Ayer cometí la tontería de tomarme una Coca Cola durante la eterna reunión en el despacho de abogados. Aunque llegué muy cansada, la cafeína hizo lo suyo y me dieron las cinco sin pegar ojo. Al menos no me despertó el generador del vecino.
Me desierto a las 7 y voy preparar el primer café de la mañana y a darle de comer a Dante. Me habría encantado volver a la cama y dormir un poco más, pero tenía pendiente desarrollar dos sesiones del programa de bienestar emocional. Me pongo a ello y quedo satisfecha con la bibliografía sobre autoconciencia. El tema del autocuidado me ha costado lo suyo. Todo lo que leo es fofo y blandito. Doy un respingo cuando encuentro un enfoque interesante en El cerebro que cura. Desembolso 8 dólares para acceder al libro. Todo sea por los benditos que algún día cursaran el programa. Me niego a tratarlos como a memos, subestimando sus capacidades. He aprendido más sobre el jolgorio que se trae el cerebro con cada pequeña cosa que hacemos. No comprendo a quienes se empeñan en ver semejante prodigio como el fruto de una evolución azarosa. Me doy cuenta de que no cumplo con el autocuidado más mínimo y me propongo hacer algo al respecto.
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Mi madre ha preparado una ensalada buenísima de mini alubias negras con mango. Como con mis padres y sigo preparando el material del programa.
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Me entretuve un rato con la renuncia de Errejón. Por la carta, el pobre, parece que ya no sabe ni por dónde le da el aire. Que se recupere y nos recuperemos de su paso por la política. Me da la impresión de que la izquierda está pasando por una purga natural. No se puede sostener indefinidamente tanta trapacería. Tampoco tengo grandes esperanzas en los que esperan la alternancia con un chute de horchata en las venas.
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Termino las dos sesiones y voy a hacer la tortilla de patata que estaba prevista para el sábado. Mañana me someteré a un tratamiento bastante fuerte y no creo yo que el sábado vaya a estar en condiciones de hacer casi nada. La vez anterior estuve como un zombie durante una semana larga. A ver qué tal me va en la segunda ronda.
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No me he ganado la lotería. Tengo reintegro, que es mejor que nada. Antes de salir hacia la consulta del médico iré a canjear el billete. Que por intentarlo no quede. Son las 21.00 y se me caen los ojos.
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