viernes, 9 de abril de 2010

Narraciones

Hoy he preparado el documento que acogerá el quinto capítulo de mi tesis (son seis). El título: "La mediación de la narración en la comprensión de sí mismo." Curiosa relación entre vida y relato, curioso por demás que necesitemos comprendernos a través de las experiencias de otros, incluso cuando los otros no son más (ni menos) que personajes que habitan en un mundo distinto de ese que llamamos vida real.
La vida es la historia de una vida, un relato lleno de acontecimientos, personajes, peripecias, encuentros y desencuentros, que llenan las páginas de un libro cuyo título originalísimo es ¿quién soy?

Como decía Aristóteles, una buena trama es la que consigue ordenar los hechos de tal manera que los incidentes heterogéneos que componen la historia lleguen a ser armónicos, llenos de sentido, que la concordancia prevalezca sobre la discordancia.
Pero de la vida, como dice Ricoeur, no somos sus autores. Como mucho, co-autores y no le falta razón. No tenemos la capacidad de configurar la trama de nuestra vida como podría hacerlo un autor con su obra, siempre quedan cabos sueltos, una ausencia de sentido que deja incomprensibles los pasajes dolorosos, las elipsis, los giros en la historia que nos alejan del final tan esperado.

Hay cuestiones que me interpelan vivamente y que no podré incluirlas en mi tesis. Por ejemplo, la idea que he leído en el (sin razón) vilipendiado Rainiero Cantalamessa. No basta nuestra historia enriquecida por historias que se encuentran en el nivel ancho y largo de la experiencia humana. Necesitamos otras coordenadas. Hace unos días EGM glosaba aquella queja de San Juan, cuando afirma que no bastaría el mundo para guardar todos los libros que podrían escribirse sobre la vida de Jesús, su historia. Cantalamessa escribe

"la venida de Jesús en la encarnación marca un salto cualitativo, como cuando un río llega a una esclusa y reemprende su marcha en un nivel más alto. Todos los gestos realizados por Jesús durante su vida forman parte de la historia de la salvación; incluso su silencio y la vida cotidiana de Nazaret pertenecen a la historia.(…) Pero la historia de la salvación continúa después de él, y nosotros también formamos parte de ella. La vida de cada creyente en particular, desde el bautismo hasta la muerte, es una pequeña historia de la salvación, es el microcosmos de la salvación; mientras que la otra historia aquella que va desde la creación hasta la parusía, constituye su macrocosmos".

Somos por tanto co-autores de nuestra historia, y de nuestra Historia. Compartimos el tiempo con otras vidas y la Vida comparte el tiempo de la historia de cada uno. Yo procuraré, al escribir mi tesis, comprender lo mejor que pueda las tramas y giros de la historia del gran río y su corriente en el tramo que fluye hasta llegar a la esclusa. En cierto modo, es la parte menos agraciada del recorrido. La comprensión de sí mismo es siempre una tarea inacabada. En parte, porque una historia bien trabada sólo se comprende desde el final. Los poetas siempre ayudan en estos trances y Borges ya lo dijo al final de su soneto:

¿Quién es el mar, quien soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.

Y la Dickinson va un poco (o mucho) más allá cuando dice en una de sus cartas a Higginson:

Hoy pensaba -al percatarme de que lo «Sobrenatural» no era sino lo natural desvelado-
No - es - la «Revelación» la que aguarda,
Sino nuestros ojos no equipados-

1 comentario:

Zina Vasilache dijo...

Acabo de descubrir este blog y me parece muy interesante lo que cuentas en él.
1 saludo :))

¡Feliz Navidad!