Ha pasado ya una semana desde el último post y mi jefe se inquieta pensando que mi ausencia del blog es un síntoma de estrés post-traumático. Pero -como suele decir Rafael Alvira- la realidad es bien distinta. Resulta que llevo una semana just like the mad woman in the attic (por robar una expresión que me gustó mucho cuando la vi, pero que ya no sé ni dónde ni cuándo la leí, de modo que la cita es imposible por culpa de mi desmemoria.) Me he encerrado en la habitación con dos libros, un atril y el ordenador. Sin señales de wifi, sin bases de datos a la mano, y bien lejos de la segunda planta de la biblioteca, que para mi ruina académica está llena de grandes libros de literatura.
Pero el motivo de mi reclusión tiene además otro aliciente. Feliz desgracia la mía, cuando ya tenía más o menos controlado el tiempo que dedico a leer los blogs que me interesan y escribir en el mío, pensé que ya no había más batallas que pelear. Los molinos de la blogósfera, tras varios embates que en otros tiempos pudieron haberme robado el seso, tenían ahora un aspecto apacible.
Pero, ¡ay, amigos! la calma es el espejismo más real que yo conozca. Ahora ha llegado la era de Facebook con sus muros (hablaré algún día de esta curiosa metáfora) y las batallas empiezan otra vez. Feliz desgracia -decía- porque he reencontrado amigos de todas las épocas de mi vida, todos juntos en cosa de 15 minutos. Direcciones de correo que había perdido, gente con la que no sabía cómo contactar porque sus huellas andaban ya tan lejanas en el tiempo, que ni poniéndome en plan sabueso había conseguido recuperar su rastro. ¡Feliz, claro, feliz hallazgo! El primer día tuve un poco de mareo existencial al ver a tanta gente con sus niños, con su vida encaminada, tan distinta o tan igual, según los casos, de lo que apuntaba en la adolescencia. Y como la ocasión la pintan calva, me he puesto las botas de conversar con viejas amistades.
En mi casa no fue muy bien visto mi deslumbramiento con Facebook. Los nuevos medios, tengo que reconocer, suelen tener mala prensa. Que si son una pérdida de tiempo, que si son una fuente de cotilleo inaguantable, que si la pérdida de la intimidad, que si se estarán embruteciendo las nuevas generaciones... No puedo negar que hay razones para pensarlo. Sobre todo cuando uno sólo piensa en los efectos nocivos de las nuevas tecnologías. Pero yo no puedo condenar un medio o una herramienta sin plantearme -que quizá- ya he sido víctima del embrutecimiento y quién sabe si de forma irreversible.
Aunque el medio se vista de seda... medio se queda. Facebook es un reflejo sorprendente de la vida social, con sus glorias y sus vergüenzas, que son -al fin y al cabo- las glorias y las vergüenzas de las personas que se mueven en ella. A través de las redes sociales se entera uno de muchas cosas que son irrelevantes para las sobrias necesidades informativas de la vida de una persona: cierto. ¿Pero no sucede también en la vida real? Nos enteramos de cosas que no necesitamos, sencillamente porque vivimos y eso lleva consigo que vemos y oímos. Luego -en Facebook y en la vida- elegimos, entre todo eso, lo que miramos y escuchamos: la atención que prestamos a las cosas es siempre un acto libre, o al menos puede serlo. No nos engañemos, quien es cotilla o impúdico en Facebook no es así por Facebook, sino que desgraciadamente esa persona es así. Virtudes y vicios los llevamos a cuestas allá donde vamos: omnia mea mecum porto.
El medio no es el mensaje, con el permiso de McLuhan. Indudablemente cada medio predispone a quien lo usa, lo encamina hacia ciertos tipos de hábitos o actitudes, mejores o peores, con más o menos facilidad. Pero eso no es un problema sino un dato, cualquier cosa en este mundo posee esa virtualidad. El problema está en que, quienes lo utilicen no sean tan libres como creen serlo y se dejen arrastrar en sus elecciones por los reclamos de lo que se encuentran dentro o fuera de sí mismos, dejándose infectar ingenuamente por todo tipo de venenos sin acudir a la prudencia que es el mejor filtro antivirus.
