Bruegel & Co.

Ayer después de un día de trabajo a toda máquina, volvía a casa a través del campus de la universidad. Iba sin prisas, disfrutando de esa atmósfera serena y apacible que sobreviene después de la nevada. El silencio limpio y blanco de los collados contrastaba con el alegre colorido de los gritos y las risas, los trineos y las capuchas de los niños que rodaban pendiente abajo, y luego subían otra vez como un tropel de ardillas, para repetir el juego hasta que se agote la paciencia de sus padres o la noche cierre el telón de las últimas escenas del día.

Hace varios años, durante un curso de Historia del Arte, estudié este cuadro de Pieter Bruegel. Me fascinó. Es un cuadro de protagonismo compartido: entre la nieve y el paisaje, la vivacidad de los cazadores, las mujeres laboriosas que, aparecen a un lado-sin distraer ni distraerse-, y la algarabía que se intuye a lo lejos. Allí, al fondo los niños -y los no tan niños- juegan sobre el río de hielo. Me asombra pensar que Bruegel logró captar, con un pincel y unos cuantos colores, la alegría propia de los placeres sencillos. Quién le iba a decir que cinco siglos después, a muchos kilómetros de Flandes, se dibujaría la misma escena. Ayer pintaba aquí otro Buen Artista -con su pincel vivo-, un cuadro parecido tras la nevada.