

Hay castillos de arena, juegos de cocinita con despensa ilimitada: arena de colores, hierbas de mil aromas, flores de tamaños y figuras exóticas, miel de abeja recién cosechada. Juego del escondite entre matorrales, raíces de antiguos eucaliptos, y ese olor a mentol, que curaba resfriados y chichones. Aperitivo por sevillanas, siesta por fandangos y nanas. Madrugada junto al fuego con historias de la abuela, cuadros imponentes: La Tempestad Calmada, La Última Cena, El Huerto de los Olivos, la capilla nueva con sus viejos relicarios, las cruces procesionales, los cirios de colores, los velones, los escapularios.

Este fin de semana me voy al campo, y habrá chimenea y palomitas, capotes, fandangos y muchos libros. No es aquel de mi infancia, pero no puedo negar que es también un paraíso.
6 comentarios:
Pues que disfrutes tanto el fin de semana como yo tu entrada.
Yo vengo de la playa. El mar, la mar, el mar, la mar...
He disfrutado un montón. y reconozco que el mar es otro mundo paradisíaco, efectivamente.
Me gusta el campo! (y el campus.) Gracias, Anacó.
Gracias por mostrarnos este paraíso tan necesario para sobrevivir al lunes.
Leí sobre tu paraíso y simultáneamente, se iba apareciendo el mío. ¡Qué bien estaría poder visitarlos todos!
Este fin de semana pasé por uno y fue estupendo: renové los ánimos aunque todavía hoy arrastro sueño...
PD- y el libro por el que te pregunté... ¿me lo compro?
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