La parte más perniciosa de la mentira, toma paradoja, es la parte de verdad que contiene. Santo Tomás resumió hace siete siglos con esta sencilla frase muchos de los desarreglos de nuestras laceradas democracias. Hoy me sorprendí contemplando, con gusto, desde el balcón de mi casa una manifestación nacionalista que avanzaba por la Avenida del Ejército. No simpatizo con sus ideas, no simpatizo con su estética y, sin embargo, la marcha serena de cientos de personas unidas por un ideal común se me hacía tan atractiva, que no pude evitar quedarme embobada mirando ese colorido cortejo de hombres y mujeres unidos por la exclusión.
Y ahí está la cosa, la unidad es siempre algo atractivo. Esa armonía humana que se eleva como una orquesta de pasos encaminándose hacia un ideal compartido. Unum et pulchrum convertuntur, la unidad y la belleza son lo mismo, bajo diversos puntos de vista.
Otra cosa es el motivo que promueva esa unión, y allí es donde se cuela el engaño que nos invita a medir el todo por la parte. El fin es lo que congrega, de modo que si el fin está más allá del límite de lo bueno, mal andamos, por mucho que andemos juntos. Y si el fin es bueno, pero para llegar pactamos con el horror, pues mal llegaremos.
Y pasa con todo, la unión de personas del mismo sexo tiene una parte de belleza, la unión por amor, pero esa parte de belleza esconde otra realidad menos hermosa: la rebelión contra la propia naturaleza. Y a la naturaleza no hay lobby que la desvíe del inmemorial sendero por el que conduce a los seres humanos. Al final se llega al fin. Y a sus consecuencias. Pero de eso no le gusta hablar a nadie y menos a los gobiernos, que la parte de verdad de las mentiras son las que mejor salen en las fotos de campaña. Por eso se censuran las imágenes de los abortos, porque allí la dignidad de la mujer que tanto se empeñan en proteger, no sale ni de perfil en una esquina. Sólo sale el aborto. Y si se cuela algún daño colateral: no hay que preocuparse, contamos con Photoshop, las campañas mediáticas y los gabinetes de pura imagen.
Y ahí está la cosa, la unidad es siempre algo atractivo. Esa armonía humana que se eleva como una orquesta de pasos encaminándose hacia un ideal compartido. Unum et pulchrum convertuntur, la unidad y la belleza son lo mismo, bajo diversos puntos de vista.
Otra cosa es el motivo que promueva esa unión, y allí es donde se cuela el engaño que nos invita a medir el todo por la parte. El fin es lo que congrega, de modo que si el fin está más allá del límite de lo bueno, mal andamos, por mucho que andemos juntos. Y si el fin es bueno, pero para llegar pactamos con el horror, pues mal llegaremos.
Y pasa con todo, la unión de personas del mismo sexo tiene una parte de belleza, la unión por amor, pero esa parte de belleza esconde otra realidad menos hermosa: la rebelión contra la propia naturaleza. Y a la naturaleza no hay lobby que la desvíe del inmemorial sendero por el que conduce a los seres humanos. Al final se llega al fin. Y a sus consecuencias. Pero de eso no le gusta hablar a nadie y menos a los gobiernos, que la parte de verdad de las mentiras son las que mejor salen en las fotos de campaña. Por eso se censuran las imágenes de los abortos, porque allí la dignidad de la mujer que tanto se empeñan en proteger, no sale ni de perfil en una esquina. Sólo sale el aborto. Y si se cuela algún daño colateral: no hay que preocuparse, contamos con Photoshop, las campañas mediáticas y los gabinetes de pura imagen.
La imagen es un fotograma del vídeo Danza de mujer de Anna Malagrida.
1 comentario:
Muy bien citado santo Tomás. Abrazo,
Enrique
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