jueves, 11 de febrero de 2010

Nevada

Esta mañana quedaba algo de nieve en las aceras. Los coches llevaban todos un abrigo blanco y las niñas jugaban a ser malabaristas del circo de los tacones. Cuando bajaba a la universidad, el sol lucía radiante sobre el campus nevado. Al poco tiempo el cielo se cubrió de nubes y, salvo pequeños intervalos, no ha parado de nevar. Como no he podido sacar el coche, ni subir andando con mis zapatitos de ante (¡quién me manda...?), me he quedado en la biblioteca trabajando en la tesis y algo más. Los resultados: dos folios de tesis y just a little attempt...


Me parece que mientras cae la nieve
se atascan los relojes, muere el tiempo.
Los copos, en un baile a contratiempo,
se trenzan con el aire que los mueve.

Parece que la tierra, cuando llueve,
rejuvenece y juega al pasatiempo
de darle a los colores de entretiempo
un toque de esplendor, un beso leve

que llena de fulgores sus mejillas.
Como un ladrón nocturno de puntillas
irrumpirá un buen día la primavera,

pero el invierno todavía se esmera
en revestir de blanco las mañanas,
y en ocultarme el sol, la luz, las ganas.

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