Muchas veces le doy vueltas a lo que queda del significado de pobreza en nuestras sociedades del despilfarro. Sin duda tiene una carga de valor negativo, se identifica la mayoría de las veces con miseria, con suciedad, con personalidades agostadas por la falta de dignidad de su precaria existencia. Ésta es la primera y principal acepción de pobreza (contra la que todos nos levantamos) , pero no la única.
La otra acepción, la que en gran medida se ignora, es aquella que designa una virtud relacionada con la virtud cardinal de la templanza: la sobriedad, la cualidad del que es señor -que no señorito- de las cosas. El pobre de espíritu no es un hombre desaliñado y simplón que huye de los placeres de la vida, por el hecho de que sean placenteros; ni acude a las rebajas como la abeja al panal, por el simple hecho de que hay en stock un sinfín de cosas útiles o baratas. Todo lo contrario, es la figura fuerte y amable del que sabe disfrutar de las cosas buenas -precisamente- porque las domina, en lugar de ser dominado por ellas. El buen pobre es el que voluntariamente se priva de los excesos, el que busca con valentía adiestrarse en el difícil arte de vivir únicamente con lo necesario...y nada más.
Hace unos días encontré una cita que explica muy bien este aspecto de la pobreza del que andamos tan escasos. Aunque se refiere al trabajo intelectual, que cada uno se aplique el ungüento donde le supure la herida. No deja de ser paradójico: para ser más tenemos auténtica necesidad de carecer.
"Cuando se lee la vida de varios grandes hombres (...) se da uno cuenta de que las condiciones de su infancia, de su educación, o de su profesión no les predisponían a lo que han realizado. No es a causa de esa educación, sino a pesar de ella como a menudo han podido crecer. (...) Esto lleva a reflexionar sobre lo que quiere decir la palabra propicio. ¿Sabemos alguna vez lo que nos es propicio? Muchas veces el elemento favorable consiste en carecer de algo. Porque esa carencia del objeto externo hace brotar en el centro de no mismo un impulso que lo reemplaza, es el yo que sustituye a la cosa, es el genio. Siempre que reemplazamos algún objeto por una ayuda venida de nuestro propio fondo, estamos en camino de la renovación de sí y del mundo. De modo que hay que compadecer a los que se lamentan de carecer de algo con tal de que se hayan jurado sobrellevarlo."
Jean Guitton, El trabajo intelectual, p. 43-44.
6 comentarios:
Me encanta tu texto... creo que tienes mucha razón y en realidad pensamos que los pobres son aquellos que NO PUEDEN ser ricos... se piensa comunmente que todos quisieran todos quisieran lujos, privilegios de todo tipo, los primeros lugares. Pensamos a los pobres como envidiando la riqueza siempre... es un pensamiento en realidad muy ignorante, que no sabe de las riquezas que se ocultan bajo las cosas más inusitadas. Gracias!
m
Aquí tuve una experiencia muy enriquecedora. Al llegar, me encontré desprovista de todo. Me explico: la barrera de la lengua es como un auténtico muro que te deja fuera del mundo, aunque lo puedas tocar con las manos. Es una circunstancia ideal para darte cuenta de qué llevas realmente consigo y qué no, cuánto de tu "saber" se esfuma sin los libros que habitualmente tienes a mano... y a la vez, esa desnudez te pone en una situación ideal para la creatividad. Lo que dice Guitton se olvida, con demasiada frecuencia, en la educación actual. La sobreabundancia mata cualquier intento de superación.
Esta entrada me encantó en su día, pero no tuve tiempo de decirlo entonces. Y eso que tenía un punto de humillante: ese libro de Guitton lo he leído varias veces y esta idea que tú subrayas se me había pasado por alto, ay. Ahora, cuando venía para comentarlo, para decir que es cierto que la poesía sirve para rellenar una carencia, un hueco, me encuentro con tu respuesta, AnaCó, que me recuerda a Alejandro Martín Navarro, que repite siempre: Omnia mea mecum porto. ¿Se oyen en Munich mis aplausos?
Se oyen y se agradecen! Pero anda, di lo que ibas a decir de la poesía que te has quedado a medias...
Vaya, me parece que he despertado falsas expectativas. Ya todo lo habéis dicho entre Guitton y tú. Yo sólo asentía con la cabeza: "para ser más tenemos necesidad de carecer". Si Dante no hubiese carecido de Beatriz, nos quedamos sin la Divina Comedia.
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