Personalmente tengo buenas experiencias con los blogs, messenger y ahora las redes sociales. También sé que hay que ponerse en jarras con el jetas que todos llevamos dentro para no dilapidar el tiempo de trabajo o de dedicación a quienes tenemos a nuestro lado -de cuerpo presente- con la tontería de que "me reclaman mis hobbys cibernéticos". También sé que las relaciones y los vínculos de amistad no son virtuales porque se desarrollen o sobrevivan gracias a un medio al que le han puesto ese sambenito. Son verdaderas o son falsas, punto. Y eso no depende de si hablamos en una cafetería o en Facebook, depende de si hablamos sinceramente y queremos al otro en serio y buscamos su bien, o no. Como toda la vida de Dios.
Andamos desconcertados. Habíamos conseguido que la tecnología sincronice los tiempos. Con el teléfono lográbamos unir los tiempos de continentes enteros: mientras unos se preparaban para afrontar el día, podían cambiar impresiones con quienes andaban ya clausurando la jornada. Y su tiempo entonces se volvía uno. Nunca había sucedido algo así con el espacio. Los antecedentes remotos los encontramos quizás en el cine de los Lumière, la escena de aquel tren entrando en la estación que provocó una estampida -con razón- entre quienes estaban en la sala porque el "tren virtual" se les venía realmente encima. Estamos en lo de siempre. Las dificultades que tenemos para distinguir entre realidad y representación son grandes y permanentes. Como dice Alejandro Llano, con doble acierto en los títulos de dos libros suyos: la representación es un enigma y el diablo, un conservador.
Pero el motivo de mi reclusión tiene además otro aliciente. Feliz desgracia la mía, cuando ya tenía más o menos controlado el tiempo que dedico a leer los blogs que me interesan y escribir en el mío, pensé que ya no había más batallas que pelear. Los molinos de la blogósfera, tras varios embates que en otros tiempos pudieron haberme robado el seso, tenían ahora un aspecto apacible.
Pero, ¡ay, amigos! la calma es el espejismo más real que yo conozca. Ahora ha llegado la era de Facebook con sus muros (hablaré algún día de esta curiosa metáfora) y las batallas empiezan otra vez. Feliz desgracia -decía- porque he reencontrado amigos de todas las épocas de mi vida, todos juntos en cosa de 15 minutos. Direcciones de correo que había perdido, gente con la que no sabía cómo contactar porque sus huellas andaban ya tan lejanas en el tiempo, que ni poniéndome en plan sabueso había conseguido recuperar su rastro. ¡Feliz, claro, feliz hallazgo! El primer día tuve un poco de mareo existencial al ver a tanta gente con sus niños, con su vida encaminada, tan distinta o tan igual, según los casos, de lo que apuntaba en la adolescencia. Y como la ocasión la pintan calva, me he puesto las botas de conversar con viejas amistades.
En mi casa no fue muy bien visto mi deslumbramiento con Facebook. Los nuevos medios, tengo que reconocer, suelen tener mala prensa. Que si son una pérdida de tiempo, que si son una fuente de cotilleo inaguantable, que si la pérdida de la intimidad, que si se estarán embruteciendo las nuevas generaciones... No puedo negar que hay razones para pensarlo. Sobre todo cuando uno sólo piensa en los efectos nocivos de las nuevas tecnologías. Pero yo no puedo condenar un medio o una herramienta sin plantearme -que quizá- ya he sido víctima del embrutecimiento y quién sabe si de forma irreversible.
Aunque el medio se vista de seda... medio se queda. Facebook es un reflejo sorprendente de la vida social, con sus glorias y sus vergüenzas, que son -al fin y al cabo- las glorias y las vergüenzas de las personas que se mueven en ella. A través de las redes sociales se entera uno de muchas cosas que son irrelevantes para las sobrias necesidades informativas de la vida de una persona: cierto. ¿Pero no sucede también en la vida real? Nos enteramos de cosas que no necesitamos, sencillamente porque vivimos y eso lleva consigo que vemos y oímos. Luego -en Facebook y en la vida- elegimos, entre todo eso, lo que miramos y escuchamos: la atención que prestamos a las cosas es siempre un acto libre, o al menos puede serlo. No nos engañemos, quien es cotilla o impúdico en Facebook no es así por Facebook, sino que desgraciadamente esa persona es así. Virtudes y vicios los llevamos a cuestas allá donde vamos: omnia mea mecum porto.
