Ayer una amiga mía fue a hablar de los beneficios de la literatura a la cárcel de mujeres de Pamplona. Su público (14 mujeres) estaba de acuerdo en que los años de condena, bien aprovechados, pueden ayudarles a crecer interiormente. Todas leían. ¡Incluso poesía!
A las reflexiones de mi amiga sobre la literatura, aquellas mujeres añadieron las suyas. Se sentían afortunadas de haber podido tener tiempo para pensar. Para la mayoría, su mayor descubrimiento ha sido la escritura. Allí no tienen móviles, ni internet. Tienen papel, mucha soledad y tiempo por delante. Todas reconocían que gracias a la escritura se conocen más, conocen mejor a las personas a las que quieren. Han aprendido a expresar sus sentimientos, a no pasar por alto detalles que parecían no tener importancia, a reflexionar acerca de lo que han vivido y se consideran mucho más afortunadas que muchos de los que andamos del otro lado de las rejas corriendo hacia quién sabe dónde. La cárcel les ha librado de las prisas. ¡Y lo agradecen! (Muy, pero que muy malas deben ser las prisas, para que las presas hablen de la cárcel como una liberación.)
No envidio a las reclusas, pero reconozco que me han impresionado sus reflexiones. Desde luego, el tiempo y la distancia nos ayudan a poner muchas cosas en su sitio, apreciar el detalle y el conjunto. Las cosas más importantes no se aprenden de la teoría, tampoco de la pura experiencia, la sabiduría surge de la difícil colaboración entre ambas. Y de un solplo de lo alto que nos ayuda para no errar en el momento de la interpretación.
A las reflexiones de mi amiga sobre la literatura, aquellas mujeres añadieron las suyas. Se sentían afortunadas de haber podido tener tiempo para pensar. Para la mayoría, su mayor descubrimiento ha sido la escritura. Allí no tienen móviles, ni internet. Tienen papel, mucha soledad y tiempo por delante. Todas reconocían que gracias a la escritura se conocen más, conocen mejor a las personas a las que quieren. Han aprendido a expresar sus sentimientos, a no pasar por alto detalles que parecían no tener importancia, a reflexionar acerca de lo que han vivido y se consideran mucho más afortunadas que muchos de los que andamos del otro lado de las rejas corriendo hacia quién sabe dónde. La cárcel les ha librado de las prisas. ¡Y lo agradecen! (Muy, pero que muy malas deben ser las prisas, para que las presas hablen de la cárcel como una liberación.)
No envidio a las reclusas, pero reconozco que me han impresionado sus reflexiones. Desde luego, el tiempo y la distancia nos ayudan a poner muchas cosas en su sitio, apreciar el detalle y el conjunto. Las cosas más importantes no se aprenden de la teoría, tampoco de la pura experiencia, la sabiduría surge de la difícil colaboración entre ambas. Y de un solplo de lo alto que nos ayuda para no errar en el momento de la interpretación.
1 comentario:
Y que las cárceles o los barrios marginales, con todo su dolor y su miseria, fueron el origen de muy grandes literatos. Al fin y al cabo, yo estoy convencido de que esas personas, que se han enfrentado a la verdadera crudeza de la vida, a situaciones que las personas más o menos acomodadas no podemos imaginar, o podemos imaginar sólo en abstracto, conocen mucho más que nosotros, y que nuestros juegos de manos de citas literarias y volúmenes librescos.
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