viernes, 17 de abril de 2020

La prudencia


He querido comenzar con la iconología de la Prudencia. Durante mucho tiempo, se usaron iconos y alegorías de manera didáctica para recordar, a través de los símbolos en la pintura, las características de las virtudes. "La Prudencia, por ejemplo, está encarnada por una mujer que tiene dos caras, igual que el dios romano Jano. Está mirándose en un espejo que sostiene con una mano, mientras una serpiente se le enrolla en la otra, tal como se la representa en esta pintura del italiano Girolamo Macchietti. Los dos rostros simbolizan la capacidad de considerar tanto las cosas pasadas como las futuras, y el acto de mirarse en el espejo a la hora de tomar decisiones significa conocimiento de sí mismo, sobre todo de los propios defectos, a la hora de tomar decisiones." (Arte e Iconología

Las virtudes no son un conjunto en el que los elementos se sitúan en cualquier lugar dentro del círculo. Las virtudes tienen aspecto de lista, y la Prudencia, es la primera, porque de ella dependen todas las demás. Es decir, si no está ella, las que vienen detrás, se desdibujan.

En principio, podríamos decir que hay sólo cuatro virtudes principales, de las que las demás son una especie de hijas, nietas y bisnietas. Por eso se llaman virtudes cardinales (principales o fundamentales) a la prudencia, justicia, fortaleza y templanza; según la ética clásica. De modo que vamos a por la prudencia, lo cual es ya, en sí, un acto imprudente de mi parte, porque explicarlo así, sencillamente, en una entrada, es pretender lo imposible.

La prudencia es una virtud muy simpática, porque es, por así decir, la que recoge cabeza, corazón y voluntad, las pone de acuerdo y las dispone para hacer lo que está bien en una situación real, concreta, presente y teniendo en cuenta todas las circunstancias relevantes, tanto propias como del entorno. Por tanto, la prudencia implica conocer la verdad, querer el bien, encauzar las emociones para que ayuden a elegirlo y ejecutar lo que es bueno, moralmente, aquí y ahora. O también, para elegir y hacer lo que es mejor o lo menos malo. No siempre nos encontramos en situaciones en las que podamos elegir algo bueno, sino que tendremos que optar por el mal menor porque la realidad no nos deja más opciones.

Básicamente la prudencia consiste en:

1. Detenerse a pensar y discernir lo más objetivamente la situación en la que debemos actuar.

2. Dirimir si nuestra intención al actuar es buena (para uno mismo y los demás), y si no lo es, corregirla.

3. Sopesar las distintas opciones y los medios de los que disponemos para actuar para conseguir el bien que propone la intención buena.

4. Elegir la opción y los medios más idóneos para conseguirlo.

5. Decidir llevar a cabo la acción (para de pensar y disponerse a hacer).

6. Hacer.

La prudencia puede elegir no hacer. O bien porque nuestra acción, por muy bienintencionada que sea, puede empeorar la situación, o bien porque la intención y el fin de la acción que estamos pensando es moralmente malo. En ese caso, la prudencia elige omitir la acción para evitar hacer el mal. Normalmente, podemos tener muchos impulsos que asoman en forma de una intención torcida. (Los que tenemos muchos hermanos, sabemos de sobra las de veces que se nos ha ocurrido pegarle un bofetón que deje sentado a uno de ellos). Y tras pensarlo, nos damos cuenta de que debe quedarse en eso, en una intención torcida y fallida, que no va más allá del pensamiento. Ahí es cuando la prudencia examina la situación, la intención, la finalidad y decide que lo mejor es no actuar, omitir una acción mala, que haría daño al que lo hace y al que la padece.

Los verbos típicos que indican que alguien está ejercitando la parte de la virtud de la prudencia que corresponde a la inteligencia son: sopesar, calcular, analizar, consultar, calibrar, considerar, dirimir, priorizar, discernir, etc. Los verbos relacionados con la voluntad son: decidir, desear, apetecer, querer, elegir, omitir, mandar, hacer, determinar, resolver, ejecutar, etc.

Los enemigos de la prudencia son varios y están bien identificados. Normalmente impiden que la virtud se ejercite en todo su recorrido, que no inicie o deje a medias el proceso y evitar que  llegue a término.

