martes, 14 de septiembre de 2021
Silencios
miércoles, 28 de julio de 2021
Ser como niños
lunes, 26 de julio de 2021
Apocalíptica y esperanzada
Para ponerme a tono con los tiempos, he vuelto a ver algunas películas que cuentan historias de catástrofes y situaciones límite. Viven o Everest, por poner un ejemplo de historias reales, donde se muestra (hasta donde el cine da de sí), la capacidad humana de solidaridad para salir adelante aún cuando todo está en contra y empuja hacia el abismo de la apatía y la desesperanza. Una de las reflexiones que se repiten una y otra vez en los testimonios de los Supervivientes de Los Andes es que allí tuvieron dos experiencias muy claras y profundas: la primera, la experiencia de la compañía de Dios, a pesar de la prueba por la que estaban pasando. La segunda, lo poco que necesita el ser humano para vivir y ser feliz.
Después de más de medio siglo sin guerras en Occidente tras el trauma de la I y II Guerras Mundiales en el siglo XX, las generaciones que estamos construyendo la Historia de este primer cuarto de siglo, parece que hemos olvidado que la verdadera tragedia consiste en el olvido de lo esencial. Sustituimos el bien por el bienestar, la verdad por las certezas que nos permitan ejercer el control sobre lo desconocido, el dolor y el esfuerzo. Hemos ocultado la belleza con la banalidad de modas que se elevan a tal gloria que da pena. Hemos preferido que los medios nos digan qué pensar, porque pensar por cuenta propia sale caro, por el precio de los libros y el desprestigio social que conlleva, a menos que seas parte del mainstream amaestrado.
A Dios lo quieren fuera de escena a como dé lugar y se le ataca velada o descaradamente. Las libertades y derechos son machacados en nombre de la seguridad de la tribu, olvidando la máxima que tan bien expresa Javier Gomá en una entrevista (El País, 18 de septiembre 2019):
Si alguien me preguntase cuál será la gran batalla intelectual, moral y existencial del S. XXI, respondería que, sin duda, será la gran causa de la dignidad humana. Como una gran obra maestra que ha sido retocada y restaurada tantas veces que ha llegado un momento en el que lo que aparece sobre el lienzo no se asemeja a la pintura original, hemos de limpiar, restaurar, y seguir pintando inspirados en este noble concepto que está pidiendo a gritos aparecer, no sólo enmarcado en pan de oro para ser contemplado, sino ser llevado a la vida real, al guion práctico de la vida en todo el mundo, en cada mundo personal.
Conservar y hacer brillar la libertad de espíritu es una misión que no se puede prorrogar. Porque necesitamos ver , palpar, escuchar cómo hay gente normal que llega a la cima del Everest y muere rescatando a un amigo. Porque si hay un tipo que cruza Los Andes en invierno con ropas de verano y jirones de un asiento de avión sólo para volver a ver a su padre, necesitamos verlo. Porque necesitamos prestar oídos a quienes se oponen a la corrupción del ser humanos a través de ideologías que desconocen, justamente, la grandeza de la dignidad.
En Everest, hay un diálogo muy bello con mucha enjundia. El grupo que intentará el ascenso, está reunido en el campamento base tomando un trago alrededor del fuego. Uno se pone en plan profundo y pregunta a cada uno: ¿Por qué subes el Everest? Y uno de ellos responde:
"Hay una escuela primaria donde vivo y estuve hablando con esos niños que me ayudaron para reunir el dinero para poder venir y me dieron una bandera para la cumbre. Así que pienso que, tal vez, si ellos ven que un tipo cualquiera puede perseguir sueños imposibles, tal vez eso los inspire a hacer lo mismo. Voy a escalar el monte Everest porque puedo. Porque siendo capaz de subir tan alto y ver ese tipo de belleza que nadie ve nunca, sería un crimen no hacerlo."
