jueves, 14 de octubre de 2010

Otoño


Un capricho: pisar las hojas caídas de los árboles, crujientes como hojuelas de maíz sobre la hierba.

Una tristeza: la luz es más escasa, más fría.

Una alegría: los colores del atardecer.

Un asombro (o tres): Aquí, de Wislawa Szymborska y dos poemas de Natalia de Barbaro (gracias a Abel Murcia).

Una ilusión: no lo digo...

sábado, 9 de octubre de 2010

Imagine...

Todo cambia. Y España más. Incluso, a veces, a mejor. La idea del ministro Gabilondo de acabar con los doblajes me gusta mucho, muchísimo. Entiendo que haya mucha gente a la que le guste menos, o nada de nada. Pero lo cierto es que los idiomas se cuelan por el oído y se nos vuelven familiares casi sin que nos percatemos. Las nuevas generaciones, aunque sean escasas, vienen con el software adaptado a los tiempos: son nativos digitales y no le temen al inglés, o al menos no tanto. Han venido al mundo cuando el mundo ya era global, cuando los vuelos baratos e internet ya campaban a sus anchas y han visto más mundo que las generaciones anteriores, a veces incluso sin salir de casa. Escuchar la versión original de las películas es una manera de ensanchar el horizonte (o la longitud de onda, ya que se trata de oír). Quizá nos llevemos una sorpresa cuando escuchemos la voz de los actores, con su personal acento dramático, o se reduzcan en un 80% los tacos que al doblar se insertan en los guiones. No digo que por eso vayamos a ser más universales, pero con suerte un poco más internacionales, sí. Si la iniciativa sale adelante, habrá que llevar las gafas al cine e importará menos hacer ruido con la bolsa de las palomitas. Estoy deseando ver la polémica en pleno auge: original version with subtitles, yes; die Originalfassung mit Untertiteln, nicht. Ya se verá.

martes, 28 de septiembre de 2010

Hoy me ha sorprendido la primera lectura de la Misa, del libro de Job. Me tranquiliza que, a pesar de la quejas y maldiciones al día y a la madre que lo trajo, a estas alturas lo tengamos como el santo Job. A veces nos podemos sentir tentados de seguir al pie de la letra los quejíos del pobre Job cuando los problemas vienen como en avalancha (o como "un ataque de comanches borrachos" que diría Miguel D'Ors). Sabemos cómo acaba la historia. 

Y, aunque cueste y se rebele hasta el último electrolito de nuestro ADN, viene muy bien sentirse vulnerables y necesitados, de vez en cuando. Hoy me ha venido a la cabeza el comentario que me hizo una conocida mía hace unos meses (mientras la llevaba en el coche a 100km/h por las callejuelas de Pamplona, para intentar que no perdiera su tren, que perdió...) 

Al ver mi fracaso como anfitriona y los intentos desesperados por salir airosa de la situación, me dijo muy en serio: 
-Ya sé porqué crees en Dios: ¡tú lo necesitas!

viernes, 17 de septiembre de 2010

Fragmentos

He perdido mi viejo ordenador. Vamos, lo tengo conmigo, pero ha entrado en el letargo definitivo de los pecés muertos. Tenía allí muchos apuntes, fotos, canciones. Nada que pueda ya recuperar. Ayer encontré un papelillo viejo con unos fragmentos de un poema de Ernestina que hiberna junto con otros tantos que había guardado y que quizá no vuelva a leer. Este lo pongo a salvo aquí porque, conociéndome, el papel también puede desaparecer en cualquier momento.

Distancia

Hay zanjas invisibles,
ironía en los ojos,
y tienes que apretar
la mano que no sientes
para seguir andando
sin olvidar la meta.

Un día llegarás.
Imposibles retornos
te conducen por fin
adonde perteneces.
(...)

Tuviste la ilusión
de hacerte comprender,
pero alguien alzó
una pared encalada.
Todo es liso y pensado.
La ternura espontánea
se estrella contra un muro.