En primer lugar, las prisas, la precipitación, el atolondramiento. Pensar es pararse a pensar. El tiempo es necesario, para dirimir, sopesar adecuadamente. Al principio, cuando la virtud aún no está arraigada, toma más tiempo, cuando la hemos ejercitado en una multitud de ocasiones, se vuelve casi automático porque ya es parte de un hábito. La prisa es mala consejera, dice el refrán. Este es el motivo. La prisa evita que pensemos y nos lleva directamente a la acción. Y vamos, como el conejo de Alicia, corriendo sin saber muy bien hacia dónde, por qué, si merece la pena o si esa es la mejor manera de hacer para obtener lo que queremos conseguir. La prisa es una gran aliada del error.

Otra es la debilidad de la voluntad junto con la fuerza descomunal de las emociones, suelen ir de la mano. A la voluntad no le cuesta ningún esfuerzo desear, apetecer, sentirse atraída por lo bueno. En cambio, llevar a cabo la tarea de deliberar sobre las opciones y los medios, elegirlos, hacer frente a las emociones que, en ocasiones la empujan hacia el mismo lado, facilitándole la tarea, y, en otras, le ponen todo tipo de obstáculos. Luego, ejecutar la acción, mantener la motivación que la inició y seguir yendo paso a paso, medio tras medio, hasta llegar al fin, es esforzado. Cuando hemos ejercitado la voluntad en todos lo pasos, desde la intención, la elección y disposición de los medios, la ejecución de todo el proceso hasta el final, muchas veces, a pesar de que sea esforzado, hacemos la voluntad más fuerte. Cuando dejamos que renuncie a mitad de camino habitualmente, dejamos que se debilite.

De modo que tenemos inteligencia, voluntad, emoción, jugando cada partido, y sólo pueden ganar si son un equipo que entrena en conjunto y está convencido de querer hacerlo cada uno en su posición, unido, hasta el final, tome el esfuerzo que tome y sin trampas.

Como se puede ver, la prudencia, al discernir acerca de la realidad objetiva, lo bueno que ha de hacer la voluntad y ocuparse de que lo haga, es un virtud que está presente en el ejercicio de todas las demás virtudes que le siguen y sus hijas, nietas y bisnietas. Sin prudencia, no hay virtud. Por eso es la primera y es fundamental tomársela en serio y practicarla en todas las ocasiones en las que se nos presenta la oportunidad de elegir entre elegir el bien o evitar el mal en casa situación concreta.

Casi siempre, los errores, el daño que podemos causarnos a nosotros mismos y a otros, el dolor que acarrea un elección torpe, provienen de la imprudencia. A veces, nos gustaría que nos diesen una receta que se pueda aplicar a todo, o que pudiésemos buscar en Google, en lugar de en la propia conciencia, lo que es bueno hacer y lo que por ser malo hay que evitar. Pero, no. Y en esta travesía, como parte también de la prudencia, es bueno buscar consejo de alguien que ya tenga esta virtud en estado maduro. 


Es fácil ver ejemplos de ejercicio de la prudencia en medio de la pandemia: el aislamiento social. Es una elección esforzada.  Y es una elección, sí. Hay quienes deciden salir, a pesar del riesgo de contagio para ellos y las personas con las que conviven. Cuando salimos, ¿qué hacemos? Primero, pensamos si en realidad es necesario y sopesamos si la necesidad de salir es suficientemente importante como para asumir el riesgo de salir. Pedimos consejo: ¿te parece que es tan importante?



Si decidimos salir, pensamos en las opciones: un lugar poco concurrido, donde más garantías de limpieza y desinfección haya, en la hora en la que menos posibilidades de aglomeración se puede prever, etc. Luego los medios: qué necesito. Una lista concreta de la compra para evitar estar más tiempo del necesario en un lugar cerrado y sin ventilación, llevar gel antibacterial o alcohol, guantes y mascarilla, una bolsa donde pueda desechar inmediatamente los guantes y la mascarilla, ir en coche o andando, etc. Y luego, habrá que vencer, quizá, la pereza, el miedo. Ir hasta el supermercado, guardar las distancias recomendadas, tomar todas las precauciones en el manejo de efectivo, desinfectar todo lo que hemos traído al llegar a casa, darse una ducha, cambiarse de ropa, etc. 



Hemos hecho esto cada vez que nos hemos quedado en casa y cada vez que hemos salido. Todo el proceso de la prudencia, cada paso. El verlo en abstracto parece muy difícil, pero en muchas cosas lo hacemos de manera habitual sin siquiera darnos cuenta. El reto es procurar hacerlo siempre y empezar a incluirla en los ámbitos de nuestra vida en las que aún está ausente.  Es la mejor aliada que tenemos para no equivocarnos más de la cuenta y evitar penas y dolores como consecuencia de una mala decisión. Así que tratad de tomarle cariño a doña Prudencia, es la señora que siempre necesitaremos que nos acompañe. 




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