No sigo con la historia de Doug para evitar el spoiler. Sólo añadiría algo a esta magnífica reflexión del personaje: también hay una belleza que casi nadie contempla en las simas, cimas y mesetas de cada persona. Sólo hay que aprender y prepararse para ser digno de confianza contemplar así ese sacro paisaje. Podemos y sería un crimen no hacerlo.
martes, 23 de marzo de 2021
Los mundos de los niños
Mi sobrina M., que en breve hará 4 años, tiene un poco de lío entre la velocidad digital y la velocidad vital. Ha echado los dientes con la magia del móvil que te da lo que deseas en un segundo y sin rechistar. Los niños van saltando del mundo representado, irreal, tan expedito para satisfacer deseos de inmediato; al terreno de lo cotidiano con su realidad firme y terca en su resistencia al deseo. A veces trastoca el manual de instrucciones, pisa tierra con el chip digital encendido, y el tortazo no se hace esperar.
El otro día, M. quería jugar con un pony en concreto, de los varios que tiene en la colección que comparte con su hermana pequeña, L. La acompañé hasta el bolso donde los tenía guardados. Mientras yo buscaba con gran parsimonia, ella hizo un barrido rápido con la mano y la mirada, y a una velocidad equivalente a dos clicks, empezó a perder los papeles, dando por supuesto que había perdido al pony. Yo miraba su pequeño y dulce rostro, que mostraba sucesivamente un poco de angustia, enojo, frustración; hasta llegar a la desesperación y el llanto.
-¿Qué te pasa?, le pregunté.
-¡No está mi pony!, respondió entre sollozos.
Le hice una caricia y le dije, con un tono sereno y una sonrisa, que no se preocupara tanto, que no lo había encontrado todavía porque la búsqueda aún no había terminado. Ella me aseguraba que no, como dando por supuesto que su búsqueda se había acabado y que del pony no había ni rastro. Me enterneció su certeza. Ella pensaba, con seguridad, que no había más exploración posible. Cuando se tranquilizó, le propuse buscar a mi manera, con calma. Incluso conseguí que se riera gritando como capitán de caballería arengando a su ejército:
- ¿Cómo vamos a buscaaaar?
- ¡Con caaalmaaa!, gritaba ella entusiasmada con la misión.
Así que fuimos sacando los juguetes del bolso, uno por uno, llamándolos por sus nombres, conforme salían de su pesebrera abolsada. Casi no quedaba nada dentro y, al final, apareció la bendita Applejack, tamaño microbio, en una esquina, medio escondida en un rincón de tela. M. la sacó y se puso eufórica.
- ¡Mira tía Co! ¡Aquí está, no se perdió!
Yo celebré con ella y volví al juego de la caballería.
- ¡A ver, M.! ¿Cómo la encontramos?
Silencio... me acerqué a su oído para chivarle lo que esperaba que respondiera: buscando, ¡con calma!
- ¡M.!, ¿cómo encontramos a Applejack?
- ¡Buscando con calma!
- ¿Cómo?
- ¡Buscando con calma!
Lo repetimos 5 o 6 veces, con cosquillas y carcajadas intercaladas, y volvimos a guardar la mini yeguada en su sitio. Poco después, vino L. (dos años y medio) y quiso incorporarse al juego. Quería a la princesa no sé qué. Y antes de que L. pudiese asomar las narices al bolso, saltó M. muy convencida: "a ver, L., no te peocupes, la vamos a encontas, buscando con caaaalma."
Si siempre ha sido importante educar a los niños en las virtudes, que son los músculos de la voluntad, ahora es todavía más urgente. Hay una competencia desleal entre los dos mundos en los que viven, el real y el tecnológico-digital. Los niños necesitan aprender a diferenciar cómo actuar en cada uno, sin mezclarlos. Es fácil rechazar lo que es arduo y requiere esfuerzo, que es casi todo lo que merece la pena en esta vida. M. no era consciente de que, jugando, estaba aprendiendo a ejercitar la paciencia y la perseverancia. Da igual que no sepa ponerles nombre como a los ponys. Lo importante es que sepa hacerlo y que lo haga constantemente hasta que se vuelva parte de su diminuta naturaleza en crecimiento. Necesitan contar con esas capacidades, cuanto antes, mejor.
