Hace tiempo que no escribo nada que no tenga que ver con mi tesis. Tesón y tesis deben venir de la misma familia léxica, y el tedio será un primo lejano que frecuenta el trato con la familia, seguro. Echo en falta la poesía. Quisiera escribir un poema, o al menos leerlo saboreando, lentamente sus versos. Los poemas que leo, a toda prisa, son como una aspirina efervescente, un analgésico rápido. Creo que necesito un tratamiento más detenido. He encontrado un soneto que escribí hace unos cuantos meses. Hoy lo releeo y lo entiendo de otra manera, quizá porque es Sábado Santo, el día de la espera por excelencia, el día más largo del año. Quizá por eso, o por algo más.
Tu tiempo el tiempo que te ha sido dado
el mínimo minuto, el largo año
que cuentas como el oro del tacaño
se fuga hacia un final desdibujado.
Se escapa tu destino sopesado,
no logras detenerte en el peldaño
feliz de aquellas horas, el engaño
de tu memoria se ancla en el pasado,
pero las horas mueren sin excusa
y la ilusión se aleja y la inconclusa
historia de tu vida se resbala
por la pendiente oscura de la tarde.
El tiempo que te hiere es una bala
de fuego que se apaga mientras arde.
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