Como no eres de aquí
serás de alguna parte.
Hay un cielo escondido
que espera a cada uno.

Ernestina de Champourcin, La pared transparente.


jueves, 16 de septiembre de 2010

Otra de libros II

Las tesis, como las historias, pueden ser interminables. Pero como pregona el dicho popular, A todo gorrín/ le llega su San Martín. El escritor no puede matar a sus personajes a capricho. Se le rebelarían como a Pirandello reclamando sus derechos. Que los maten vale, pero al menos que sea de una muerte verosímil. 

 A las tesis les pasa algo parecido, hay que cortar los argumentos con cierta delicadeza, de modo que el remiendo no se note apenas, y pase tranquilamente por el control de calidad del tribunal de turno. Hay que remendar muy bien las junturas para luego poder hacer de la capa un sayo y salir airoso. El índice me recuerda que el final debe llegar pronto. Los argumentos se resisten. Yo escribo, corto, pego y me desvelo.

Da tranquilidad que, en las historias o en las tesis, hay un dulce verdugo que puede dictar sentencia sin el engorro de ser juez y parte en el litigio: la figura del editor/director. Un día, viene, lee y dice: esto se ha acabado. Y se acaba. Y los personajes, y los argumentos, y los autores de repente se callan. Y así salen los libros –como el mundo– llevando en sus lomos una etiqueta implícita: este ejemplar es el mejor de los posibles.

martes, 14 de septiembre de 2010

Otra de libros

Por primera vez en cinco años ando rezagada en casi todo menos en la tesis. Ha venido la euforia con septiembre y su calor atenuado, con las hojas que empiezan a tropezar y caer de las ramas, con las ocho, y atardeciendo. Estoy como diría la Teresona, que vivo sin vivir en mí. Volcada sobre los libros y tomándole el pelo a los relojes: ¡a que llego yo antes! y así...

Yo ya tengo mucho libro por delante. No de los que me apetecen, (aunque ya incluso me apetecen un poco, oye...) sino de los que me urgen para acabar el capítulo final de la tesis. Pero no por eso me privo, que aunque sea septiembre y no pueda llevarme un libro en el bolso de playa y echar la tarde leyendo con las gaviotas, el otoño también se presta.

Así que dejo aquí tres sugerencias, para llevarse un libro, o dos, o tres a la mesilla, cuanto antes . Un artículo de Nuestro Tiempo "Novelas para entender el mundo", el blog de lectura de la Biblioteca de la Universidad de Navarra y un libro de Jiménez Lozano que, tal como lo pone EGM, es difícil resistirse. Y que vuelen las hojas en otoño...

viernes, 10 de septiembre de 2010

Para leer con tiempo


Sobre el tiempo sólo se puede leer con tiempo, despacio. San Agustín decía en sus Confesiones, o más bien se lamentaba, que si uno se pregunta qué es el tiempo lo sabe, pero si tiene que explicarlo, no lo sabe. Hoy Rafael Alvira ha impartido la lección inaugural en el acto académico de apertura de curso de la Universidad de Navarra sobre ese tema. Y merece la pena leerlo.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Citas I


"El arte no es una copia del mundo real. Con este dichoso mundo, tenemos ya bastante".
Citado por Nelson Goodman de fuente desconocida en Los lenguajes del arte, p.21

domingo, 22 de agosto de 2010

Taxis

Se incorporó, y al tratar de salir de la cama, chocó contra la pared. Había despertado cada vez en un lugar distinto durante los últimos cuatro días. Las suelas de sus zapatos habían rozado tres ciudades, dos continentes y la cabina de un avión atiborrado de desconocidos que dormitaban suspendidos en el aire, sobrevolando el océano.

