lunes, 26 de julio de 2021

Apocalíptica y esperanzada

Everest

Para ponerme a tono con los tiempos, he vuelto a ver algunas películas que cuentan historias de catástrofes y situaciones límite. Viven o Everest, por poner un ejemplo de historias reales, donde se muestra (hasta donde el cine da de sí), la capacidad humana de solidaridad para salir adelante aún cuando todo está en contra y empuja hacia el abismo de la apatía y la desesperanza. Una de las reflexiones que se repiten una y otra vez en los testimonios de los Supervivientes de Los Andes es que allí tuvieron dos experiencias muy claras y profundas: la primera, la experiencia de la compañía de Dios, a pesar de la prueba por la que estaban pasando. La segunda, lo poco que necesita el ser humano para vivir y ser feliz. 

Después de más de medio siglo sin guerras en Occidente tras el trauma de la I y II Guerras Mundiales en el siglo XX, las generaciones que estamos construyendo la Historia de este primer cuarto de siglo, parece que hemos olvidado que la verdadera tragedia consiste en el olvido de lo esencial. Sustituimos el bien por el bienestar, la verdad por las certezas que nos permitan ejercer el control sobre lo desconocido, el dolor y el esfuerzo. Hemos ocultado la belleza con la banalidad de modas que se elevan a tal gloria  que da pena. Hemos preferido que los medios nos digan qué pensar, porque pensar por cuenta propia sale caro, por el precio de los libros y el desprestigio social que conlleva, a menos que seas parte del mainstream amaestrado. 

A Dios lo quieren fuera de escena a como dé lugar y se le ataca velada o descaradamente. Las libertades y derechos son machacados en nombre de la seguridad de la tribu, olvidando la máxima que tan bien expresa Javier Gomá en una entrevista (El País, 18 de septiembre 2019): 



Si alguien me preguntase cuál será la gran batalla intelectual, moral y existencial del S. XXI, respondería que, sin duda, será la gran causa de la dignidad humana. Como una gran obra maestra que ha sido retocada y restaurada tantas veces que ha llegado un momento en el que lo que aparece sobre el lienzo no se asemeja a la pintura original, hemos de limpiar, restaurar, y seguir pintando inspirados en este noble concepto que está pidiendo a gritos aparecer, no sólo enmarcado en pan de oro para ser contemplado, sino ser llevado a la vida real, al guion práctico de la vida en todo el mundo, en cada mundo personal. 

Conservar y hacer brillar la libertad de espíritu es una misión que no se puede prorrogar. Porque necesitamos ver , palpar, escuchar cómo hay gente normal que llega a la cima del Everest y muere rescatando a un amigo. Porque si hay un tipo que cruza Los Andes en invierno con ropas de verano y jirones de un asiento de avión sólo para volver a ver a su padre, necesitamos verlo. Porque necesitamos prestar oídos a quienes se oponen a la corrupción del ser humanos a través de ideologías que desconocen, justamente, la grandeza de la dignidad. 

En Everest, hay un diálogo muy bello con mucha enjundia. El grupo que intentará el ascenso, está reunido en el campamento base tomando un trago alrededor del fuego. Uno se pone en plan profundo y pregunta a cada uno: ¿Por qué subes el Everest? Y uno de ellos responde:

 "Hay una escuela primaria donde vivo y estuve hablando con esos niños que me ayudaron para reunir el dinero para poder venir y me dieron una bandera para la cumbre. Así que pienso que, tal vez, si ellos ven que un tipo cualquiera puede perseguir sueños imposibles, tal vez eso los inspire a hacer lo mismo. Voy a escalar el monte Everest porque puedo. Porque siendo capaz de subir tan alto y ver ese tipo de belleza que nadie ve nunca, sería un crimen no hacerlo."

No sigo con la historia de Doug para evitar el spoiler. Sólo añadiría algo a esta magnífica reflexión del personaje: también hay una belleza que casi nadie contempla en las simas, cimas y mesetas de cada persona. Sólo hay que aprender y prepararse para ser digno de confianza contemplar así ese sacro paisaje. Podemos y sería un crimen no hacerlo. 

             


 

 




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