Esta mañana me he acercado al banco para hacer una transferencia. Tomé un número y me senté a esperar mientras ojeaba los folletos que suelen desplegar, como una feria de papel, para clientes aburridos. Entró una señora mayor. Un poco desaliñada y como aturdida. Tomó un número. Cuando sonó el tono para llamar al siguiente, se adelantó ella, con mucha prisa. Yo miré mi número y levanté la cabeza para comprobar si era el mismo que se había iluminado en la pantalla. El 82. Y ella: —Que tengo el 82. Y yo, que repetía la operación de mirar al papel y remirar al indicador. Y en estas estaba, cuando me miró el hombre del mostrador y me hizo un gesto, muy discreto que me sacó de dudas. La trató con mucha amabilidad. Con delicadeza, diría yo. Cuando la mujer terminó, me acerqué al mostrador. Le entregué el número (el 82).
Me preguntó qué quería, algo azorado. Se creó una atmósfera de complicidad que nos sacó una sonrisa a los dos. Al terminar me despedí y se despidió. Los dos disimulamos un poco la alegría, por aquello de que no conviene que la mano izquierda se entere de lo que hace la derecha. Desde fuera quizá parecía que yo estaba muy contenta porque acababa de comprar un ordenador, y él porque ya quedaban menos en la cola. Lo curioso es que en esta pequeña oficina de una caja de ahorros de provincias, sólo quedará constancia del pago de un ordenador, por transferencia bancaria. Por no saber, no supo ni la misma beneficiada, lo que ocurrió en apenas unos segundos. Y sin embargo, lo que ha ganado Apple o la Caja Navarra con mi transferencia, no tiene ni punto de comparación con lo que hemos ganado todos, aun sin saberlo, con el gesto del hombrecillo "gris" del mostrador.
6 comentarios:
Hay que ver las cosas buenas que nos perdemos cuando no estamos en onda...
Muy buena la entrada Anacó. Gracias por esa "pequeña gran lección" dada desde la cotidianeidad.
La gracias al hombrecillo del mostrador. Bueno, y a ti por pasarte por aquí y dejar un comentario.
Paso por aquí -recomendado por una amiga tuya- y no puedo sino dejar rastro, porque me ha encantado tu historia. El color de un hombrecillo gris, podría llamarse. Qué bien contado.
Bienvenido, Néstor, yo suelo pasar de vez en cuando por tu bufete de letras y disfruto mucho con tus historias. Gracias por el comentario. ¡Saludos!
Anaco,
no sabía que habías vuelto a tu vida bloggera!! Me he enterado por una amiga que me ha escrito desde Sevilla para decirme que te lee! Tan cerca y tan lejos!
Felicidades por la vuelta y por esta simpática entrada! Ojalá vayamos descubriendo cada dia muchos hombres y mujeres "grises"!
Ah, recuerdos Cristina Abad!!!!!
Jacin
Jacin, qué ilusión volverte a ver por aquí. Ya ves, aquí seguimos. Un abrazo!
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