Bajó desganada hasta el comedor del hostal en el que se alojaba. Se perdió por los pasillos sin ventanas hasta que por fin llegó al comedor y se sentó a la mesa; junto con varias mujeres que desayunaban sin prisas mientras ojeaban las noticias del periódico local. Al principio se alegró de poder estar un rato acompañada, pero el entusiasmo se desvaneció con el primer sorbo amargo del café que le sirvieron. Las voces chirriantes de sus compañeras de mesa sonaban al unísono comentando las noticias, las impresiones sobre el tiempo y la pena que sentían por los deudos de Rubén –que en paz descanse– . Mientras lanzaban sus pensamientos al aire, sin escucharse unas a otras, cayeron en la cuenta de que alguien más se había unido al desayuno. Y se abalanzaron , todas a la vez, con preguntas que no parecían esperar contestación.

Se sintió incómoda y comenzó a ponerse nerviosa mientras dejaba a un lado la taza de café. Recordó las épocas de exámenes, como si de repente la sometieran a un cuestionario inacabable de preguntas escritas en un folio en el que no hubiese un solo espacio en blanco para escribir las respuestas. Procuró disimular su desasosiego y con una media sonrisa, mientras asentía con la cabeza, apuró el café, se disculpó y dejó el comedor para volver a la habitación. Volvió a perderse por el pasillo, llegó al pequeño cuarto donde tenía sus maletas, cerró la puerta a sus espaldas y se quedó allí apoyada por un momento con los ojos cerrados. La habitación no le pertenecía, no había nada familiar para ella, salvo un cuadro de la Virgen con el Niño en brazos.

Se acercó al lavabo y se mojó la cara. Miró la hora en su teléfono móvil. Se fijó por si habría llamado alguien en su ausencia. Nadie. El teléfono había dejado de sonar desde hacía muchas horas. El tiempo tampoco había pasado como de costumbre. Mientras dormitaba sobre el océano, supendida en el aire, le habían sustraído seis o siete horas de su vida y, por mucho que cavilaba, no conseguía adivinar dónde habrían ido a parar. Era como si se las hubiese tragado el vacío. Igual que el espacio en blanco que había desaparecido bajo las espesura de las letras abigarradas que llenaban el folio del cuestionario. Todo le resultaba extraño.

A ella misma le pareció verse distinta cuando se miró al espejo con la cara mojada y ojerosa. Lo único que seguía igual era el olor a colonia que derramó sobre sus manos y se esparció despacio por el cuello y la nuca, dándose un masaje. Hacía calor. Pensó entonces en Rubén; en su cara inmóvil y serena, en el frescor de la sala donde descansaba arropado por una caja de madera noble y los brazos de un Crucificado. Volvió a mirarse al espejo y se sintió avergonzada al notar cómo la envidia se dibujaba en su propio gesto. Salió a la calle y llamó a un taxi. Los taxis eran de un color distinto. Entró en el coche y se dejó caer en el asiento trasero. Iba callada mientras miraba pasar por la ventana a la gente por las aceras, los coches, los semáforos en verde. Llegaron al tanatorio. Se confundió dos veces de moneda al pagar, mientras el taxímetro corría sin tregua como un metrónomo olvidado sobre un viejo piano.

Ya no le quedaba nada que hacer allí, pero quiso volver a mirar el rostro de Rubén. Se quedó de pie tras el cristal varios minutos, levantó la cabeza y se encontró a sí misma en el reflejo del cristal y se sintió avergonzada de volver a descubrir en su cara la misma expresión de esa mañana. En cambio Rubén estaba allí, apacible, idéntico a como se lo había encontrado el día anterior. Ya no habían cambios para él. Miró el reloj. Todavía marcaba la hora de otro continente. Rodó las manecillas hasta colocar el tiempo en su lugar. Se frotó los ojos con el dorso de la mano, se secó las lágrimas y salió a la calle. Cogió el teléfono e hizo un llamada breve: –un taxi, por favor.

sábado, 3 de julio de 2010

Vivir es enfrentarse a los textos de tu vida. Algunos están escritos, otros son una estrella naciente, lejos, en el futuro, que empieza a eclosionar a partir de unos átomos diminutos que se convierten en una fuente de luz inaccesible, que encandila hasta sumirte en la ceguera. También algunos sufren una desviación pequeña y con años luz de sigiloso movimiento llegan a convertirse en inmensos agujeros negros que se tragan todas las referencias conocidas hasta entonces. Y vivir es seguir viviendo, y escribir es continuar el testimonio.

