domingo, 24 de enero de 2010

Vaya con la divina Providencia

El título de un estupendo poema de Miguel D'Ors parece ser el leit motiv de muchos de los artículos de prensa que nos inundan a diario, mientras Haití se hunde más profundamente en su ya larga historia de infelicidades. Suele coincidir que quienes se vuelven contra la Providencia por permitir que la tierra tiemble, no suelen relacionarla en absoluto con la ola de preocupación y generosidad generalizada a la que estamos asistiendo. Suele pasar que nos acordamos de Santa Bárbara sólo cuando truena, y además, la novedad posmoderna es que nos acordamos para reclamarle, no ya protección, sino el descuido imperdonable de haber dejado que la tormenta se desate.

La providencia de la que hablan, quienes no creen en la Providencia, es frecuentemente una caricatura gruñona de la realidad del Buen Dios y su constante desvelo por el mundo. El ser -providente, tal como se comprende desde la teología natural, se refiere al modo Divino de ocuparse del gobierno de la creación y está íntimamente relacionado tanto con la Sabiduría como con la Bondad de Dios -y aún más importante- no está nunca en contradicción con ellas. Nosotros, tan acostumbrados a ese cómodo relativismo que mezcla la luz con las tinieblas sin inmutarse, pretendemos que la Inmutabilidad de Dios sea a imagen de la nuestra, y no. Como decía Santa Teresa "Dios no se muda", es decir, nunca deja de procurar llevar los hilos de la historia de modo que favorezcan siempre a quienes han salido del fruto de sus entrañas.

La RAE define así la palabra Providencia:

(Del lat. providentĭa).

1. f. Disposición anticipada o prevención que mira o conduce al logro de un fin.

2. f. Disposición que se toma en un lance sucedido, para componerlo o remediar el daño que pueda resultar.

3. f. por antonom. La de Dios.



El problema surge cuando trastocamos aquello del fin. Quienes invocan a Dios sólo para sentarlo en el banquillo, olvidan que quizá los caminos de Dios no son nuestros caminos, y que Dios mira mejor y más allá que los hombres. En fin, que nuestra mermada cultura occidental parece conformarse con el bienestar como fin último. El orden, la seguridad, la previsión, el derecho a decidir sobre todo, incluso sobre el futuro -tan incierto desde que el mundo es mundo- son los valores por antonomasia. Y Dios en cambio, tan partidario de la libertad, prefiere que el orden del mundo no se parezca en nada a la organización del plató del Show de Truman y su sabiduría tiende a fines más hondos y más altos. Dios provee respetando la naturaleza de las cosas, lo que equivale a decir que su providencia cuenta con nuestra libertad para llevar a buen puerto sus designios. Más bien podríamos preguntarnos -quizá- si la tragedia de Haití habría sido menos tremenda si hubiésemos sido más providentes con ellos antes de que la tierra temblara y no después.

Me gustaría ver un estudio de lo que costará recuperar ahora -sólo en el aspecto material- las infraestructuras de Puerto Príncipe, y qué coste habría tenido procurar que fuesen más seguras. No dejo de pensar en la encíclica Caritas in Veritate y la preocupación del Papa por los países pobres y el concepto tan pobretón de ayuda al desarrollo que hemos preconizado en occidente desde hace más de medio siglo.

Ya se ve que cuando tomamos los hombres la providencia en nuestras manos, no llegamos demasiado lejos con el peso de semejante encargo. Y eso sin olvidar que hay otra dimensión que Dios tiene en cuenta y nosotros menos: el sentido de eternidad. Dios puede premiar el sufrimiento con una felicidad eterna, de modo que no podemos juzgar su justicia sólo desde este lado del tiempo. Ojalá tomemos nota de lo sucedido y sigamos aplicando en Haití y en otros lugares que se encuentran en situaciones similares de indefensión, ese necesario don de la gratuidad que nada tiene que ver con paternalismos de izquierda o de políticas internacionales que benefician a unos pocos estados. Quizá el mundo sería mejor si los hombres hiciéramos todo lo que está en nuestra mano y dejáramos en paz, salvo para invocar su protección, a la divina Providencia.

Pd. Os recomiendo también esta entrada, y esta.

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