jueves, 4 de junio de 2009

Notas frente al espejo (I)

Estos días de calor los paso delante del teclado y los libros. Ayer escribí mucho. No sé si bien, esa valoración he aprendido a dejársela a mi buen director. Esta mañana me he concedido un respiro y he retomado los Días de diario de Antonio Muñoz Molina. Voy recogiendo párrafos que también puedo aplicar a mi trabajo con la tesis. Me alivia pensar que la escritura académica lleva una buena dosis de literatura en su composición. Me hacen gracia los pequeños rituales que van surgiendo alrededor del oficio de escribir. Yo he añadido ahora a mis manías la pequeña ceremonia de las gafas. Apenas dura un par de minutos, pero es un tiempo que marca la separación entre mi vida cotidiana y mi vida en las ideas y las letras. Sacar las gafas de su cajita, limpiarlas (aunque estén limpias) y colocarlas sobre la nariz en el punto exacto que me permite mirar al texto desde el ángulo que me resulta más cómodo, se ha convertido en una especie de puerta secreta que me traslada a ese otro mundo.

Hasta hace tres años ese mundo me era perfectamente extraño; hostil, incluso. Los fantasmas de mi propia inseguridad me asustaban como, cuando de niña, mi madre apagaba la luz de mi habitación y cerraba la puerta después de darme un beso. Y yo me quedaba allí, a solas con los muebles en penumbra, sofocando las rebeldías de mi imaginación. Cuando me pongo las gafas recuerdo los días de tensión frente a los libros, los párrafos escasos que escribía con mucho esfuerzo y que borraba sin contemplaciones. Me ayuda encontrarme la experiencia de otros y comprobar que la incertidumbre es uno de los ingredientes imprescindibles de la escritura. Yo podría ser Muñoz Molina cuando dice que "ayer trabajé de una manera desordenada, con la sensación de estar perdido, pero al final logré alguna página decente." O también cuando después de una mañana laboriosa dice: "por la tarde sigo trabajando varias horas, sin controlar mucho lo que escribo, pero muy estimulado, encontrando cosas a medida que voy escribiendo". No están allí antes, surgen como un encuentro.

Hoy, después de dos días de buena producción vuelven al asalto los fantasmas. No sé dónde buscar, los libros y las ideas tienen forma de laberinto. Ya hemos cruzado el claro del bosque y ahora... otra vez, buscar a tientas. Y me exorcizo con Muñoz Molina "Como siempre la expectativa de empezar a escribir tiene una parte de ilusión y otra de miedo. Siempre parece que no va a salir nada: pero ayer me salieron más de seis páginas." Y todo queda atrás después del rito de las gafas, entonces ya no hay excusa y sólo puedo mirar al libro y dejar que las manos se zambullan en el teclado. Hay algo teatral en la escritura que me estimula, sobre todo al comenzar. Después, voy alimentando mi tranquilidad con el contador de palabras. Me alegra encontrar algún atajo para invocar herramientas de word desde el teclado. La lógica de la escritura es la inversa de la lógica de la vanidad. Cuando escribo sin preocuparme demasiado por los detalles salen páginas con suficiente calidad. Luego viene el trabajo paciente de corrección a cuatro manos. "Los borradores son como el dibujo en un cuadro", me ha dicho muchas veces mi director. Los perfiles son muy vagos, pero es suficiente para poder empezar después a derrochar el arte concreto de los detalles.

A veces imagino la tesis que quiero escribir. Pero a medida en que la escribo se parece menos a lo que al principio había concebido. Y me gusta más. Pienso que todo lo que estoy aprendiendo como escribiente de encargo lo retomaré algún día para escribir otros libros que me gustaría escribir. Pero entonces saltan los fantasmas. El 20 de julio del diario de A.M.M. funciona como un espejo: "Volvía anoche a mi libro posible, a mi libro quizás improbable. ¿Qué quiero contar en él? No parece que haya más historia que la mía ni más personaje que yo mismo." Pero pasan las semanas y el 13 de septiembre, con 136 páginas ya escritas de su libro improbable, me lanza una pregunta que me devuelve a la rutina: "¿Cómo habrían sido las páginas que uno estuvo a punto de escribir y no escribió? Una historia fantasma de la literatura." Vuelvo corriendo a mi habitación. Cierro el pestillo y me pongo las gafas. Prefiero saber cómo han sido.

2 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

NO sé si la entrevista a Pearce que publicas en NT la hiciste con gafas o no, pero te quedó espléndida. Enhorabuena.

Corina Dávalos dijo...

Fue mi última producción á-gafa, Enrique, pero gracias por leerla.

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