Necesitan saber cómo se maneja la tecnología que tienen a la mano, pero, fundamentalmente, necesitan saber manejarse a sí mismos, poder disponer de sí y, en la misma medida, estar disponibles para los demás. Saber apreciar lo real con sus resistencias y dificultades, sin pedirle que funcione como una búsqueda en Youtube. Necesitan aceptar que la realidad se resiste y que eso no es un problema, sino un reto. Necesitan experimentar la satisfacción de conseguir lo que no está a su alcance con un movimiento de su dedo, sentir cómo protagonizan sus acciones y sus logros. No lo tienen fácil y, menos aún, los padres. La vida propone, a niños y adultos, entrar en el juego en el que yo me zambullí con M. Todo llega, todo se alcanza, siempre que valga la pena buscarlo: con calma.
viernes, 19 de marzo de 2021
Enredada en las redes
Ahora tomo distancia y veo lo absurdo del asunto. Publicar lo que se escribe, se ha vuelto lamentablemente corriente. Merece la pena ser un editor exigente consigo mismo y no publicar nada que resulte, a la larga, vulgar y ordinario. No hace falta insultar expresamente para insultar al lector inteligente. Basta con publicar cualquier cosa, sin pensarlo mucho, ni releerlo para evitar erratas y errores de bulto.
Es importante reconocer que, en las redes sociales, podemos caer en la ilusión de creernos tiburones, cuando –en realidad– somos un atún más en un banco de atunes. Por eso, sobretodo, es fundamental hacer oídos sordos al canto de sirena que entonan los móviles, atrayéndonos hacia una vida de esclavitud tecno-ilógica. Mejor escribir poco, si lo que escribimos está bien escrito y es bueno. Breve o extenso, si bueno, vale, aunque contradiga a Gracián.
Y vuelvo al propósito, pero por otro motivo. Cambio de políticas en mi unipersonal editorial digital. Menos, es más: más calidad, aunque implique menos cantidad. Más tiempo para pensar y escribir con tiento y cariño. Publicar sólo lo que, dentro de mis limitaciones, pueda ser apreciado por mis lectores (no mis seguidores, que no son –necesariamente– quienes me leen).
Desenredarse, en ambos sentidos, puede constituir una virtud específica en los tiempos que corren, y corren mucho. Darle su sitio al Κρόνος y al καιρός, es decir al implacable e imparable tic-tac, que vuelve pasado al futuro con tanta rapidez; y también al remanso del tiempo en pausa, que es el que cuenta para contar nuestra propia historia. De ahora en adelante, procuraré escabullirme de los pescadores, de los que pescan con red y de los que pescan con línea.
viernes, 26 de febrero de 2021
Líber et libertas
Lo mejor de mi conferencia para mi ingreso formal en el Grupo América, hace ya algunos años, fue el coloquio. No suele ser lo habitual, pero como estábamos muy a gusto, el presidente accedió a que hubiese un turno de preguntas. Susana Cordero, Directora de la Academia de la Lengua (Ecuador), había tomado algunas notas durante la conferencia. Yo me había referido a la afinidad entre el latín liber y libertas. No hay entre ambos parentesco etimológico, pero sí una afinidad de sentido muy profunda. Años después, Luciano Canfora usaría ese dúo, libro y libertad para su ensayo publicado en español en 2017 por la Editorial Siruela.
Los buenos libros nos liberan: de la abrumadora practicidad del presente y sus circunstancias, del espacio y el tiempo en que vivimos, de los límites para poder conocer a más personas y personalidades. Los libros nos proporcionan el billete para un viaje a otras épocas, a otras situaciones -a veces tan parecidas a las nuestras- desde una mirada diferente. Nos presentan interlocutores interesantísimos con los que se puede extender el diálogo interior por tiempo indefinido.
viernes, 19 de febrero de 2021
Una pluma y un amigo
Tengo una pluma nueva, barata y azul, de punto medio. La última que tuve se me perdió en la mudanza. Echaba de menos escribir con pluma, el ritual de rellenar el cartucho con tinta, esa sensación diferente que hace que los trazos sean más míos, según va dando de sí el plumín hasta acoplarse a mi pulso. Hace ilusión estrenar cosas nuevas. Pero, no hay nada como sentirlas ya tuyas, un poco envejecidas, sin resistencias. Como dice un aforismo de Enrique García-Máiquez: "Los objetos también se domestican."
miércoles, 17 de febrero de 2021
Ya casi...
Yo agradezco esa posibilidad de estar en el casi. Primero, porque quiere decir que la parca todavía no me ha llevado. Y segundo, porque eso me permite aspirar a ser mejor, a estirarme un poco y saber que, si experimento el "casi" como oportunidad, cada día puedo ir un poco más allá, sin frustraciones.
