sábado, 11 de agosto de 2007

Santa Clara


De pequeña pensaba que Santa Clara era un mercado, el mercado al que iba mi abuela los sábados para hacer la compra. No andaba del todo descaminada porque desde luego allí había mucha pobreza. Pero no de la buena. (Hay una pobreza buena, aunque resulte sorprendente.) Recuerdo que íbamos hacia las once de la mañana que, en el ecuador del planeta, equivale a una cascada de rayos de sol que caen sobre las cabezas con toda la fuerza de su verticalidad. Olía a una mezcla de fresón y papaya, a ramas de perejil y a apio. Todo junto y bien revuelto con un deje de frutos secos y el polvillo típico que se difumina por el aire cuando se remueven con fuerza a las habas, las judías y los garbanzos en sus sacos.


A mí no me gustaba el-mercado-de-santaclara, porque me daba tristeza. Había muchos hombres y mujeres descalzos, llevaban siempre un sombrero campesino para que el sol no les taladrara la cabeza. No parecía que les importara pisar los granos de todo tipo y los huesos de fruta que rodaban por el suelo. Así, descalzos, cargaban unas cestas enormes a sus espaldas, atadas a una cuerda, como un taxi para verduras. En cuanto llegabas allí, te rodeaban cuatro o cinco, ofreciendo sus espaldas como carrito de supermercado. Así se ganaban la vida.


Pero había otras cosas menos sombrías que tenían su emoción. Daba gusto ver a mi abuela regateando con las dueñas de los puestos del mercado. Tenía una gracia especial mi abuela para camelarse a esas señoras orondas, que desde sus puestos trataban de meterle un tomate de menos en las bolsas de un kilo. Mi abuela tenía una picardía, una gracia y una elegancia de la que yo me sentía muy orgullosa. Cuando lograba salirse con la suya o le paraba los pies con una sonrisa a la listilla que le enfundaba una fruta dañada, yo me ponía como un pavo.


Pero lo mejor de las visitas al santaclara eran los chiringuitos de comestibles importados. Siempre he tenido para mí que las nietas éramos la mejor excusa para que mi abuela diera rienda suelta a su afición por las golosinas. Después colocar unas latas de melocotones en la cesta nos miraba con cara de "ya sé lo que estáis pensando", y alargaba la mano hacia la zona de las galletas y las chocolatinas. Nunca llegaban a la despensa, se quedaban bien resguardadas en su mesilla de noche y cada día iban menguando a un ritmo que no se correspondía con el número de chocolatinas que nos llegaban a nosotras.


A veces, después de la compra íbamos a hacer una visita a la Iglesia de Santa Clara, que estaba a un par de manzanas del mercado. Y a mí me parecía bien. Me gustaba comprobar que mi abuela también tenía una sonrisa para el cielo. También me parecía bien que la Iglesia se llamara como el mercado, porque estaban muy cerca. Lo bueno de hacerse mayor es que las cosas se ponen en su sitio y no por eso pierden su encanto. Ahora sé que el mercado era de Santa Clara por la Iglesia, y no al revés. Y también que la pobreza que hizo santa a Clara es muy distinta de la que yo veía con tristeza por el mercado. ¡Ojalá supiéramos más de eso!, que de mercados ya sabemos demasiado y desde luego, no merece tanto la pena.


Pd: ¡Felicidades a las Claras!, en especial a mi hermana que heredó de la abuela el amor al chocolate y otras gracias de las que quizá hable otro día.

3 comentarios:

María dijo...

Me ha gustado mucho... casi podía oler a fresón y papaya. Mi abuela hacía lo mismo, pero no en su mesilla de noche, tenía un armario solo para eso!!

Corina Dávalos dijo...

Tu habrás visto mercados impresionantes en Burundi, ¿no? ¿a qué llevaban cestos sobre la cabeza?

María dijo...

si!!! pero no cestos! un día vi a una señora que llevaba una mesa!!! y no usaba las manos!... lástima que me pilló desprevenida y no pude sacarle una foto!.

Los mercados de Burundi eran impresionantes... si. Un poco peligrosos y muy muy agobiantes. No olían a Fresón y papaya sino a polvo y un poco a plátano (un poco). Esque esa tierra tiene un olor especial... como sevilla que tiene un color especial! Algún día escribiré sobre los mercados de Burundi! (gracias por la idea!)

¡Feliz Navidad!