Anoche estaba a punto de perder la paciencia. A las 7 me llamaba el condutor de la empresa que traía mi moto de Pamplona a Madrid. Llamaba para anunciar que llegaría con el encargo a eso de las 12.30 de la noche. El conductor, con su acento extraño. Por mi cabeza pasaban juicios como relámpagos de verano. Hay que ver qué poca profesionalidad. Hay que ver qué horas. Hay que ver...
El hombre del acento extraño llegó a la hora prevista. Tenía la cara desencajada por el cansancio. Llevaba tres días conduciendo por toda España, durmiendo apenas dos horas. Le dolía la cabeza. Un tipo fornido y vulnerable como un niño desamparado. Le dimos una pastilla para la cabeza. No teníamos nada para paliar su cansancio. Por favor duerma, hable con su jefe...
Su respuesta resignada, al borde de la desesperación, pronunciaba con su acento extraño: hay que trabajar. Desaparecieron todos los juicios como desaparece una tormenta de verano. Querría denunciar a su empresa, pero quizá sería peor para él. Qué vidas. Qué deseos de hacerlas diferentes.
Anoche no perdí la paciencia. Pero tuve la tentación de perder la esperanza.
El hombre del acento extraño llegó a la hora prevista. Tenía la cara desencajada por el cansancio. Llevaba tres días conduciendo por toda España, durmiendo apenas dos horas. Le dolía la cabeza. Un tipo fornido y vulnerable como un niño desamparado. Le dimos una pastilla para la cabeza. No teníamos nada para paliar su cansancio. Por favor duerma, hable con su jefe...
Su respuesta resignada, al borde de la desesperación, pronunciaba con su acento extraño: hay que trabajar. Desaparecieron todos los juicios como desaparece una tormenta de verano. Querría denunciar a su empresa, pero quizá sería peor para él. Qué vidas. Qué deseos de hacerlas diferentes.
Anoche no perdí la paciencia. Pero tuve la tentación de perder la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario