miércoles, 27 de abril de 2022

Planes como flanes

Que la vida no sale como uno la planea, lo sabe bien cualquiera que haya pasado la barrera de los 30. A partir de ahí, podría hacer una burda generalización y decir que, más o menos en ese punto, empiezan a bifurcarse las vidas en dos grupos: los que saben ser felices con lo que tienen y sacarle el máximo partido y los que van acumulando amarguras, empecinados en rumiar los sueños y deseos que no se dieron como lo habían planificado. Lejos de mí sugerir cualquier tipo de conformismo. A lo que me refiero es que, sólo podemos construir a partir de lo que hay y desde el presente. Sólo desde ese sabio realismo se puede mirar hacia un ideal e ir a por él. 

A los 25, mi futuro consistía en una fulgurante carrera académica. A los 35,  en una fulgurante carrera en comunicación corporativa y a mis 45 empiezo nuevamente a vislumbrar hacia dónde quiero encaminar mi vida mañana, jueves, con mi modesta "to do list". No miro ni muy lejos, ni muy alto. Sólo trato de mirar más hondo. Me ha costado lo que llevo de vida aprender algo que habían tratado de enseñarme desde mi más tierna infancia. Cuando empecé a andar (antes de cumplir un año para desgracia de mi madre), la santa mujer ya me había enseñado la única receta para una vida feliz y colmada: un paso después de otro. Casi medio siglo después, empiezo a comprender qué tan certero era el consejo, para cualquier ámbito de la vida. 

Tras unos años de tropiezos, caídas y colosales leñazos, a causa una salud más bien precaria y una porción de mala suerte, nada salió como había planeado a los 25, ni a los 35. Como dicen (y dicen bien) que la vida empieza a los 40, llevo apenas 5 años cumplidos, con la ventaja de que ahora ya me tomo en serio lo de los pasitos consecutivos. 

Procuro disfrutar de las temporadas en las que estoy hecha un toro y acepto mejor las que no pueden ser tan productivas como me gustaría. A veces mis pasos son largas y ágiles zancadas, otras son lentas y cortas pisadas (veo pasar a las hermanas tortugas como flechas). Lo que cuenta es no dejar de avanzar hacia el ideal, como buenamente se pueda. Cada uno, fiel a la vocación personal que viene inscrita en el misterioso nombre que se nos revelará en la vida eterna, va esculpiendo su historia en el tiempo. Y se va haciendo patente en la medida en que se avanza, sólo así. 

Pero, para avanzar, ese ideal que da sentido a todo, debe estar claro. Caminar hacia adelante y avanzar no es lo mismo. A veces se avanza retrocediendo. Tirar pa´lante –sin más– no vale. Ese ideal que, como todo fin verdadero sólo se encuentra en el principio, no puede ser un fin externo: cargos, dinero, publicaciones, éxito medible. El más alto ideal es vivir de manera que Dios y la propia libertad, jugando la partida de la vida como un partido de dobles, lleguen al final como si fuesen un sólo jugador. 

No hay un partido igual a otro, sólo está tu partido. Dar todo, disfrutar del esfuerzo, de las jugadas redondas y de las bolas fuera, de la facilidad que da la práctica, de las dificultades de los comienzos continuos, de los masajes suaves y las rehabilitaciones duras tras una lesión. Seguir en el torneo con tu compañero, siguiéndole el juego. Un paso detrás de otro. Un golpe, un punto, un set. Final del torneo: todos habremos ganado. 


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