Es curioso cómo las ideas bañan la vida de decenas de generaciones, como bañan los océanos invariablemente las mismas playas. Mientras estudiaba a Ricoeur y su modo de comprender la libertad, venía a mi memoria el modo como la interpretaba Kant y su veneración del deber como único motivo de las decisiones verdaderamente libres. Ricoeur habla de una libertad que integra las motivaciones afectivas en su actuación: "una libertad humana es una libertad que avanza por medio de proyectos motivados."
Hay mucha costa kantiana en los tiempos que corren. El desmesurado afán por la seguridad y las certezas encuentran en las distintas legalidades su mejor aliado, su tabla de salvación, la piedra de toque de toda corrección. A veces pienso en este modo de enfrentarse al mundo y no puedo menos que exhalar un hondo suspiro, porque de sólo pensarlo me falta el aire.
Si tuviese que trabajar sólo por deber, por cumplir con la letra (grande y pequeña) de un contrato, porque lo exige la sociedad, seguramente estaría disfrutando de una baja en alguna planta de psiquiatría. No puedo concebir la exigencia, o la inclinación a la excelencia como una relación de poder, ni siquiera como una estricta relación de justicia. Sólo soy capaz de acercarme a los trabajos de la vida si los miro bajo el prisma del reconocimiento y la gratitud.
Descubrir el don del mundo, contribuir a que luzca mejor todo su brillo, ése es el sentido del trabajo. Disfrutar descubriendo cada vez algún nuevo aspecto del mundo como regalo. La gratitud, además, es siempre doble: reconocimiento de lo que recibimos y de quien lo recibimos. En eso consiste trabajar. En jugar, como los niños, con los regalos y tareas que reciben de sus padres. Con la ilusión de un interminable día de Reyes.
Hay mucha costa kantiana en los tiempos que corren. El desmesurado afán por la seguridad y las certezas encuentran en las distintas legalidades su mejor aliado, su tabla de salvación, la piedra de toque de toda corrección. A veces pienso en este modo de enfrentarse al mundo y no puedo menos que exhalar un hondo suspiro, porque de sólo pensarlo me falta el aire.
Si tuviese que trabajar sólo por deber, por cumplir con la letra (grande y pequeña) de un contrato, porque lo exige la sociedad, seguramente estaría disfrutando de una baja en alguna planta de psiquiatría. No puedo concebir la exigencia, o la inclinación a la excelencia como una relación de poder, ni siquiera como una estricta relación de justicia. Sólo soy capaz de acercarme a los trabajos de la vida si los miro bajo el prisma del reconocimiento y la gratitud.
Descubrir el don del mundo, contribuir a que luzca mejor todo su brillo, ése es el sentido del trabajo. Disfrutar descubriendo cada vez algún nuevo aspecto del mundo como regalo. La gratitud, además, es siempre doble: reconocimiento de lo que recibimos y de quien lo recibimos. En eso consiste trabajar. En jugar, como los niños, con los regalos y tareas que reciben de sus padres. Con la ilusión de un interminable día de Reyes.
2 comentarios:
Vaya mi gratitud como correspondencia al regalo de esta entrada.
Vaya mi agradecimiento por la visita y la acogida;)
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