domingo, 25 de abril de 2010

Historias del Nuevo Mundo I

Creo recordar que era febrero. Llegaban a casa de mi abuela uno o dos cajones de madera llenos de mangos. Había una leyenda negra alrededor del mango, de modo que las cajas, en cuanto llegaban del mercado, pasaban a la zona VIP de la despensa, donde se guardaban los tesoros de la abuela: algunas piezas de vajilla fina, licores, pastas y bolsas de chocolatinas, por si llegaba alguna visita sin previo aviso.

Los mangos tenían fama de acumular suciedad, bichos malos y enfermedades, así que no se podían tocar hasta que no pasaran por un meticuloso proceso de desinfección, como si fuesen piedras de criptonita camufladas de ambarino. Mi hermana y yo esperábamos entusiasmadas el momento en que nos dieran luz verde para bebernos el primer mango de la temporada. A pesar de todos los lavados, los enjuagues -repetidos varias veces- y las gotas de poción desinfectante, el mango conservaba ese color amarillo anaranjado, como la yema de un huevo de campo; y un aroma entre dulzón y fresco que nos reducía a un estado hipnótico.

Luego venía el ritual de preparación. Las frutas criollas siempre tenían su ritual propio. El mango de mi infancia tenía forma de corazón humano y el primer paso del rito del mango era un masaje cardiaco. La semilla del mango es grande, como una piedra de río. Apenas deja un pequeño espacio a la pulpa, que la envuelve como un ovillo de lana tangerina y gruesa. Éramos masajistas cuidadosas. Iban y venían nuestras manos diminutas por la superficie hasta dejar el mango como un músculo relajado. El zumo, espeso y fresco, pululaba de aquí para allá dentro de la corteza hasta que salía, por una pequeña hendidura que abríamos en la parte de arriba, y nos lo bebíamos como si llevara una pajita incorporada.

Hace poco vi unos mangos rojizos y enormes en el Corte Inglés. Busqué por allí por si encontraba a su primos los criollos, pero no. No me llevé ninguno y me marché mirando de reojo a los que había con algo de desprecio. No cambiaría mi mango criollo por nada, y menos por un primo suyo tan snob.

8 comentarios:

Castri dijo...

No sé si son "criollos" pero los mejores importados desde el otro lado del charco son los "Mango por avión Isla Bonita". A ver si me acuerdo de guardarte una pegatina la próxima vez... :)

Corina Dávalos dijo...

Algún día tienes que venirte conmigo al otro lado del charco y probar un mango criollo en su hábitat natural...créeme que saben distinto. Un abrazo Castri!

Castri dijo...

¿Algún día? ¡Pon fecha! ;)

Manec dijo...

Me encanta cómo describes el ritual. Tal cual! y jamás pensé alguien podría describirlo con tanta precisión. Lo más difícil del mundo describir cómo es una fruta o un vegetal y mucho más el cómo te lo comes...

A mí los mangos me saben a Navidad. Siempre están presentes en Diciembre, junto a la armada del árbol y el Nacimiento, entre musgo, olor de pino y el desastre de cajas que están por todos lados de la casa.

Gracias por la entrada que me hace tener un poco de nostalgia de mi pequeño y hermoso Ecuador.

Kuky Haindl dijo...

Es que no hay nada como las frutas de Ecuador! En Chile nuestra fruta es un lujo, pero ustedes disfrutan de una variedad espectacular!
Me encantó esto de las Historias del Nuevo Mundo!
Saludos!

Unknown dijo...

Preciosa evocación. Además, los mangos están riquísimos, en su hábitat o en el otro.

Corina Dávalos dijo...

Castri, cuando acabe la tesis nos vamos!

Maneco, gracias por comentar, a mí también se me ha despertado la nostalgia escribiendo esta entrada, y la verdad, también el apetito. ¿A que nunca has conseguido "chupar mango" sin ponerte perdida?

Kuki, te concedo que en Ecuador tenemos una variedad casi infinita, pero vosotros tenéis esa suerte con ¡¡¡el marisco!!! Hace años fui al mercado de Santiago (eso sí que es criollo) pero tenía el estómago fatal y no pude probar bocado. Habra que volver...¡Un abrazo!

Javier, espero que encuentres mangos en Alemania, aunque lo propio ya se sabe...salchichas, cerveza y preztels. Que te vaya muy bien auf Deuschtland...ya te contaré una pequeña anécdota del día del patrón, no sé si ponerla como género cómico o trágico...te contaré.

Kuky Haindl dijo...

Es cierto! nuestros mariscos son como un trozo de cielo! hace poco fui a comer al mercado y que delicia! debes volver y disfrutarlos con el estómago sano! y si vienes, me avisas y yo te recibo en casa y te preparo unos cuantos más (como machas a la parmesana, una de las mayores delicias de Chile)

Familias imperfectas

  A menudo, cuando se habla de la familia, se presenta un modelo ideal. Y está muy bien manejar arquetipos, historias y ejemplos dignos de i...