Las acciones puntuales empiezan y acaban, y continúan sucediéndose en ese juego del principio y el final. En cambio, la tarea del perfeccionamiento humano, lo abarca todo, lo mezcla y lo aglutina durante cada día con sus noches. Y el casi, puede ser una ayuda para no desanimarse en ese afán de crecer. Porque –sabemos de antemano– que no alcanzaremos la meta, y no por renunciamos al avance. Hoy casi... Si todos los días vivimos con esa hermosa tensión del que no deja de saltar, para llegar cada vez más alto y más lejos; casi... habremos alcanzado la sabiduría.
domingo, 14 de febrero de 2021
Qué pinta aquí Valentín, el santo
Celebrar San Valentín, como el gran día del amor y la amistad, me produce cierto rechazo. Será porque mi convicción acerca de la celebración cotidiana que requieren ambos, hace que lo vea con cierta sospecha. Hoy, además, me di cuenta de que no sabía nada acerca del santo, de su historia y, por qué, en algún momento, se le adscribió este patronazgo.
Resulta que, para empezar, no se sabe si el santo, efectivamente existió. La primera en la frente. Se supone que fue uno de los tres mártires ejecutados por, no se sabe si, el Emperador romano, Claudio II, o su sucesor, Aureliano, alrededor del año 270 d.C. San Valentín habría sido un obispo que casaba, en la clandestinidad (cosa que ya tiene su toque de romanticismo), a los soldados romanos. En la época, un soldado se casaba con las armas de Roma y no más. El amor humano se consideraba un estorbo y, el matrimonio, traición.
De ahí que Valentín, valientemente, daba a los soldados (doblemente valientes, por ser soldados y por optar por el matrimonio), la posibilidad de formar una familia, saltándose la ley –nunca mejor dicho– alegremente. Al parecer, se llegó a conocer lo que Valentín hacía por los enamorados militantes que, por militares, estaban condenados a privarse de mujer e hijos y lo apresaron. Lo acusaron de ser cómplice de incumplir los mandatos del emperador y de profesar la fe cristiana. Se supone que lo ejecutaron un 14 de febrero, después de negarse a renunciar al cristianismo.
En 1969 se retiró a San Valentín del santoral, pero, para entonces, ya la fiesta se había secularizado y siguió celebrándose al margen del bueno de Valentín de Recia, tal como se celebra hoy. Después de conocer la historia, pienso que más que el patrón de los enamorados, le pega más serlo de los casados por convicción, los partidarios del yo contigo para siempre, incluso si las circunstancias lo ponen muy difícil. Yo, por lo que he visto, el matrimonio es una institución maravillosa, pero que requiere no poca valentía y perseverancia, ambas hijas directas de la virtud de la fortaleza.
Así que, aunque ya no esté en el santoral, yo ya veo la fiesta con otros ojos. Que sea el patrono de los que se enamoran, con el compromiso de llegar juntos mucho más allá del enamoramiento, me parece fantástico. Y en los tiempos que corren, este santo tiene mucho trabajo, más que casando parejas, intercediendo porque se mantengan así, fieles a su compromiso y luchando, como aquellos soldados, por ahondar en el amor conyugal, en el valor de la familia y la alegría que emana de un hogar, en el que la brasa nunca se apaga.
De modo que, con estos matices, ¡feliz día de San Valentín a todos!
viernes, 12 de febrero de 2021
Mentiras, pero de las buenas
martes, 9 de febrero de 2021
Los libros son maestros, en otro sentido.
sábado, 6 de febrero de 2021
Crecer con el jardín
Dice Josep Pla, que sus recuerdos más nítidos empiezan en la adolescencia. Yo no sabría decirlo, me parece que los míos se remontan a los dos años o tres. Es difícil saber si lo que conservo son recuerdos, o reconstrucciones a partir de fotos e historias que me han contado después. Las memorias más entrañables están, casi siempre, relacionadas con mis abuelos y mis tías. La casa de la calle Pinto fue la casa citadina de mi infancia. Una casa grande, de tres pisos, que ahora ha sido declarada patrimonio cultural de la ciudad, como tantas casas del barrio de La Mariscal.
