jueves, 25 de septiembre de 2008

Estrenos

Para romper la monotonía del tiempo que hemos inventado, necesitamos inventar rupturas y novedades. Cuantificar el tiempo en meses, días, horas, minutos, segundos tiene su utilidad, sin duda, pero no sólo de utilidad vive el hombre, como atestiguan las atestadas consultas de psicólogos y psiquiatras. El tiempo tiene que ver con la cualidad en la medida en que tiene que ver con el sentido. Y el hombre (y la mujer incluso más) necesita del sentido para no morir en vida.

Creo que por eso me gustan los actos de apertura de curso, los cuadernos en blanco, las sábanas limpias, el primer día del otoño. La novedad real de cada día es, en parte, una ficción. ¿Qué hay de nuevo en mí salvo el tiempo y lo que vaya a hacer hoy con él? Escuchaba con atención esta mañana, una lectura del Eclesiastés que se lee en la liturgia de hoy. Terrible por verdadera, y a la vez, de una gran belleza y fuerza poética:

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad!
¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?
Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta.
Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de allí vuelve a salir.
Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento.
Todos los ríos caminan al mar, y el mar no se llena; llegados al sitio adonde caminan, desde allí vuelven a caminar.
Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas.
No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de oír.
Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo el sol.
Si de algo se dice:«Mira, esto es nuevo», ya sucedió en otros tiempos mucho antes de nosotros.
Nadie se acuerda de los antiguos y lo mismo pasará con los que vengan: no se acordarán de ellos sus sucesores.
(Eclesiastés 1, 2-11)
No le falta razón al autor sagrado. En el tiempo de la vida -de las vidas- por ser siempre inevitablemente tan humano, se repite incansablemente lo que otros ojos yan han visto. Sería un camino agobiante ,si no fuera por que cada vida tiene un infinito valor por sí misma, es decir un sentido que no acaba -como dijo Manrique- "en la mar, que es el morir".

Decía Arendt en La condición humana, que la única novedad auténtica es cada persona, su ser y su obrar. De modo que, nada y todo es nuevo bajo el sol. No hace falta buscar demasiado para encontrar la originalidad que tanto se persigue con modas y modos de todo tipo. La llevamos dentro. Sólo hay que aprender a descubrirla. Casi nada. Sólo para valientes. Entonces la primera que se acobarda soy yo. Pero viene en mi ayuda enseguida otro momento de la liturgia: "Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación." Y entonces me atrevo a intentar aprender.

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¡Feliz Navidad!