El medio no es el mensaje, con el permiso de McLuhan. Indudablemente cada medio predispone a quien lo usa, lo encamina hacia ciertos tipos de hábitos o actitudes, mejores o peores, con más o menos facilidad. Pero eso no es un problema sino un dato, cualquier cosa en este mundo posee esa virtualidad. El problema está en que, quienes lo utilicen no sean tan libres como creen serlo y se dejen arrastrar en sus elecciones por los reclamos de lo que se encuentran dentro o fuera de sí mismos, dejándose infectar ingenuamente por todo tipo de venenos sin acudir a la prudencia que es el mejor filtro antivirus.
Personalmente tengo buenas experiencias con los blogs, messenger y ahora las redes sociales. También sé que hay que ponerse en jarras con el jetas que todos llevamos dentro para no dilapidar el tiempo de trabajo o de dedicación a quienes tenemos a nuestro lado -de cuerpo presente- con la tontería de que "me reclaman mis hobbys cibernéticos". También sé que las relaciones y los vínculos de amistad no son virtuales porque se desarrollen o sobrevivan gracias a un medio al que le han puesto ese sambenito. Son verdaderas o son falsas, punto. Y eso no depende de si hablamos en una cafetería o en Facebook, depende de si hablamos sinceramente y queremos al otro en serio y buscamos su bien, o no. Como toda la vida de Dios.
Andamos desconcertados. Habíamos conseguido que la tecnología sincronice los tiempos. Con el teléfono lográbamos unir los tiempos de continentes enteros: mientras unos se preparaban para afrontar el día, podían cambiar impresiones con quienes andaban ya clausurando la jornada. Y su tiempo entonces se volvía uno. Nunca había sucedido algo así con el espacio. Los antecedentes remotos los encontramos quizás en el cine de los Lumière, la escena de aquel tren entrando en la estación que provocó una estampida -con razón- entre quienes estaban en la sala porque el "tren virtual" se les venía realmente encima. Estamos en lo de siempre. Las dificultades que tenemos para distinguir entre realidad y representación son grandes y permanentes. Como dice Alejandro Llano, con doble acierto en los títulos de dos libros suyos: la representación es un enigma y el diablo, un conservador.
5 comentarios:
Bueno. Los medios no son malos ni buenos en sí mismos. Depende del uso que se hagan.
Facebook a mi me aturde, pero bien utilizado sirve para contactar con gente que perdiste..si es que quieres reencontrarlos.
Buen post
Me pasa lo mismo que a ti, jeje.
Tengo muy buenas experiencias con los blogs, foros, chat, facebook, tuenti... Pero corro el peligro de quedarme en el ático con todos ellos.
Últimamente he estado reflexionando bastante respecto a este fenómeno. Creo ya no tiene caso pensar bien o mal de las nuevas tecnologías, porque es lo que constituye la realidad de la vida de la mayoría de nosotros, al menos a partir de cierta generación.
Por el contrario, es algo a tener muy en cuenta a la hora de plantearnos nuestro día, nuestras relaciones sociales y profesionales, nuestra sociedad. Se trata, como tú misma has dicho, de emplear bien los medios que tenemos.
Por cierto, me ha encantado la cita de origen desconocido^^
Saludos!
Eso mismo es lo que trato de decir, querida Molinos, y a mí lo del muro también me aturde, y acabo usando las herramientas de mensajes personales la inmensa mayoría de las veces.
Si quieres reencontrarlos, jaja, pues sí, ese es otro capítulo aparte. ¡Gracias por pasarte!
Isa, estamos de acuerdo. El día sigue teniendo 24 horas y las personas una capacidad limitada de atender cosas con la atención debida. Pienso como tú que las n.t. son ya parte del pasisaje cotidiano, lo importante no es el medio, sino la virtud. Pero esa palabra y su contenido tienen cada vez menos presencia... así nos va. Recupérate pronto. ¡Me gusta el nuevo título de tu blog!
Me encanta el post Anacó... sobre todo porque has reflejado a la perfección los primeros segundos de estupefacción que le entran a uno cuando entra en Facebook.
En Internet está el futuro y es por eso por lo que hay que tenerlo tan presente.
Por cierto tienes en Facebook un desayuno pendiente con filosofía joven. Te esperamos.
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