lunes, 5 de febrero de 2007

Humanidades

Se quejaba una amiga mía, humanista de pro, del aparente fracaso de las humanidades en los tiempos que corren y se mostraba un poco pesimista ante el panorama. Y yo, que me especializo en sucumbir a la dialéctica, le rebatí, con un argumento que no es mío sino de Rafael Alvira y Kurt Spang:

“Es verdad que una civilización opulenta y con esperanzas de rápido aumento de la riqueza tiende a olvidarse del ser humano como tal para atender sólo a los placeres que puede procurarse”, y que “por otra parte, el entusiasmo por la propia obra –en el desarrollo del llamado ‘mundo técnico y tecnológico’- resulta ser también un licor que adormece el interés humanístico.(...) Y sin embargo, quienes nos dedicamos a los estudios humanísticos no debemos echarle la culpa a los demás, o a las circunstancias. Hemos de buscar, por el contrario, en nosotros mismos, la causa principal de los problemas. Habría que preguntarse primero si tenemos suficiente afición: sólo la vida transmite vida, y tal vez si hay alguna crisis de las humanidades, el motivo principal pueda estar ahí. De otro lado, no es fácil entusiasmar a nadie cuando te presentas como escéptico o como crítico radical. El escéptico y el crítico, si son inteligentes y buenos retóricos, consiguen arrastrar el interés del público hacia ellos, pero no hacia los temas.”
Es tristemente cierto. Hoy en España, y en gran parte del mundo humanístico, suenan más nombres que cuestiones. Atrae más el "lo ha dicho fulanito", que lo que fulanito ha dicho. Pero eso también resulta animante, para quienes en lugar de partir del escepticismo y el amor desmedido a las conferencias de tarifa alta, parten de un sano y optimista realismo para pensar acerca del mundo que nos rodea. Paradojas de este mundo, mientras alabamos los modelos de cuerpo perfecto y piel bronceada, intelectualmente aplaudimos a los que ostentan un pensamiento tullido, tuerto del ojo que puede ver el lado positivo de las cosas. Quién sabe, a lo mejor nos favorece la moda y nos da por admirar a quienes tengan algo que afirmar y nó solo mucho que negar. (Aunque sólo sea por darles ocupación a los negadores progresionales.)

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