martes, 28 de septiembre de 2010

Hoy me ha sorprendido la primera lectura de la Misa, del libro de Job. Me tranquiliza que, a pesar de la quejas y maldiciones al día y a la madre que lo trajo, a estas alturas lo tengamos como el santo Job. A veces nos podemos sentir tentados de seguir al pie de la letra los quejíos del pobre Job cuando los problemas vienen como en avalancha (o como "un ataque de comanches borrachos" que diría Miguel D'Ors). Sabemos cómo acaba la historia. 

Y, aunque cueste y se rebele hasta el último electrolito de nuestro ADN, viene muy bien sentirse vulnerables y necesitados, de vez en cuando. Hoy me ha venido a la cabeza el comentario que me hizo una conocida mía hace unos meses (mientras la llevaba en el coche a 100km/h por las callejuelas de Pamplona, para intentar que no perdiera su tren, que perdió...) 

Al ver mi fracaso como anfitriona y los intentos desesperados por salir airosa de la situación, me dijo muy en serio: 
-Ya sé porqué crees en Dios: ¡tú lo necesitas!

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