (racionalista, todo hay que decirlo, que no todo pensamiento filosófico es como una caminata por el desierto.) Hoy, haciendo limpieza en mi mesa de trabajo, he encontrado un microrrelato de Felipe Benítez Reyes que me recordó enseguida a otro de Pedro de Miguel con el mismo tema: La soledad. Y no diré, con cuál soledad me quedo, sólo que me quedo con las historias que nos la muestran.

Soledad, Pedro de Miguel
Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

* * * * *
La soledad, Felipe Benítez Reyes
Lo remata la cabeza de un caballo encrespado, con su agitada crin y su relincho congelado en la plata.
Perteneció a mi abuelo. Lo tenía sobre la mesa de su despacho y con él abría los sobres certeramente, con limpieza de maestro de esgrima: el papel sufría una herida invisible. Cuando hundía la hoja en el sobre, la cabeza de caballo parecía cabalgar como una figura de guiñol.
A la muerte de mi abuelo, el despacho lo ocupó mi padre. El abrecartas no lo utilizaba: una secretaria le presentaba la correspondencia ordenada en una carpeta.
A la muerte de mi padre, no puede ocupar su despacho, pero me traje a casa el abrecartas. Yo quisiera utilizarlo hábilmente como mi abuelo. Cada día acaricio la cabeza de plata de la bestia.
Desde hace años espero alguna carta para ir practicando.

domingo, 26 de agosto de 2007

Alturas

Hoy subí un monte.

Hoy me perdí en el monte.

Sé algo más sobre la filosofía de la relación gracias a una amiga mía. Y ella sabe algo más de lo que cuesta subir un monte y bajarlo, cunado el sendero de subida y de bajada no tiene relación alguna. Ahora que lo pienso, creo que ella también aprendió algo más sobre la filosofía de la relación...

Mientras andaba perdida pensé que era divertido... era porque no sabía que estaba realmente perdida. En cuanto caí se acabó la diversión. Luego me volví a caer y la diversión empezó de nuevo.

Nada como reírse para volver a encontrar el camino.

Un domingo poco usual. En este agosto de nube y lluvia hoy he visto el sol por todos lados. Y él también me ha visto y me ha mirado. El sol mira reflejado.

Y para acabar bien he leído a la Szymborska y he encontrado un poema de domingo que no es en absoluto dominguero. Y Así me preparo para el lunes, las correciones, la maqueta del trabajo, los duendes informáticos (ojalá se queden dormidos) y la recta final de estos días mágicos.

A MI CORAZÓN EL DOMINGO

Gracias te doy, corazón mío, por no quejarte, por ir y venir
sin premios, sin halagos,
por diligencia innata.

Tienes setenta merecimientos por minuto.

Cada una de tus sístoles

es como empujar una barca
hacia alta mar

en un viaje alrededor del mundo.


Gracias te doy, corazón mío,

porque una y otra vez

me extraes del todo,
y sigo separada hasta en el sueño.

Cuidas de que no me sueñe al vuelo,

y hasta el extremo de un vuelo

para el que no se necesitan alas.

Gracias te doy, corazón mío,
por haberme despertado de nuevo,

y aunque es domingo,
día de descanso,
bajo mis costillas
continúa el movimiento
de un día laboral.

De "Mil alegrías -Un encanto-" 1967 Versión de Gerardo Beltrán

viernes, 15 de junio de 2007

Deportes

Hace unos días fui al médico para una revisión de rutina. El tratamiento me ha salido muy económico: tengo que hacer deporte.Y como no tengo ni el tiempo ni el sueldo necesario para dedicarme a la hípica, he optado por seguir con el peer-footing que resulta tan apañado, y algún partido de pádel cuando, por mediación de un milagro inexplicable, queda alguna pista libre en el polideportivo de la universidad. No he podido evitar darle vueltas a esto del deporte. Yo sola no he llegado muy lejos, pero he logrado ver un poco más allá de la mano de Rafael Alvira y sus reflexiones sobre el Deporte y la deportividad.

