Es un lugar común hablar de los libros como maestros y se señala toda la sabiduría que contienen. El libro como contenedor de palabras sabias, de conocimiento, de historias que enriquecen la propia experiencia de la vida. Poco se habla de las lecciones que nos da la humildad de los libros. Esperan, quietos, en la estantería, como el arquetipo de la paciencia. Siempre dispuestos a compartir, a abrirse del todo sin guardarse la sabiduría, el buen humor, la historia, la frase, la anécdota, el verso. Siempre compañeros. Los libros son, en sí, el modelo más exigente para los propios escritores. Y son también el reclamo más elocuente. La quietud, y el polvo acumulado, son la materialización de nuestra irrevocable pereza.
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