El cielo trazó una gruta
durante la Noche Aquella.
Y se pusieron de acuerdo
toda clase de estrellas,
para abrirles camino
a los ángeles cantores.
Y en las tierra los pastores
cogieron flores y vino
-llevaban cuanto podían-
para obsequiárelo al Niño.
Sonaban los tambores,
balaban las ovejas,
José miraba asombrado
al Niño de Cara Morena.
María arrullaba al pequeño
y dejaba, la Virgen buena,
que yo me acercara a besarle,
arrepentido y con pena:
Tengo tan poco que darle,
tengo tanto que pedirle:
a mi Niño no le importa
me sonríe, no me riñe,
y yo me rindo a sus ojos
que lloran por redimirme.