Hice una etapa del Camino de Santiago hace cuatro años: Jaca-Puente la Reina. Iba, como me recomendaron, bien calzada; pero los pies planos no entienden gran cosa de botas con tobillera y calcetines de fibras guays. Acabé la mejor penitencia que en mi vida pagaré e hice el solemne voto de no volver a las andanzas, que ya hay modos más convencionales -y exigentes- de quitarse el polvo del alma sin trasladarlo de paso a la garganta.
Ayer, no obstante, me volvió a picar el gusanillo del camino, después de escuchar a una experta historiadora y experimentada caminante, algo de la historia (¡desde el s. IX!) de la peregrinación a la tumba del apóstol. A ella le convencía bastante eso de recorrer con sus pisadas los mismos senderos que miles y miles de peregrinos han transitado durante cientos y cientos de años. A mí no me convence mucho eso de hermanarme en la agujeta universal, pero en cambio me encantaron las historias de bandoleros que también germinan, como buena mala hierba, a los bordes del Camino.
En la época de auge del bandolerismo (s.XVI-XVII) la Iglesia Católica desarrolló una doctrina sobre el bandolerismo y buscaba la conversión de los hijos descarriados mediante la predicación, por si las palabras asaltaban sus malavenidas conciencias y se llevaban el botín de su alma para el cielo. Todo esto ocurría, claro, porque los bandoleros, a pesar de todo eran piadosos y quizá alguna vez tendrían la oportunidad de escuchar las recomendaciones que venían desde el púlpito, porque se dejaban caer en Misa. Incluso se ha encontrado alguna oración del bandolero (que prometo buscar en la biblioteca y traer aquí si tengo éxito en mis pesquisas) en la que pide a Dios que bendiga su trabajo: que acierte con la víctima, que le libre del asedio de otros bandoleros, etc. Una oración (¡qué cara!) que implora al buen Dios que favorezca el mal menor.
Yo no pude menos que ruborizarme un poco al recordar mis plegarias urgentes, la noche anterior a un examen, en la que acudía al mismo mal argumento: ¿Para qué añadir a mi vagancia, el disgusto de mis padres por un suspenso?... ¿Qué culpa tienen ellos, Señor? No me digan que esto no es bandolerismo, de lo más convencional en nuestro siglo.
2 comentarios:
Una vez, en una iglesia perdida al norte de Perú, en Catacaos, me encontré con una capillita con imágenes talladas por los fieles devotos. Había una del buen ladrón y otra, a su lado, del malo. Se veía enseguida por las caras quién era uno y quién era otro. Al malo -me explicaron- le rezaban las prostitutas y los malotes del pueblo...
Pues que yo sepa al ladrón malo no le garantizaron el cielo. Encima, pobre gente,como el intercesor haya seguido eternamente como un sinvergüenza... En estos casos me imagino que habrá algún santo, anónimo o conocido, que ampare su causa, digo yo...
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