A lo largo de la vida entramos en relación con cientos de personas. Cada una es como una piedra preciosa, y las hay de muy distintos tipos. Las piedras más valiosas suelen ser aquellas de gran dimensión, sólidas y limpias; piedras preciosas que, después de años de transformaciones lentas y penosas poseen un brillo que otras no llegan a lucir. Sin duda, las piedras, como las personas, encierran en su interior la posibilidad de ser un joya única.
Cada vida puede ser como una corona: una gran joya enriquecida con otras joyas, con otras vidas. Algunas pueden llevar engarzadas miles de piedrecillas, tal es la grandeza del corazón humano. Vidas que han penetrado tan hondamente la propia existencia que han llegado a formar parte de ella, como las pequeñas y grandes alhajas conforman la corona.
Sin embargo las piedras -esas grandes y llamativas, o esas otras más pequeñas, discretas pero de una pureza exquisita- pueden desprenderse de la corona por muchos motivos. Las piedrecillas pueden ser robadas, desgajarse de su lugar por el desgaste o por el descuido de quien no se ocupó de mantenerla bien trabada en su sitio. También sucede, que aunque no se querría prescindir de un pequeño brillante, haya que desprenderse de él y arrancarlo para dejar que luzca por sí mismo y adorne a otros con su brillo. Pero entonces, siempre queda alguna huella, el espacio que deja la piedrecilla en la corona. Esas hendiduras que, ni se cierran, ni se vuelven a llenar, son quizá lo más valioso de la corona: las huellas que la riqueza de otros han dejado en ella.
Cada vida puede ser como una corona: una gran joya enriquecida con otras joyas, con otras vidas. Algunas pueden llevar engarzadas miles de piedrecillas, tal es la grandeza del corazón humano. Vidas que han penetrado tan hondamente la propia existencia que han llegado a formar parte de ella, como las pequeñas y grandes alhajas conforman la corona.
Sin embargo las piedras -esas grandes y llamativas, o esas otras más pequeñas, discretas pero de una pureza exquisita- pueden desprenderse de la corona por muchos motivos. Las piedrecillas pueden ser robadas, desgajarse de su lugar por el desgaste o por el descuido de quien no se ocupó de mantenerla bien trabada en su sitio. También sucede, que aunque no se querría prescindir de un pequeño brillante, haya que desprenderse de él y arrancarlo para dejar que luzca por sí mismo y adorne a otros con su brillo. Pero entonces, siempre queda alguna huella, el espacio que deja la piedrecilla en la corona. Esas hendiduras que, ni se cierran, ni se vuelven a llenar, son quizá lo más valioso de la corona: las huellas que la riqueza de otros han dejado en ella.
6 comentarios:
Chiquilla, esta imagen tuya se ha enriquecido; probablemente por todas las joyas que has engastado en el último tiempo. ¡Qué bien!
La imágen brilla y estoy de acuerdo con Constanza, si por "último tiempo" quiere decir algo como 30 años.
Qué texto más hermoso y cuanta razón lleva!
¡Genial entrada! Preciosas metáforas que alegran el corazón, aunque no consuelan su dolor (por la trágica noticia de los abortos que comenta Enrique G-M en su blogg).
Ya ves Constanza, el lema es renovarse o morir, si no que se lo digan al u. anónimo (que no debe serlo tanto por los datos que maneja) que me recuerda que estoy cerca de la categoría de ¡antigüedad!
Y gracias a todos por enriquecer esta entrada con vuestros comentarios.
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