A las tesis les pasa algo parecido, hay que cortar los argumentos con cierta delicadeza, de modo que el remiendo no se note apenas, y pase tranquilamente por el control de calidad del tribunal de turno. Hay que remendar muy bien las junturas para luego poder hacer de la capa un sayo y salir airoso. El índice me recuerda que el final debe llegar pronto. Los argumentos se resisten. Yo escribo, corto, pego y me desvelo.
Da tranquilidad que, en las historias o en las tesis, hay un dulce verdugo que puede dictar sentencia sin el engorro de ser juez y parte en el litigio: la figura del editor/director. Un día, viene, lee y dice: esto se ha acabado. Y se acaba. Y los personajes, y los argumentos, y los autores de repente se callan. Y así salen los libros –como el mundo– llevando en sus lomos una etiqueta implícita: este ejemplar es el mejor de los posibles.
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