Crecían en el patio delantero, un aguacate y dos arupos jóvenes, uno rosa y uno blanco; a los que mi abuelo cuidaba con mucho esmero. A mí me gustaba trepar por sus ramas, para disgusto del abuelo, que veía que el peso de mi cuerpo diminuto no dejaba de ser una amenaza para las ramas más débiles de los árboles. No deja de tener su no sé qué, ahora que lo pienso, que su preocupación se dirigiera más bien a que se rompiera del arupo, una rama, y no, de la nieta, una pierna. Creo que tenía bastante claro quién corría más riesgo y, hombre justo como era, se ponía del lado del más vulnerable.Rezongaba un poco cuando me pillaba en plena escalada, pero le podía la gracia que le hacía verme subir y bajar como un mico. También había un gran árbol viejo, que florecía durante todo el año. Me venía muy bien porque llenaba mi tienda imaginaria con un stock inacabable. Sus flores rojas, como redondos cepillos sin mango, daban mucho juego, al igual que las calas. Los pétalos eran tazas. Mientras que, el pistilo, tras desgranarlo, colmaba los vasitos de cristal que le robaba a la abuela del chinero del comedor, con unos minúsculos granos amarillos que yo trataba de vender; como especie exótica, a precios desorbitados, a propios y extraños.
En el patio de atrás de la casa, en un pequeño espacio entre dos higueras, crecían con disimulo y discreción unas fresas pequeñitas, que eran mis preferidas. Nunca comprendí por qué no tuvieron más espacio e importancia en el jardín de la abuela. ¡Eran tan sabrosas y tan bonitas! A las higueras jóvenes, nunca llegué a verlas cargadas de higos maduros. Unos años después, cuando yo andaba rozando los primeros padecimientos de la adolescencia, vendieron la casa. Y los higos tampoco llegaron a ver cómo maduraba yo.
miércoles, 3 de febrero de 2021
Ráfagas completas
Hace tiempo que pasó la moda de los blogs. Lo bueno es que, poco a poco, el tiempo empieza a convertirlos en un clásico, con esa pinta vintage que tanto gusta ahora. Aquí empezamos a escribir muchos. Encontramos amistades, afinidades, dificultades y escollos que nos pulieron, como personas y como escritores. Como observadores de la vida para contarla.
Cuando cerré este blog en 2011, pensé que nunca más volvería a abrirlo. Se me pasó por la cabeza, alguna vez, hacer una selección de entradas que pudiesen aspirar a ser libro. En otro momento, se me ocurrió reabrirlo tras editarlo sin piedad, para que no se notara tanto el proceso de la aprendiz de bloguera, poeta, escritora, filósofa y a saber qué más; que se desnuda cuando escribe. El año pasado, aprendí que siempre seré aprendiz y que, por tanto, no pasaría nada si se notase. Es más, si se nota, mejor.
De modo que hoy, diez años después, decidí restaurarlo tal como era. Ya lo había reabierto, con trampa. Había conservado el envoltorio y escondido el regalo. Guardé como borrador todas las entradas y empecé a escribir con la ilusión (en sus dos acepciones) del tener un cuaderno en blanco, un presente sin pasado. Hoy queda todo expuesto y me gusta más. Con borrones, con hojas arrugadas y comentarios al margen. Usado, visitado, resucitado.
lunes, 20 de abril de 2020
Una vieja entrevista para una época nueva.
“La poesía es ver esa chispa de vida sobreabundante en las cosas y saber decirla”
viernes, 17 de abril de 2020
La prudencia
lunes, 6 de abril de 2020
Valores vs. Virtudes: ¿Cuál le gana a la Pandemia?
Nunca me ha gustado hablar de valores. El valor es lo que consideramos valioso y eso puede variar en cada persona de maneras que resultan casi increíbles. Hay quienes consideran valioso el individualismo a ultranza, que les permite pensar sólo en sus intereses y nada más. Otras personas consideran eso un defecto y ven con malos ojos vivir pendiente sólo del bienestar propio, olvidándose de los demás. Es difícil que haya un consenso en lo que cada uno considera valioso.
Por otra parte, los "valores" son algo que normalmente pensamos que son buenos y no necesariamente por eso los practicamos. Por ejemplo, para alguien el valor "generosidad" puede ser muy bueno cuando lo piensa, y en contraste, puede que en su vida diaria no se ocupe de ayudar a los demás de manera habitual sin esperar nada a cambio, que en eso consiste ser generoso.
