viernes, 14 de septiembre de 2007

Soledades

Cada vez me convence más la intuición que ofrece amablemente la literatura, frente a las definiciones ásperas de la filosofía (racionalista, todo hay que decirlo, que no todo pensamiento filosófico es como una caminata por el desierto.) Hoy, haciendo limpieza en mi mesa de trabajo, he encontrado un microrrelato de Felipe Benítez Reyes que me recordó enseguida a otro de Pedro de Miguel con el mismo tema: La soledad. Y no diré, con cuál soledad me quedo, sólo que me quedo con las historias que nos la muestran.

Soledad, Pedro de Miguel
Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

* * * * *
La soledad, Felipe Benítez Reyes
Lo remata la cabeza de un caballo encrespado, con su agitada crin y su relincho congelado en la plata.
Perteneció a mi abuelo. Lo tenía sobre la mesa de su despacho y con él abría los sobres certeramente, con limpieza de maestro de esgrima: el papel sufría una herida invisible. Cuando hundía la hoja en el sobre, la cabeza de caballo parecía cabalgar como una figura de guiñol.
A la muerte de mi abuelo, el despacho lo ocupó mi padre. El abrecartas no lo utilizaba: una secretaria le presentaba la correspondencia ordenada en una carpeta.
A la muerte de mi padre, no puede ocupar su despacho, pero me traje a casa el abrecartas. Yo quisiera utilizarlo hábilmente como mi abuelo. Cada día acaricio la cabeza de plata de la bestia.
Desde hace años espero alguna carta para ir practicando.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre he pensado (sin minusvalorar el arte de de Miguel) que a ese cuento le sobra la última frase, que debería acabar así: "Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro". Y punto. ¿no crees?

Corina Dávalos dijo...

En parte estoy de acuerdo, sólo que ea frase final " el amplio pozo de su soledad" me gusta mucho y me costaría prescindir de ella.

Anónimo dijo...

Conoc�a ese cuento de Peter. Me conmueve much�simo cada vez que lo leo y ahora, un poco m�s.

Jesús Beades dijo...

¡¡Asombroso!! Iba a decir lo mismo que Ángela. En general, a los poemas y cuentos le sobran la moraleja final y las explicaciones. La idea de este cuento es muy buena, pero se podría escribir mejor. Llevo años citando este texto, sin recordar el autor. Fidel Villegas nos lo repartió en 2º de B.U.P., en fotocopias.

Corina Dávalos dijo...

Me alegra que descubras al autor de este microrrelato después de tanto tiempo. Estoy de acuerdo, podría star mejor escrito, pero a mi, no se me ocurren estas historias, que vienen tan "a cuento" para explicar el meollito de algo tan difícil como la soledad.

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