sábado, 20 de septiembre de 2008

Viajes

El jueves cogí un tren a Madrid. Tenía el tiempo justo para llegar a la mesa de comunicaciones sobre Ricoeur en la UNED. Es un gusto andar por Madrid, rozarse con tantas vidas en trasiego por el metro. Comprobar otras tantas veces la amplitud del corazón de Dios ,que ha querido que seamos tantos y tan distintos. Pienso que a los filósofos nos mirará con especial ternura, viendo los esfuerzos que hacemos para llegar a apresar en conceptos verdades sutiles y escurridizas. De esas que huyen cuando ven una mufeta engolada y , en cambio, corren dando brincos cuando encuentran un niño disfrazado de catedrático.
Y el metro. A veces me parece un paisaje apocalíptico: pasadizos, túneles, cables y un ejército de ratas escondido entre las vías. Como un estéril monumento a la eficacia. Pero hay rostros, miles de rostros. Y yo me voy cruzando con ellos, deseando saber quiénes son.
- ¿Son felices?
- Ojalá.
Salgo a la calle. Con el sol los rostros son aún más humanos. Casi tan humanos como un cuadro de Juan Gris.

3 comentarios:

Raquel Cascales dijo...

La vida es un gran lienzo puesto en manos de niños con ceras, con el tiempo y el conocimiento vamos eligiendo mejor los colores y los trazos son mejores. Las personas, como los viajes, nos abren nuevos horizontes y dejan impresas imágenes que lo hacen todo más bello.

Espero que esa mirada de ternura de la que hablas sea mucho más de lo que podamos pensar.

Coni Danegger dijo...

AnaCó, por favor escribí más impresiones de Madrid

Corina Dávalos dijo...

Raquel, qué bonita glosa. Gracias. Ya te contaré de palabra de dónde viene esa impresión mía de que los filósofos necesitamos especialmente de una mirada compasiva.
Constanza, prometido. Gracias por pasarte, siempre hace ilusión verte por aquí.

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