Hay textos del pasado bien escritos, sometidos a innumerables correcciones, borradores fallidos, vergonzantes que descansan en el corazón como memoria de la oscuridad latente. Y el presente se escribe con memoria, con expectación y gran cuidado. Todo se acumula en la escribanía del alma.

Un día, a miles de kilómetros del vivir acostumbrado, recoges todos los escritos. Repasas las líneas de la vida: la vivida, la que pudo ser, la que será probable. Y escribes en la vida del sueño tu trama preferente. Volver a soñar la vida. Tienes material de sobra. No importa el tiempo que te quede. Todo se resuelve en la página final, un folio en blanco. Ese que no sueñas ni sabes. En la más absoluta soledad, tendrás un Escribano que dibujará cada letra con tu pulso cansado. Ese será el texto decisivo. Tu irrepetible y sorprendente final.

lunes, 28 de junio de 2010

Frase febril


La distancia más corta entre dos puntos es la línea (telefónica). La más larga, el silencio en línea.

viernes, 18 de junio de 2010

Sorpresas

Voy en el metro. Me fijo en la gente que viaja conmigo en el vagón. Me llama la atención un tipo grande, más bien, gordo. Lleva barba y el pelo rapado. Lleva unos pantalones cortos y camiseta, todo negro, que dejan ver una parte de los enormes tatuajes que lleva en los brazos y las piernas, como un guerrero preparado para el combate. Parece que tiene su guerra particular, en la PSP que lleva en las manos, y que no deja de mirar, sin distraerse. Él no se fija en nadie, cosa que agradezco, porque con esa pinta –pienso- me sentiría intimidada si llegásemos a cruzar una mirada.

Para el tren y sube un mendigo. Camina con su bastón y su gorra mirando a los viajeros, por si alguno se compadece de su aspecto famélico y le echa unas monedas a la gorra. Todos miran hacia otro lado, salvo el tipo de los tatuajes. Deja a un lado su juego y se le cambia la cara. Mete la mano en el bolsillo y saca unas monedas. Se acerca al mendigo y se las deja en la gorra despacio, mirándole a los ojos. Me quedo pensativa. Cómo me alegro cuando la vida contradice la majadería esa de "piensa mal y acertarás". El mendigo se llevó algunas monedas y una mirada digna del tipo más bondadoso que viajaba en el vagón.

viernes, 11 de junio de 2010

Rescate

El cielo es hoy una nube plomiza
compacta y ancha sobre el horizonte.
Pero, recuerdo el cielo como era:
azul, besando al mar
y un sol que no deslumbra, y la brisa
llevándose la arena de la playa
como a una enamorada de la mano.
El alma también tiene sus galernas,
sus días grises y sus marejadas.
No lejos de la costa flota un ángel
que salva del naufragio a quien lo mira.
Su rostro son cien rostros, quince,uno.
El número es del todo indiferente,
su gesto pone a salvo a quien lo mira:
el ángel que sonríe a los ahogados.

jueves, 3 de junio de 2010

Under the rainbow

Quedan dos meses antes de que se esfume el arcoiris. Después, nunca se sabe. He tenido una visita entrañable durante 15 días. Sólo una madre se sube en una vespa roja con su hija al volante en Pamplona, la ciudad de las rotondas, ¡con el miedo que le dan las curvas! Reímos mucho, comimos bien. Y hablamos, y hablamos, y hablamos hasta bien entrada la noche, día tras día.
Ahora de vuelta al trabajo, con calor y el polvo que levanta el incipiente edificio de la Facultad de Económicas. En breve empezará a levantar polvo el Museo. La biblioteca ha pasado de ser un Think tank a un tank a secas. No he pasado por tantas medidas de seguridad ni en los aeropuertos de EEUU tras el 11.S. Se ha puesto enferma una profesora a la que admiro mucho. Una amiga, muy amiga casi no lo cuenta tras un accidente en moto. Y eso que seguimos bajo el arcoiris. Ya en agosto se verá cómo se aleja el polvo cuando sople el viento. Y hacia qué dirección sopla. Lo mío por ahora será seguir, procurando que los libros no me miren con la hojas polvorientas. Trabajar mucho, mucho, mucho. Que el final está muy cerca y quedan dos meses antes de que se pierda el arcoiris.