El deporte se usa con frecuencia como metáfora para situaciones muy variadas de la vida: "tienes que tomártelo con deportividad", "esto sólo es cuestión de entrenamiento", "estoy en baja forma", ¡Qué gol!, etc. Todas estas expresiones resultan enriquecedoras si entendemos de verdad qué es el deporte y por qué puede resultar positivo imitar el espíritu deportivo en otras situaciones de la vida.
"(...) el juego nos atrae de una manera profunda porque es un símbolo del vivir humanp; la vida es un juego, vivir es jugar. por eso sin darnos cuenta, en el deporte estamos haciendo una cierta simulación de la vida, y en una simulación aprendemos. Al jugar limpiamente, con deportividad, experimentamos los radicales de la vida. En el juego se sintetiza la pasión, la relación amistosa, el respeto, la inteligencia, la voluntad, el placer de vivir."
En la vida, como en el deporte, los comienzos son siempre duros, desagradables, incluso violentos y por eso mucha gente se queda siempre en los inicios de infinitas gestas. Pero, como me decía hace poco una sabia amiga mía, todo eso sucede cuando te quedas en la línea del rompeolas. La orilla es aburrida, si entras un poco más las olas no hacen más que darte palizas, pero si te armas de valor y pasas la línea de fuego, el mar es tuyo y puedes flotar a tus anchas mecida por el vaivén de la corriente. Pero para cruzar la línea hace falta deportividad.
"¿Qué es la deportividad? Se trata de comprender cómo realizar y con qué estilo esa actividad que llamamos deporte. La respuesta es: con autodominio hacia adentro y con magnanimidad hacia afuera. Es decir, en conjunto con lo que Séneca consideraba la virtud por excelencia, la más hermosa de las virtudes: la grandeza de ánimo. (...)
Los tratados de ética no han tomado suficientemente en cuenta la relevancia de esta virtud ética fundamental que es la deportividad. Ella nos enseña en general a tomar el esfuerzo de superación como un juego, y a dominar nuestra vida en orden a nosotros mismos y a los demás."
Quizá por esto, a quienes acuden a gimnasios de distintas clases sólo para cultivar el tipo, no les llamamos deportistas. Pero auqnue no se perciba toda la riqueza que conlleva el deporte, sin duda, algo queda. Por ejemplo:
"(...)la deportividad es también la virtud del que sabe usar el cuerpo al servicio del alma, y percibe la importancia básica del cuerpo humano. (...) Nos muestra la unidad del ser humano, al experimentar cada uno cómo mejora el cuerpo con la virtud y cómo mejora la virtud con la perfección corporal."
Quizá por eso, el ejercicio aislado de la deportividad, que excluye esa apertura a los otros y sólo busca ventajas individuales, consigue el atractivo de una piel más lustrosa, pero no una personalidad con brillo. Esa luz personal aparece sólo cuando se ejercitan las musculaturas espirituales, la capacidad de hacerse con las verdades humanas que laten en las cosas que hacemos en la vida corriente y moliente.
"El espíritu deportivo es particularmente favorecedor del aprendizaje, pues conjuga los dos métodos básicos de él: aceptar enfrentarse a las dificultades, y entusiasmarse con algo."
Eso sí, hay entusiasmos y
entusiasmos. Una tripa menos accidentada para el verano entusiasma por un tiempo, quizá lo que duren los primeros ochenta abdominales del basic training. La capacidad de admiración, esa mezcla de entusiasmo y delirio divino, que diría Pieper, es un deporte más arriesgado, quizá un poco elitista, pero desde luego el más saludable de todos con diferencia.

(*)Todas las citas están tomadas del artículo "Deporte y deportividad". Rafael Alvira, Filosofía de la Vida Cotidiana, Rialp, Madrid, 1999.

martes, 29 de mayo de 2007

Cavilaciones tras un año de bloggaventuras

Simmel suele hablar de cosas muy curiosas y sugerentes. Los títulos de algunos ensayos pueden servir como muestra: Puente y puerta, El asa, Las ruinas, El actor y la realidad, La aventura, La coquetería, El secreto, Sociología de la comida... y así podría seguir.

Si Simmel viviese, seguro que se interesaía por los bloggs. He tratado me encontrar algo sobre las citas a ciegas -otro fenómeno que me interesa últimamente- pero por ahora no he encontrado nada. Simmel quizá diría que es una forma de relación ambigua que navega entre los límites de la aventura, el secreto y la coquetería. (Aunque la coquetería estaría presente sólo en el caso de que la cita tuviese una connotación romántica, que no es sino un subtipo posible.) La aventura es una vivencia radical, un fragmento de la vida que reviste una significación de totalidad.
"El aventurero -dice Simmel- trata de lo incalculable de la vida de manera idéntica a como nosotros nos comportamos con lo totalmente calculable."
O sea, que el aventurero es un loco magnánimo o un calculador de sueños. En cualquier caso me gusta la definición. Y me gusta este modo de pensar la vida, como aventura.




¡Feliz Navidad!