Hago memoria y encuentro muchos encuentros vacunos a lo largo de mi vida. Las vacas no me gustan especialmente, pero me caen bien. Se me hacen simpáticas esas vacas-señoronas, que se bandean por los caminos levantando polvo y mirando fijamente sin ningún signo de exaltación o asombro. Vamos, lo normal en una vaca. Sólo una vez he visto una vaca con mirada expresiva. Y pobre, no era para menos.
Iba con varias amigas a una carrera de coches nocturna en la pista nueva del Autódromo José Tobar. Para llegar hasta allí, había que entrar por una antigua pista de carreras que rodea la laguna de Yahuarcocha (cuyo nombre en quechua significa lago de sangre). La pista no estaba iluminada, pero con las luces largas y las ganas de correr -que sólo aplaca el carné por puntos-, el circuito era todo mío.
Pisé el acelerador y todo iba bien hasta que, de repente, apareció por el carril derecho una vaca oronda. Se asustó. Me asusté. Me pegué al carril izquierdo pensando que, si se unía a la carrera, le parecería sensato quedarse en el carril por el que había entrado, pero no: las vacas orondas no piensan. Así que pasando de estrategias, emprendió la escapada justo delante de mí.
Sólo recuerdo, el olor a frenos que entraba por la ventana, el griterío de mis co-pilotas y -lo que más- la cara de la vaca; que corría delante, con la cara vuelta y los ojos abiertos e iluminados por los faros del coche: la viva imagen de una vaca desesperada.
Cuando logré parar del todo, la señorona se abrió hacia el interior, le pegó una coz al guardabarros y se perdió en la oscuridad de la noche, tolón, tolón, con la misma cara inexpresiva de siempre. A nosotros en cambio, se nos quedó puesto durante un rato un gesto parecido al de la vaca en plena huida.
Pisé el acelerador y todo iba bien hasta que, de repente, apareció por el carril derecho una vaca oronda. Se asustó. Me asusté. Me pegué al carril izquierdo pensando que, si se unía a la carrera, le parecería sensato quedarse en el carril por el que había entrado, pero no: las vacas orondas no piensan. Así que pasando de estrategias, emprendió la escapada justo delante de mí.
Sólo recuerdo, el olor a frenos que entraba por la ventana, el griterío de mis co-pilotas y -lo que más- la cara de la vaca; que corría delante, con la cara vuelta y los ojos abiertos e iluminados por los faros del coche: la viva imagen de una vaca desesperada.
Cuando logré parar del todo, la señorona se abrió hacia el interior, le pegó una coz al guardabarros y se perdió en la oscuridad de la noche, tolón, tolón, con la misma cara inexpresiva de siempre. A nosotros en cambio, se nos quedó puesto durante un rato un gesto parecido al de la vaca en plena huida.
5 comentarios:
Muy bueno, sí señor. Nos estábamos poniendo muy místico con esto de las vacas. Y ya explicarás lo de la vaca cósmica.
De tu vaca no sólo nos alegramos por su mirada expresiva sino por su agilidad y reflejos.
Desde luego... que llega a ser un poco más torpe y no habría tenido ninguna gracia la anécdota.
¡Qué gracia! Lo que no me ha gustado es eso de que las vacas orondas no piensan. Lo que sucede es que no piensan lo mismo que nosotros, pero pensar sí que piensan... ¡Cómo, si no, le dio una coz al guardabarros! Muuuuuuu
Mi padre tiene una casa en un pueblo vaquero que huele a caca de vaca. Y mi madre odia ir porque es una finolis y no lo ve ni medio normal. Y mi padre, que es de pueblo, odia que mi madre odie su casa. Las vacas y sus excrementos han afectado seriamente a mi familia, e incluso a mi psiquis, porque nunca es bueno ver discutir a los padres. Y menos aún por cacas de vaca.
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