A mí me gusta más hablar de virtudes, que nada tienen que ver con una creencia religiosa específica, sino que es algo que compartimos todos los seres humanos. La virtudes, a diferencia de los valores, o son prácticas y se viven o no existen. No se piensan, se practican. Claro que para practicarlas, se necesita saber cuáles son, qué significan y cuáles son los modos de practicarlas, que serán diferentes según la personalidad, las circunstancias y las capacidades de cada persona.
Por ejemplo, el orden. (Algo que ha estado muy presente durante las semanas que llevamos en casa.) El orden es una virtud que mucha gente ha practicado, casi compulsivamente. Y una vez que ha generado un orden (por lo menos un orden exterior, en las cosas de la casa), sigue practicándolo de manera que se mantenga. Y esa práctica va haciendo que nos volvamos ordenados. No que apreciemos el orden como un ideal, sino que se convierte en un hábito, algo que nos empieza salir con el piloto automático. La ventaja de las virtudes es que, cuanto más veces las repitamos en pequeñas acciones concretas, más fácil es practicarlas, más nos agrada llevarlas a cabo en todo tipo de circunstancias. Además, nos alejan de los defectos que se contraponen a ellas y que, en el fondo, nos hacen más débiles y vulnerables.
En estos días, tan inusuales, en los que nuestras costumbres de antes necesitan ir cambiando para adaptarse a una situación tan diferente, necesitamos reeducar nuestros hábitos, retomar la práctica de las virtudes. Los siguientes post del blog los dedicaré justamente a esto: a compartir con ustedes información que les ayude a conocer mejor las virtudes y a dar ejemplos de cómo practicarlas. No se trata de otra cosa que fortalecer el músculo de la voluntad, porque las virtudes son eso, los distintos modos en los que la voluntad se activa y con la práctica se fortalece y nos permite afrontar las nuevas circunstancias como lo haría un atleta entrenado al correr una maratón.
Ahora que prácticamente todo nuestro quehacer se reduce a este verbo, no viene mal pensarlo, además de practicarlo. Hablo con mis amigas, mi familia, lo leo en redes sociales, mucha gente aprovecha estos días de confinamiento para ordenar la casa. Es decir, devolverle la armonía a los rincones que con el tiempo habían sido abandonados a su suerte, a su mala suerte, en concreto. La bodega, el garaje, el armario, el botiquín, los archivos, se desempolvan se limpian, se remozan, nos destapan un chorro de recuerdos Se descarta lo que no sirve y se guarda con mayor cuidado lo que sí. Además, en el momento de poner orden a las cosas, importa mucho poder encontrarlas. Por eso, según cada cual, el orden material puede tener un sinfín de formas. Desde los montoncitos de papeles que parecen un caos sobre la mesa de trabajo, a la perfecta repetición de latas de atún, unas sobre otras en estricto régimen vertical y homogéneo.
Oigo y leo menos acerca del orden interior, es decir, ese que empieza cuando nos damos órdenes a nosotros mismos. A mí me gusta verlo no como un mandato sino también como un modo de auto-armonizarse. Encontrar el difícil equilibrio interior que, en estas peculiares circunstancias, tanta falta nos hace. Porque sin orden, sin armonía no hay paz ni serenidad posibles.
sábado, 28 de marzo de 2020
Dante, mi perro
Mi perro se llama Dante. En realidad su nombre completo es Dante Alighieri Calcetín de San Antón. Cuando fui a escoger el cachorro antes del destete, coincidió con el momento en que, por primera vez, él y sus hermanos salían del nido y podían explorar el jardín. Dante salió al trote, olisqueando y retozando sobre el césped con alegría. Volvía al grupo para meterse con sus hermanos, empujando, mordiendo, trepando. Después volvía al jardín a por los perros mayores. Y lo mismo. Venga a chinchar, instándoles al juego. En un clarísimo ejemplo de proyección, vi que era él, el travieso, el juguetón, el avezado el que se vendría a casa cuando cumpliera dos meses, dejando atrá a su camada.
