jueves, 8 de marzo de 2007

Zapatos mojados


Los presagios de primavera se han ido como vinieron: sin más, de repente. Y Pamplona ha vuelto a su tradición de días grises, mansos riachuelos de agua corriendo por las aceras y paraguas destartalados, impotentes ante los caprichos del viento. Porque aquí el viento no sólo desarma paraguas, también desarma convicciones: para empezar esa que asegura que la lluvia no cae de abajo hacia arriba.

Cuando llegué a Pamplona, un día soleado de septiembre, pensé que era una exageración aquello de la lluvia y el mal tiempo. Poco tardé en rendirme a la evidencia. Todavía recuerdo andar por la calle, medio muerta de risa; era la primera vez que acababa con las pestañas y las cejas empapadas tras un aguacero. Con el temporal de hoy, se me remojaron las pestañas y los recuerdos; mi paraguas dio media vuelta y yo salí detrás de él como las aspirantes a niñera de Mary Poppins.

A pesar del incordio que supone trabajar toda la mañana medio pasada por agua, el chapuzón mañanero me ha puesto de buen humor. Al escuchar el chof, chof chof, de mis zapatos por el pasillo de la biblioteca, -tan idéntico al chof, chof, chof de mis correrías de la infancia- me ha entrado una nostalgia agradecida por aquel tiempo ingenuo y despreocupado. Y así me he sentado en mi mesa de la biblioteca, con el ánimo por los aires, y he retomado el trabajo de todos los días, en el que juego a ser investigadora.

7 comentarios:

Marta dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Anacó no se da por vencida. Piensa que, algún día, el tiempo en Pamplona llegará a responder a unas cadencias más o menos rítmicas y ordenadas.
No termina de asumir que el agua o el sol o incluso la nieve, pueden aparecer a traición, ya sea junio, ya diciembre y sin haber tenido la delicadeza de anunciarse a primera hora de la mañana (aún recuerdo un mayo que amaneció de “blanco-nuclear”…).
Cuando esa regla termine de asentarse en su mollera, desistirá definitivamente de la idea de que en esa bendita ciudad, uno puede salir a la calle pensando que se ha arreglado de la forma más adecuada para el día que Dios nos ha servido.
En realidad, para acertar -meteorológicamente hablando-, uno tendría que pertrecharse cada nueva jornada con una gran maleta para cubrir todas las eventualidades...
De todas formas, es estupendo y envidiable comprobar que sigue conservando el buen humor intacto (igual que el día que se puso, para emular a algún admirado torero, una piña por montera tras un percance tempranero con el secador).
Y aunque diga que juega a ser investigadora, lo es, en realidad. Y antes de empezar a liarse a tortas con su tesis lo era también. Yo lo sé…

Anónimo dijo...

¡Ay, qué nostalgia!

Aún recuerdo el dicho navarro: "Si no te gusta el tiempo en Pamplona, espera media hora".

Gracias por el apunte, Anacó.

Anónimo dijo...

Sólo puedo imaginar las consecuencias para el pelo--¡ojalá que hayas sobrevivido el segundo bad hair day de la semana!
U.A.

Corina Dávalos dijo...

Nada, el pelo me ganó una batalla pero la guerra la voy ganando yo, incluso bajo la lluvia. Y sí, aquí en media hora puede pasar cualquier cosa. Esta mañana por ejemplo he bajado a la universidad y he pasado por debajo de un arco iris completo. Such is Pamplona. Castri, anda, ábrete un blog, con todo lo que tienes para contar y la gracia que tu tienes para contarlo!!

E. G-Máiquez dijo...

Muy bien visto lo de también desarma convicciones: para empezar esa que asegura que la lluvia no cae de abajo hacia arriba. Y gran título el de la etiqueta. Aplausos: plas, plas, plas. ¿O era chof, chof, chof?

Corina Dávalos dijo...

Vaya, pues ante esos aplausos más bien: blush, blush, blush

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