sábado, 9 de junio de 2007

Escritura y amistad

Por fin he encontrado el momento para Las Pequeñas Virtudes de Natalia Ginzburg. Voy leyendo los ensayos en desorden (ad modum recipientis recipitur) y tras el prólogo he paseado por "Retrato de un amigo" y "Mi Oficio". Mi debilidad irreversible por la escritura y la amistad marcan las pautas de lectura, y ya en el prólogo, me sorprende cómo ambas se unen maravillosamente en las palabras de Ginzburg:

"Dedico este libro a un amigo mío, cuyo nombre callo. No está presente en ninguno de estos escritos, y, sin embargo, en la mayoría de ellos ha sido mi secreto interlocutor. Muchos de estos ensayos no los habría escrito si no hubiera hablado con él algunas veces. Ha dado legitimidad y libertad de expresión a ciertas cosas que yo había pensado.
Le expreso aquí mi afecto y el testimonio de mi gran amistad, que ha pasado como toda verdadera amistad, a través del fuego de las más violentas discordias".
Natalia Ginzburg.
Roma, octubre, 1962.

Para escribir hace falta tomarse a uno mismo en serio como escritor y también que alguien más lo haga. Aunque sea como escritor pequeñito y frágil, pero siempre como escritor serio, sin menospreciar el oficio. Porque -como dice la Ginzburg en otro momento- "este oficio no es nunca un consuelo o una distracción. No es una compañía(...). Uno puede hacerse ilusiones de que el propio oficio la acaricie y le acune. Ha habido en mi vida interminables domingos desolados y vacíos, en los que deseaba ardientemente escribir algo para consolarme de la soledad y del aburrimiento, para ser acariciada y acunada por frases y palabras. Pero no ha habido medio de que me saliera una sola línea."

Y si el oficio no consuela, algo alivia saber que todos los que lo cultivan pasan por borrascas y tormentas, por momentos de mar en calma, cielo azul y viento a favor, o por lagunas de aguas opacas y estancadas de donde parece que nunca serán capaces de salir. Pero al final, como diría Machado, todo pasa y todo queda.

Como la tierra, la escritura es omnívora y se alimenta de todo lo que nos ocurre. "Los días y las cosas de nuestra vida, los días y las cosas de la vida de los demás a que nosotros asistimos, lecturas, imágenes, pensamientos, conversaciones: se alimenta de todo esto y crece en nuestro interior." La tierra no sólo alberga aquello que revolotea alegremente en la superficie, sino también lo que se pudre en sus entrañas descomponiéndose dolorosamente para reconvertirse en tierra fértil.

El oficio es celoso y reclama su lugar propio e independiente de los vaivenes de nuestra vida. Aunque viva siempre en una existencia paralela e inseparable de ella, no es su sirviente y no se deja subyugar del todo por nuestra biografía. Por eso, cuando el oficio no nos acompaña ni nos consuela, y no estamos en condiciones de responder a sus rigurosas exigencias, vamos entonces otra vez a los amigos. Que, si son buenos, nos exigen y nos toman en serio, pero a diferencia de la letra muerta, también acompañan, acunan, acarician y consuelan.



10 comentarios:

María dijo...

Anacó, pero que bonito! ¿no?... tienes que estar disfrutando con esta lectura!...
Me ha gustado esto que dices "Para escribir hace falta tomarse a uno mismo en serio como escritor y también que alguien más lo haga."... es más fácil escribir si alguien cree en ti ¿verdad? si te ayudan y te corrigen y te acompañan no?.
Tomo nota!

Inma dijo...

Qué bien que hayas dado con "Las pequeñas virtudes" y sobre todo que las traigas a tus ráfagas; yo también los leí en desorden, atraída sucesivamete por los diferentes títulos. No sé si te sucederá a ti, pero al leerla siempre me parece estar oyendo una voz poderosa, serena y cercana -a veces cortante- la de Natalia Ginzburg, una de esas escritoras que se unieron a mi vida por hilos misteriosos e indefinibles, como Martín Gaite.

Siempre siento curiosidad por descubrir qué es lo que más le ha gustado a otro lector amigo: no tendríamos porqué coincidir, pero yo también hubiera citado esos textos.
Preciosas tus glosas: ¡qué fina interpretación de lectora-poeta-filósofa!

Corina Dávalos dijo...

Inma! que gusto verte por aquí. La verdad, tendría que haber incluido un agradecimiento especial para ti en la entrada. Yo di con Las Pequeñas Virtudes y con Ginzburg gracias a tus retahílas.
Seguiré con los otros ensayos. Mucho ánimo con la investigación.

Coni Danegger dijo...

AnaCó, he leído como una melancolía (normal en alguien que es poeta, supongo), pero me encantó leer tu backstage de reflexión sobre la suerte de poder escribir "para tus amigos".

Y me encantó que compararas la escritura con la tierra omnívora; con la tierra que a veces parece desolada, pero sólo está creciendo y luego, súbitamente, se llena de brotes. Con la tierra amiga que hay que trabajar cada día.

Pregunta: ¿cuando hablas del "oficio" y de "escribir" sólo te refieres a la escritura poética, que va tan, tan bien?

Corina Dávalos dijo...

Querida Constanza, en realidad, creo que la melancolía brota de algunos pasajes de Ginzburg. No es mía, al menos en este momento, a menos que lo apliquemos a la escritura de una tesis, que -como sabes por experiencia- tiene etapas en las que más bien parece que uno intenta cultivar enla roca. Cuando habla de oficio, Ginzburg abarca la escritura poética y narrativa. Lo que digo es un extracto muy reducido de las maravillosas reflexiones que Ginzburg hace de su oficio como escritora. Te recomiendo que lo leas entero si puedes hacerte con éll. Merece la pena. (Y si no lo consigues, dime, te envío una copia.)

Jaime Nubiola dijo...

Me llamó la atención lo que dijo el otro día Felipe Benítez Reyes en Navarra: "La escritura más que llenar, vacía mucho".

Quizá por eso para perseverar en la escritura va tan bien el apoyo del afecto inteligente que nos presta fuerzas para sortear las dificultades interiores y exteriores.

Quienes nos vaciamos al escribir recargamos las pilas —como se dice ahora— con el afecto de nuestros lectores. Escribimos para que nos quieran.

Coni Danegger dijo...

AnaCó, te agradeceré que envíes la copia, si puedes... Y te agradezco que continuaras hablando de la tierra, metiéndote en esa tan concreta y universal del metier de las tesis.

Me parece que Jaime tiene razón. A veces al terminar de escribir me siento como livianita, pero no lo había pensado hasta ahora. Pero lo peor es después de dar click a "Publicar": sentirme una tonta, avergonzada de quedar tan expuesta. En el fondo me cuesta que después del "vaciamiento" quede como un denso silencio alrededor, cuando sucede que la anhelada tertulia no se arma: una consecuencia de lo que Jaime llama con acierto "escribir para que a uno lo quieran". ¡En fin, gajes de principiante del oficio!

Corina Dávalos dijo...

D. Jaime, gracias por el comentario, no había pensado en esa afirmación de Benítez Reyes, eso daría para otra entrada. Quizá lo que dice Constanza sea verdad, el vacío no lo provoca la escritura, sino la ausencia de diálogo a partir de lo que uno escribe. Un argumento a favor de la escritura como apertura a otros frente al escritor solipsista que busca la pura expresión, pero no la comunicación.

Anónimo dijo...

Necesitaba esta entrada hoy. Gracias.

Corina Dávalos dijo...

A ti, quilla, por pasarte.

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