Parecía un labrador negro, en lugar de un pastor alemán, salvo por los calcetines. La genética le había enfundado unos calcetines pardos en las cuatro patas. Por lo demás era negro azabache. Mi madre quería un nombre fuerte, dos sílabas. Nos gustó Dante, por bisílabo, sonoro e importante. Alighieri vino, para completar el homenaje, y por el parecido fonético de Alighieri con alegría. Lo de Calcetín, lo reconozco, fue algo apresurado. Conforme iba creciendo, iban apareciendo los colores como en una paleta en degradado. Desde el pelirrojo albaricoque, pardo, espiga de trigo maduro y rubio platino. Lo de San Antón, venía de suyo, en honor a su patrono.
Haciendo gala de nombre, nos hizo pasar por el infierno. Llegó, con sus dientecillos astifinos, su incontinencia inicial, sus pequeñas garras de navaja y su manía de morder lo que se pusiera por delante. Los muebles no sufrieron tanto como mis brazos, mi ropa y los cordones de los zapatos de cualquiera que pasase por casa. Luego vino el purgatorio. Entrenarlo, bajo un sol de justicia, para que hiciera sus cosas en el jardín y aprendiera a obedecer órdenes y doblegar así, un poco, su espíritu anarquista.
Ahora, con casi tres años, ya vamos tocando el cielo. Aunque siga siendo un ludópata sin cura. Es alegre, listo, fuerte y cariñoso. Es mi manta por las noches, cuando posa su cabeza sobre mis pies helados. Es mi despertador inmisericorde por las mañana, cuando salta sobre mí –una pata en cada hombro– para evitar cualquier tentativa de quitármelo de encima. No deja de lamerme la cara y, como buen pastor, me lleva, dando tumbos, hasta la ducha.
En estos tiempos de aislamiento, Dante en un gran compañero. Está conmigo mientras trabajo, casi me obliga a salir a jugar con él y hacer ejercicio, tomar el sol el aire. Su mirada tierna y ajena a todo lo que sucede en nuestro pobre mundo, me invita a la ternura y a mantenerme fiel a todos los que la necesitan porque, literalmente, no tienen perro que les ladre. Una llamada, un mensaje, a muchos amigos o familiares con los que no estoy habitualmente en contacto. Unos cuantos todos los días, hasta agotar stock.
Dante me recuerda la importancia de estar presente. Sin alboroto, con discreción, sin invasiones catastrofistas. Simplemente el gesto de hacer saber a quienes queremos que estamos cerca a la distancia. Que podemos abrigarles, como hace Dante con mis pies helados, con una conversación, con un mensaje de serena esperanza, con la disponibilidad para escuchar un desahogo o simplemente charlar de pájaros y flores, reír con tonterías y para matar el aburrimiento, el tedio del #YoMeQuedoEnCasa.
viernes, 27 de marzo de 2020
El colmado vacío de San Pedro
Una tarde lluviosa y oscura en Roma. Cinco llamas flameantes arden, a pesar de la lluvia, sobre las ramas mojadas de unos sencillos helechos. La plaza de San Pedro está vacía. Al final de la columnata se han colocado unas vallas donde se ve a unos pocos periodistas que procuran hacernos llegar unas cuantas imágenes que quedarán para la Historia.
Rompe la soledad de la plaza la figura blanca y anciana del Papa, solo. Camina con esfuerzo, dejando que las gotas caigan sobre él como el rocío sobre los jazmines. Va en silencio, recogido, marcando, con cada paso leve, una pisada que retumba alrededor del mundo, que ha callado también.
Francisco habla de todos, por todos y para todos. Hoy es el blanco puente que junta la Tierra con el Cielo. Reza una breve invocación para dar paso al Evangelio de Marcos. Esa escena bellísima en la que Jesús, extenuado, sube a la barca con los apóstoles y duerme, dejándolos a ellos al mando de la nave. Confía en los suyos. De repente, sin haberla visto venir, se desata la tempestad. Y Jesús, tan agotado, no despierta a pesar de la ferocidad de los golpes que las olas descargan contra la quilla. Los apóstoles pierden el control. No quieren tener el control. No pueden tener el control. Se les va de las manos. Se rinden al miedo.
Quizá piensan que Jesús, allí tendido, como ajeno al peligro, es impotente. Necesitan que despierte, que tome el mando, que haga algo que –a ellos– les dé tranquilidad. No les basta su presencia allí, tumbada, como se tumban los muertos, los heridos, los enfermos, los vencidos. Así, humanos como son, razonan sin pensar: así Jesús no nos sirve. ¡Despierta!, le dicen. ¡Haz algo! ¿No te importa el peligro que corremos? ¿Por qué duermes?
