jueves, 10 de agosto de 2006

Despliegue de plegarias

Mucha gente sigue pensando que los tesoros de la Iglesia Católica se guardan en los Museos Vaticanos. Y es igual, no importa que los interesados digan lo contrario, nos gusta una barbaridad rizar el rizo y pensar que hay secretos escondidos, tesoros no revelados y fantasías por el estilo. Desde siempre la Iglesia ha declarado con sencillez que su mayor y mejor guardada riqueza es el depósito de la fe y los siete sacramentos; que son como el regalo de bodas que Jesucristo hizo en su día a su flamante Esposa. Y como en toda familia buena, como consecuencia del amor sacrificado de los padres, vienen los buenos hijos: los santos. Ese es el segundo tesoro de la Iglesia, la vida santa de sus hijos de todos los tiempos que forman una abanico maravillosamente heterogéneo y colorido.
Hace tiempo cayó en mis manos una oración que Sto. Tomás de Aquino recitaba antes de ponerse a estudiar. Y por pedir que no quede. Probablemente Tomás no ignoraba que de natural poseía una portentosa inteligencia, pero para sacarle partido no se fiaba sólo del estudio, sobre todo se fiaba de Dios y abría las manos para pedir la limosna de sus dones y lo hacía según su propio estilo de teólogo y filósofo:
"Creador inefable, que de los tesoros de tu sabiduría formaste tres jerarquías de ángeles y los colocaste con admirable orden sobre el empíreo cielo, y distribuiste las partes del universo con suma elegancia.
Tú que eres la verdadera fuente de luz y sabiduría, y el soberano principio de todo, dígnate infundir sobre las tinieblas de mi entendimiento un rayo de tu claridad, apartando de mí la doble oscuridad en la que he nacido: el pecado y la ignorancia.
Tú, que haces elocuentes las lenguas de los niños, instruye mi lengua e infunde en mis labios la gracia de tu bendición.
Dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facilidad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y abundancia para escribir y para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar.
Sancta María, Sedes Sapientiae, alcánzame la gracia de estudiar con aplicación, de aprender con facilidad y de retener con firmeza y seguridad para la gloria de Dios y salvación de mi alma. Amén."
En alguna otra ocasión pude leer una oración de Sto. Tomás Moro. Su estilo es distinto, al igual que sus circunstancias personales e históricas. Un prohombre de la Inglaterra renacentista, escritor, político y humanista; buen padre de familia y gran amigo de sus amigos, entre los que se contaban - como es bien sabido- Erasmo de Rotterdam y Juan Luis Vives, entre otros. Un intelectual de su tiempo, poderoso e influyente. Y lo mismo que el otro Tomás, fía al favor de su buen Dios hasta sus más pequeñas victorias personales:
"¡Oh, Señor! Dame la salud del cuerpo, y el sentido común para saber conservarla. Dame una buena digestión, y también alguna que otra cosa para digerir.
¡Oh, Señor! Dame un alma santa, que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro, que a la vista del pecado no se escandalice, sino que sepa encontrar lo medios para poner orden en las todas las cosas.
Dame un alma que no conozca el aburrimiento, que no sepa de refunfuños, ni suspiros, ni lamentaciones. Y no permitas que esta cosa llamada "yo" me preocupe demasiado. Dame sentido del humor, que sepa comprender una broma para sacar un poco de alegría en esta vida y compartirla con los demás. Amén."
Tenemos la seguridad de que sus plegarias fueron escuchadas porque ambos son ya inquilinos permanentes de la Iglesia Triunfante. Y pensaba en nosotros, los de a pie de la Iglesia militante, que todavía tenemos que medirnos con la vida y las obras. Me dio un gran gusto encontrar un ejemplo de nuestros días que, aunque no podamos decir que sea santo -puesto que nadie anda por este mundo confirmado en gracia-, sigue la buena costumbre de la petición con estilo propio de los santos pedigüeños. El poema es de Enrique García-Maíquez:

Oración por los poetas menores

¿Qué nos darás, Señor a los que no tenemos
de recompensa el fruto? Tú sembraste con mimo
en nuestras almas secas esta semilla amarga
que florece en palabras. Nos creaste poetas
sabiendo que era escaso nuestro escaso talento.
Nosotros no enterramos el único talento.
Nosotros trabajamos dejándonos la piel
del orgullo en las cercas de espino que protegen
las lindes del talento. Oh Dios, que no quisiste
que todos fueran águilas ni que todos alondras
e hiciste gorriones, sonríe con los versos
pequeñitos y grises con los que te piamos.
Recuérdanos, a veces, que nos quieres así,
cantando y encantados. Líbranos de la envidia
y enséñanos a verte en las obras de otros.
Y Padre Nuestro, danos, sin que nos demos cuenta,
la luz de esas verdades que niegas a los sabios.


Total, que no todos los tesoros están enterrados en una isla desconocida, ni están restringidos a los VIP's de la especie humana. Ahí están, asequibles para todos los que quieran dejarse de exigencias y derechos y pasarse al bando de los indigentes. Eso sí, no es políticamente correcto: no se lleva nada el amor a la dependencia. Y que luego no digan que no hemos avisado.

5 comentarios:

E. G-Máiquez dijo...

A pesar de la sorpresa excesiva, te agradezco mucho y por múltiples motivos la cita y la compañía. Pero para disimular y despersonalizar un poco (aunque no sin antes aplaudir la aliteración del título de la entrada y las oraciones de los tomases), propongo que bajemos a cuestiones técnicas sobre el poema.

Hay otras cosas, pero la más grave es que no sé si le sobran los dos últimos versos. Cierto que recogen una petición evangélica del mismísimo Jesús, pero ahí, en el contexto del poema, ¿no parecen un poco vengativos, recordando a los sabios que hay verdades que no les están destinadas? Por otro lado, el poema acabaría mucho mejor con el deseo de ver a Dios en las obras de otros.

Corina Dávalos dijo...

Yo no diría que suena vengativo,quizá denota un leve sarcasmo, pero muy leve. En el contexto del poema es un reconocimiento final de la sencillez del poeta que antes se muestra con la imagen de los gorriones. Lo veo más como un último recurso a la petición humilde haciendo pie en una afirmación de Jesús.
Y me alegra que te sirva Mora-Fandos, en esta vida hay que andar bien pertrechado.

Alberto dijo...

Aplaudo tu entrada, y coincido con Mora-Fandos en que nos has proporcionado unas armas muy poderosas, a mí al menos porque veo cada vez más cerca mis exámenes de septiembre!!! También aprovecho para felicitar a Enrique por su poema, realmente bueno; a mí tampoco me parece vengativo.

SalU2!!!

Breo Tosar dijo...

Idem con Alberto. ¡Felicidades por esta entrada y por el poema de nuestro Enrique!

Jesús Beades dijo...

NOO, No le sobran los dos últimos versos. Siempre me gustó este poema, ahora me gusta más -porque ahora ya me resigno a poeta menor-, y no veo ni sombra de ironía en él.

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