viernes, 18 de junio de 2010

Sorpresas

Voy en el metro. Me fijo en la gente que viaja conmigo en el vagón. Me llama la atención un tipo grande, más bien, gordo. Lleva barba y el pelo rapado. Lleva unos pantalones cortos y camiseta, todo negro, que dejan ver una parte de los enormes tatuajes que lleva en los brazos y las piernas, como un guerrero preparado para el combate. Parece que tiene su guerra particular, en la PSP que lleva en las manos, y que no deja de mirar, sin distraerse. Él no se fija en nadie, cosa que agradezco, porque con esa pinta –pienso- me sentiría intimidada si llegásemos a cruzar una mirada.

Para el tren y sube un mendigo. Camina con su bastón y su gorra mirando a los viajeros, por si alguno se compadece de su aspecto famélico y le echa unas monedas a la gorra. Todos miran hacia otro lado, salvo el tipo de los tatuajes. Deja a un lado su juego y se le cambia la cara. Mete la mano en el bolsillo y saca unas monedas. Se acerca al mendigo y se las deja en la gorra despacio, mirándole a los ojos. Me quedo pensativa. Cómo me alegro cuando la vida contradice la majadería esa de "piensa mal y acertarás". El mendigo se llevó algunas monedas y una mirada digna del tipo más bondadoso que viajaba en el vagón.

2 comentarios:

Jaime Nubiola dijo...

¡Maravilloso!

Corina Dávalos dijo...

Gracias, Jaime. En verdad lo maravilloso fue la escena.

Dejad que los niños se acerquen a Mí

Uno de los sacerdotes que celebra la misa en la parroquia cuida especialmente la liturgia. Acompañado por el monaguillo, un chico de unos 12...