domingo, 25 de abril de 2010

Historias del Nuevo Mundo I

Creo recordar que era febrero. Llegaban a casa de mi abuela uno o dos cajones de madera llenos de mangos. Había una leyenda negra alrededor del mango, de modo que las cajas, en cuanto llegaban del mercado, pasaban a la zona VIP de la despensa, donde se guardaban los tesoros de la abuela: algunas piezas de vajilla fina, licores, pastas y bolsas de chocolatinas, por si llegaba alguna visita sin previo aviso.

Los mangos tenían fama de acumular suciedad, bichos malos y enfermedades, así que no se podían tocar hasta que no pasaran por un meticuloso proceso de desinfección, como si fuesen piedras de criptonita camufladas de ambarino. Mi hermana y yo esperábamos entusiasmadas el momento en que nos dieran luz verde para bebernos el primer mango de la temporada. A pesar de todos los lavados, los enjuagues -repetidos varias veces- y las gotas de poción desinfectante, el mango conservaba ese color amarillo anaranjado, como la yema de un huevo de campo; y un aroma entre dulzón y fresco que nos reducía a un estado hipnótico.

Luego venía el ritual de preparación. Las frutas criollas siempre tenían su ritual propio. El mango de mi infancia tenía forma de corazón humano y el primer paso del rito del mango era un masaje cardiaco. La semilla del mango es grande, como una piedra de río. Apenas deja un pequeño espacio a la pulpa, que la envuelve como un ovillo de lana tangerina y gruesa. Éramos masajistas cuidadosas. Iban y venían nuestras manos diminutas por la superficie hasta dejar el mango como un músculo relajado. El zumo, espeso y fresco, pululaba de aquí para allá dentro de la corteza hasta que salía, por una pequeña hendidura que abríamos en la parte de arriba, y nos lo bebíamos como si llevara una pajita incorporada.

Hace poco vi unos mangos rojizos y enormes en el Corte Inglés. Busqué por allí por si encontraba a su primos los criollos, pero no. No me llevé ninguno y me marché mirando de reojo a los que había con algo de desprecio. No cambiaría mi mango criollo por nada, y menos por un primo suyo tan snob.

viernes, 9 de abril de 2010

Narraciones

Hoy he preparado el documento que acogerá el quinto capítulo de mi tesis (son seis). El título: "La mediación de la narración en la comprensión de sí mismo." Curiosa relación entre vida y relato, curioso por demás que necesitemos comprendernos a través de las experiencias de otros, incluso cuando los otros no son más (ni menos) que personajes que habitan en un mundo distinto de ese que llamamos vida real.
La vida es la historia de una vida, un relato lleno de acontecimientos, personajes, peripecias, encuentros y desencuentros, que llenan las páginas de un libro cuyo título originalísimo es ¿quién soy?

Como decía Aristóteles, una buena trama es la que consigue ordenar los hechos de tal manera que los incidentes heterogéneos que componen la historia lleguen a ser armónicos, llenos de sentido, que la concordancia prevalezca sobre la discordancia.
Pero de la vida, como dice Ricoeur, no somos sus autores. Como mucho, co-autores y no le falta razón. No tenemos la capacidad de configurar la trama de nuestra vida como podría hacerlo un autor con su obra, siempre quedan cabos sueltos, una ausencia de sentido que deja incomprensibles los pasajes dolorosos, las elipsis, los giros en la historia que nos alejan del final tan esperado.

