A menudo, cuando se habla de la familia, se presenta un modelo ideal. Y está muy bien manejar arquetipos, historias y ejemplos dignos de imitar para mirarlos de reojo, de vez en cuando, con ánimo de aprender o simplemente para sentir una sana envidia. Lo cierto es que las familias provienen cada una de su padre y de su madre, es decir, son un maravilloso caos ordenado en el que la unidad y la diversidad encuentran siempre una manera de convivir.
En la familia encontramos gente de lo más dispar, unida por los lazos de sangre, por la historia íntima que se bifurca indefinidamente hacia arriba y hacia abajo, por las vivencias de esa historia –dividida y multiplicada– por los puntos de vista de cada uno de sus miembros. Encontramos a personalidades y generaciones diferentes que viven dentro de y se acomodan a esta insólita unidad en la que han sido arropados y aceptados como son y como serán.
En la película Vive como quieras, de Frank Capra (1938), asistimos a la vida de una familia casi real, es decir, un auténtico circo. Cada uno, con sus peculiaridades y excentricidades es querido sin ser juzgado. La total naturalidad con que se miran entre sí, al margen de juicios, quejas, imposiciones y conflictos, es una delicia y un delirio. Libertad y buen humor son el suelo firme en el que todos pueden apoyarse para saltar hacia el desarrollo de su manera única de ser. La ocurrencias de cada uno no son toleradas por los demás, son bienvenidas y apreciadas.
Quizá el secreto de una familia feliz es precisamente éste: la capacidad de acogida entusiasta. Para lograr una familia buena, es necesario aprender a, en palabras de Chesterton, "amar lo distinto y lo incómodo". Nadie en la especie humana es perfecto, sí perfectible. La familia es el lugar en el que cada uno se perfecciona mediante la educación, el diálogo, el respeto, el desarrollo de la intimidad y la habilidad para compartir. Nada de esto es posible sin los roces previsibles. Por eso, no es ningún escándalo, ni nada sorprendente que en la familia haya malentendidos, altercados, riñas.
Lo importante es que, cuando aparecen esos factores de dispersión individualista, que pretenden aislar en el resentimiento, se aplique la fuerza contraria para volver al centro: el perdón. El papa Francisco lo dice de una manera muy gráfica. "No es un problema si alguna vez los platos vuelan – en familia, en las comunidades, entre los vecinos –. Lo importante es buscar la paz lo más pronto posible, con una palabra, un gesto." La familia es el lugar donde los platos de más valor son aquellos que han volado, se han roto y en los que se han vuelto a juntar las piezas con el pegamento de la reconciliación.
Para Rafael Alvira, filósofo madrileño, la virtud familiar por antonomasia es la magnanimidad, la grandeza de ánimo. La magnanimidad es la virtud que impulsa a buscar lo óptimo para sí mismo y para los demás. Por eso, en Vive como quieras, los Vanderhof son viables como familia. Tienen unos principios morales muy bien asentados y compartidos. No se trata de hacer lo que a cada cual le viene en gana, sin más. No se trata de ser una comunidad en la que se empuja a cada uno hacia un camino que va directo a la ruina, poniendo al bien y al mal como iguales.
Se trata más bien de comprender que hay tantas maneras de hacer el bien como personas hay en este mundo. La grandeza de ánimo, como ambiente y actitud, permite y fomenta que cada uno busque y encuentre su propia manera y se lance a descubrirla en la práctica, con la confianza de que siempre tiene el respaldo de los suyos. Parafraseando el título de la película, se trata de que en la familia vivas el bien como quieras.
Paradójicamente, para cultivar ese ambiente es imprescindible renunciar a los planes de bien que cada uno quisiera para los demás. Muchos de los roces que se repiten una y otra vez por la misma causa, tienen que ver con esta voluntad de dominio y dirección. La críticas, las quejas, los reclamos tienen, en las familias buenas (y también en las no tan buenas) un origen en la pretensión de corregir. Co-regir es regir-con quien se rige de manera autónoma. Y compartir la propia dirección es algo que nadie está dispuesto, de buenas a primeras, a consentir. Por eso, la críticas, las quejas y los reclamos, además de generar tensión, son absolutamente estériles e incluso dañinos. La magnanimidad no impone, invita; la grandeza de ánimo dialoga, comprende y, sólo desde ese lugar de confianza mutua, se permite que surja la sugerencia. Sólo así se ofrece y se recibe una "corrección" como una ayuda constructiva y fértil.
La familia imperfecta es el lugar más perfecto en el que estar y el que más necesitamos cuidar. Volviendo a Chesterton, "el lugar donde nacen los niños y mueren las personas, donde el amor y la libertad florecen, no es en una oficina, ni en un comercio, ni en una fábrica." Es la familia, la familia imperfecta, en la que caben los platos voladores, las vajillas refaccionadas y los locos apasionados por vivir el bien, interpretándolo a su manera.