miércoles, 22 de diciembre de 2021

La crisis del todo por la parte

 Séneca describe bien los síntomas de una crisis de identidad, (de los 30, de los 40, de los 50 o como quiera llamarse):


"Todo lo que hice hasta estos mismos instantes, quisiera mejor no haberlo hecho: cuando reflexiono sobre lo que dije, envidio a los mudos: todo lo que deseé lo considero maldiciones de los enemigos; solamente lo que temí, justos dioses, fue mejor que lo que ambicioné. Rompí las amistades con muchos y (...) ni de mí mismo soy amigo todavía." 

Lo más llamativo, quizá, es esa enmienda a la totalidad: "todo lo que hice, dije y deseé", que siempre tiene una carga excesiva. Cada vez soy menos amiga de las enmiendas a la totalidad. Quizá Séneca, que no era cristiano, no habría meditado suficiente la sabiduría que esconde ese cuidado que Dios pone en no llevarse el trigo con la cizaña. 

Eso sí, es más fácil dar esquinazo al todo que examinar las partes. El todo siempre tiene el riesgo de quedarse en algo abstracto, general. Las partes son lo concreto: los errores, las faltas, las culpas singulares: eso que hice o dejé de hacer en aquél momento, eso que dije o no dije en aquél otro, ese deseo que dejé que creciera, ese otro que dejé que se marchitara. En una conversación de media hora, lo que dije durante esos dos minutos, en aquél encuentro de días lo que hice durante esa media hora. Dentro de aquél deseo, ese matiz.

Sólo en lo concreto hay redención. De lo contrario se rompen amistades, como bien dice Séneca, con otros y con uno mismo. Y es que en esa manera de juzgar el todo es seguro que hay más posibilidades de llegar a un juicio equivocado. Y empezar a corregir el rumbo con un juicio injusto, no parece que tenga muchas posibilidades de llegar a buen puerto.

Vamos siendo en el tiempo, distintos y los mismos. El tiempo trae esas pequeñas partes que formarán, algún día e inevitablemente, un todo irrompible. Entonces y sólo entonces observaremos el valor de cada parte, de cada cosa pequeña que hicimos u omitimos, que en cada minuto estuvimos siendo. Así mirado, además de entronizar lo pequeño y lo presente, podemos también liberarnos del pasado que pesa como muy poco o demasiado. La enmienda a la totalidad es síntoma de pereza y vanidad: pereza para examinar la parte y vanidad para creer que todo cabe en un juicio humano. 

Mejorar en pequeñas oportunidades es asequible a cualquier bolsillo, incluso cuando el alma parece andar en números rojos. Quién fui o quién seré, esa no es la cuestión. Andar buscándose donde no se está, en un tiempo descolocado, es la mejor receta para no encontrarse nunca. Juan Ramón lo dice como sólo a él sale: 

Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo (...)

Cómo voy a ser yo si me empeño en negar mi tiempo, mi parte, mi pequeño tesoro escondido en este mismo segundo. 


2 comentarios:

Mariajosé A. dijo...

Muchas gracias por tu profunda y bella reflexión. Quedo ponderando tus palabras.

C.O. dijo...

Gracias a ti por pasarte por aquí.

¡Feliz Navidad!