Hay cuestiones que me interpelan vivamente y que no podré incluirlas en mi tesis. Por ejemplo, la idea que he leído en el (sin razón) vilipendiado Rainiero Cantalamessa. No basta nuestra historia enriquecida por historias que se encuentran en el nivel ancho y largo de la experiencia humana. Necesitamos otras coordenadas. Hace unos días EGM glosaba aquella queja de San Juan, cuando afirma que no bastaría el mundo para guardar todos los libros que podrían escribirse sobre la vida de Jesús, su historia. Cantalamessa escribe

"la venida de Jesús en la encarnación marca un salto cualitativo, como cuando un río llega a una esclusa y reemprende su marcha en un nivel más alto. Todos los gestos realizados por Jesús durante su vida forman parte de la historia de la salvación; incluso su silencio y la vida cotidiana de Nazaret pertenecen a la historia.(…) Pero la historia de la salvación continúa después de él, y nosotros también formamos parte de ella. La vida de cada creyente en particular, desde el bautismo hasta la muerte, es una pequeña historia de la salvación, es el microcosmos de la salvación; mientras que la otra historia aquella que va desde la creación hasta la parusía, constituye su macrocosmos".

Somos por tanto co-autores de nuestra historia, y de nuestra Historia. Compartimos el tiempo con otras vidas y la Vida comparte el tiempo de la historia de cada uno. Yo procuraré, al escribir mi tesis, comprender lo mejor que pueda las tramas y giros de la historia del gran río y su corriente en el tramo que fluye hasta llegar a la esclusa. En cierto modo, es la parte menos agraciada del recorrido. La comprensión de sí mismo es siempre una tarea inacabada. En parte, porque una historia bien trabada sólo se comprende desde el final. Los poetas siempre ayudan en estos trances y Borges ya lo dijo al final de su soneto:

¿Quién es el mar, quien soy? Lo sabré el día
ulterior que sucede a la agonía.

Y la Dickinson va un poco (o mucho) más allá cuando dice en una de sus cartas a Higginson:

Hoy pensaba -al percatarme de que lo «Sobrenatural» no era sino lo natural desvelado-
No - es - la «Revelación» la que aguarda,
Sino nuestros ojos no equipados-

jueves, 8 de abril de 2010

El Principito



Tengo un pijama nuevo del Principito. Me lo regaló una amiga a la que adoro, y con eso bastaría para que mi pijama fuese único. Es talla L. La dependienta le recomendó que lo comprara grande porque el tallaje viene apretadito. Por lo visto a los modistos no les basta con estrangular a las ex–damas solamente cuando van de calle (y más de noche que de día), sino que ahora el estrangulamiento se extiende a las ropas de cama (que ya es inquina) cuando es evidente que el sentido común reclama hacerlas amplias, como se hacen las sábanas.
Yo miro mi pijama y ya con eso me basta para ser dichosa, porque ¡hay que ver lo que cabe en estas cuatro telas! En él se juntan muchas cosas: tengo un pijama fresco, de abolengo, discreto en sus colores –¡literario!– y además, profundamente humano.

Contiene la luna, las estrellas, los planetas -cosa que se agradece en esta latitudes, porque las nubes del norte pocas veces conceden ver los cielos despejados-. Mi padre se sentirá también contento con el regalo, porque donde está el Principito está su rosa. Y de las rosas vive, come, duerme, estudia y se divierte mi familia desde hace más de 25 años.

Y tengo aquí montañas y flores y un pequeño amigo con gesto soñador, que me recuerda mucho a quien me hizo este regalo. Sólo echo en falta al zorro que no aparece por aquí, ni salvaje, ni amansado. Pero eso tiene arreglo fácil: desde ahora, el zorro seré yo. Por las mañanas, cuando suene el despertador, seré seguramente un zorro esquivo, asalvajado. Y por las noches, cuando llegue hasta mi cama pidiendo tregua, seré el zorro del Principito, domesticado.

Familias imperfectas

  A menudo, cuando se habla de la familia, se presenta un modelo ideal. Y está muy bien manejar arquetipos, historias y ejemplos dignos de i...