Jesús despierta y, todavía adormilado, les recuerda que si están con Él no tienen nada que temer. Ni al naufragio, ni a la muerte. Pero ellos no pueden confiar en su presencia, no mientras dure la tempestad, no mientras Él no tome el timón, no mientras sean ellos, pobres hombres, quienes deban llevar el control en una situación que les sobrepasa. Tiene que ser Él. Eso lo saben, es lo que le piden. Jesús, por su parte, un poco decepcionado y a la vez realista, les recuerda que todavía les queda una brecha entre la necesidad de ver para creer y el sencillo acto de creer. Todavía no saben lo que es la confianza. La confianza, o es absoluta, o no es. Y sólo se puede confiar así, absolutamente, en Él.
Jesús sorprende a los apóstoles. Tiene la tendencia a dar siempre más de lo que se le pide, el prurito de ir más allá de nuestra pequeña ambición, cuando se trata de pedir bienes verdaderos. No va hacia el timón, no organiza, no da instrucciones acerca de cómo llevar la nave. Da una sola orden dirigida a la naturaleza: "¡calla, enmudece!". Y la naturaleza, obediente, pasa a ser segura calma, en lugar de tempestuoso peligro. Navegan sobre otro mar. Un mar que ha sido doblegado por Dios. ¿Serán conscientes?
Hoy callan los hombres, callan las fábricas, callan las calles, callan las oficinas, callan los aeropuertos, callan las plazas, callan los bares, callan las tiendas y gritan las almas, en silencio. Sólo habla el Papa para traer, lo que Marcos escuchó de Pedro, a nuestras vidas. Nos recuerda cómo la historia que contó Pedro, se repite hoy, aquí, en nuestras circunstancias. Y hacemos nuestro el relato. Somos Pedro, o Juan, o Tomás, o Felipe, o Santiago; asustados pidiendo a Jesús que despierte, que tome el control, que haga algo porque nos hundimos. Quizá no lo habíamos hecho en años: pedir, confiar. Y ahora lo hacemos.
Luego, queda la calma. El Papa vuelve a dejar al silencio que hable. Ha despertado a Jesús, lo ha sacado del aparente sueño del Sagrario y nos lo muestra. Lo levanta. Hace que fijemos la mirada en la Hostia Santa, elevada sobre los frágiles brazos de Francisco, que tiemblan al sostener la custodia. Sí, Francisco también tiembla, por que el peso que lleva encima es el de la humanidad entera.
Deja que sea Jesús el que se muestre, el que bendiga, el que nos mire respondiendo a nuestras miradas fijas en una pantalla, al oído que no ve, pero escucha y sabe. Sólo suenan al unísono todas las campanas de Roma. Tañen, venerando con su talán, talán, talán; al Único que puede darnos la esperanza que todos necesitamos. Hablan, gritan, por nosotros.
Me parece que nunca la Plaza de San Pedro estuvo tan llena. Jamás, en ese pequeño espacio, cupo tanta gente de todas partes del mundo. Nunca hubo un vacío tan colmado. Y como el mismo Francisco dijo: en la figura de la Columnata, con su arquitectura dispuesta como dos brazos que quieren abrazar y abarcar a todos, Dios y el Papa nos abrazaron. Y todos nos abrazamos a Él y nos abrazamos entre todos. Paradójicamente, nos juntamos, estuvimos más cerca unos de otros que nunca.
El silencio de hoy no fue el silencio de la indiferencia, del cada cual a lo suyo, del corazón cerrado, del resentimiento que retira la palabra, de la timidez que impide decir que nos importamos. Hoy el silencio fue un estruendo, una oración que estalla, el rumor unido de la voz de todas las personas del mundo. Qué maravilloso silencio. Qué vacío tan colmado.
-
De la conferencia que la escritora Reyes Calderón dio durante el acto de entrega de premios del concurso de Relato Corto de la Universidad...
-
Los gansos mordían. Pero, a diferencia de los perros, los gansos daban miedo. Eran seis; cuatro blancos y dos habanos, siempre juntos grazna...
-
Poco a poco se van perdiendo las raíces de las palabras y sus acepciones iniciales. Es lo que pasa con la palabra original, que ha quedado c...