domingo, 13 de agosto de 2006

Peluquerías

Esta semana fui a la peluquería. Suelo llevar una melena corta, e iba dispuesta a pedir -como si fuese a un bar de jubilados- que me diesen lo de costumbre. Cuando Sara, la peluquera, iba ya rematando la faena, se me ocurrió comentar en voz alta:
-Pues, fíjate que venía con la idea loca de dejármelo muy corto...
Y ella -buena profesional- apagó el secador sobre la marcha, me miró toda seria y me dijo:
-¿Y entonces?
-Entonces nada. Sin más, una ocurrencia.
-De ocurrencia nada, ya verás.
Y ni corta ni perezosa, empezó a levantar un mechón aquí, otro allí, de este lado, del otro, de cerca, de lejos, como un arquitecto ensimismado en sus cálculos de proporciones. Y tras un breve momento de reflexión...
-Ya está, ya sé qué te vendrá bien.
Dejó los cepillos sobre la mesa, miró hacia los lados, se fue hacia un revistero y volvió pasando a toda prisa las hojas de una revista.
-Mira, es éste. A mí éste me gusta mucho.
-No, si a mí en la revista también...
-No mujer, si no supiera que te conviene no te lo diría. No se lo digo a todo el mundo...
Y ante su seguridad inquebrantable y las ganas que me estaban entrando de hacer una travesura, cerré los ojos y le dije: me fío, haz lo que quieras.
Salí con un corte a lo Sabrina (que de mí no dice nada y mucho de la habilidad de las manos que maniobran con las tijeras; porque yo a la Hepburn no me parezco ni en el blanco del ojo...)
Y si digo la verdad, no me convenció la revista, sino el saber hacer de Sara. Ante un pulso firme y diestro, una mirada inteligente y atenta a lo que está haciendo, una sonrisa amplia y una conversación agradable, ¿qué menos podía hacer sino seguir su consejo?
¿Y por qué cuento todo esto? Pues, por dos razones.
La primera: Quería hacerle un pequeño homenaje a mi anónima peluquera. Durante los tres cuartos de hora escasos que estuve en la peluquería me lo pasé en grande contemplando su espectáculo. Y no es que baile mientras peina. Pero su manera de trabajar me recordó esas palabras jubilosas de Eugenio D'Ors :
"Hay una manera de dibujar caricaturas, de trabajar la madera, y también de limpiar de estiércol las plazas o de escribir direcciones, que revela que en la actividad se ha puesto amor, cuidado de perfección y armonía, y una pequeña chispa de fuego personal: eso que los artistas llaman estilo propio, y que no hay obra ni obrilla humana en que no pueda florecer. Manera de trabajar que es la buena. La otra, la de menospreciar el oficio, teniéndolo por vil, en lugar de redimirlo y secretamente transformarlo, es mala e inmoral.
(...) Cualquier competencia es una manera de distinción, porque te hace, en un orden determinado de funciones, superior y distinto a los demás. Cualquier profesión es una aristocracia." (*)
Personas como Sara hacen la diferencia, entre un mundo gris y cansino, y otro -más parecido al plano original- salpicado de alegres relieves. Esos que tallan las gentes normales, cuando hacen sus labores extaordinariamente bien.
Y la otra razón os la contaré otro día. Que no hay que abusar.

(*)Tomado de Aprendizaje y Heroísmo, 1915.

11 comentarios:

Jesús Beades dijo...

Después de esta entrada exijo una foto ilustrativa.

Coni Danegger dijo...

Sí. ¡Los que estamos lejos necesitaríamos ver cómo ha quedado Sabrina! Y felicitaciones por la decisión: un cambio de look bien ponderado de vez en cuando puede hacer maravillas...

Dal dijo...

Análogamente, Jaime Guasp (un ilustre cátedro de Derecho) decía que las personas se dividían en dos grupos: chapuceros y esmerados. Ya sabemos a cuál pertenece tu peluquera.

Corina Dávalos dijo...

Bueno, la foto de Sabrina será fácil conseguirla, la de mi peluquera costará un poco más, que hay que pedir permiso por aqullo del derecho a la imagen. (Buen intento, J.B.)Y si ha habido ponderación, desde luego no ha venido de mi parte. ¡Saludos Constanza!
Gracias Dal por la aportación, aunque como buen jurista seguro que Guasp tendrá una tipificación más exhaustiva. Bienvenido a esta casa.

E. G-Máiquez dijo...

¡Qué curiosidad! Y no sólo por la segunda razón, que también.

Muy bien narrada la historia, y no es que bailes mientras escribes, pero tu manera de contar me recordó esas jubilosas palabras de Eugenio d'Ors...

Enrique Baltanás dijo...

Siempre sospeché que ir a la peluquería era mucho más que ir a la peluquería.

Alberto dijo...

Buena jugada Anacó, pero no despistes, ya sabes que Beades ha exigido una foto tuya no de tu peluquera.

SalU2!!

Corina Dávalos dijo...

Bueno, por mucho que exija Jesús Beades, esa breva no caerá, que me da mucha vergüenza. Además, I ain't got no budget for gadgets..., así que carezco de una imagen digital actualizada.
Bienvenido, D. Enrique Baltanás, es un honor que se pase por esta casa. Me ha gustado mucho esa observación de Mora-Fandos. Una pregunta: las voces que gritan fíate de mí ¿ofrecen o piden confianza?

Anónimo dijo...

Qué alegría! Sospecho que tu Sara es mi peluquera Sara!! La semana pasada, que fui a ponerme guapa, más de lo que soy,le dije a Sara que ella era le alma de la peluquería. Su sonrisa, buen humor y los preparativos de sus siguientes vaciones (que prepara desde ya y los sabe toda la peluquería) me hacen decir siempre que me preguntan por teléfono al pedir hora:" Quiero que me peine Sara". ¡Ah, Ana co, como ya te he visto tal vez me anime yo también a un corte a lo Sabrina! (en rubia, claro!)Exijo foto tuya, como los demás, para que vean el buen hacer de nuestra Sara!

Jacin

segua dijo...

Irrumpo en este blog por casualidad. Buscaba en google algo sobre mi abuelo y encuentro que se le cita en este blog. Por eso he leído esta historia cotidiana que me ha encantado. dal, el comentario lo hiciste tú, sobre un "ilustre cátedro de Derecho". Era mi abuelo, nunca le oí esa frase, pero quizá la dijo. Me ha hecho ilusión leerte.

ana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

¡Feliz Navidad!