martes, 9 de febrero de 2021
Los libros son maestros, en otro sentido.
sábado, 6 de febrero de 2021
Crecer con el jardín
Dice Josep Pla, que sus recuerdos más nítidos empiezan en la adolescencia. Yo no sabría decirlo, me parece que los míos se remontan a los dos años o tres. Es difícil saber si lo que conservo son recuerdos, o reconstrucciones a partir de fotos e historias que me han contado después. Las memorias más entrañables están, casi siempre, relacionadas con mis abuelos y mis tías. La casa de la calle Pinto fue la casa citadina de mi infancia. Una casa grande, de tres pisos, que ahora ha sido declarada patrimonio cultural de la ciudad, como tantas casas del barrio de La Mariscal.
Crecían en el patio delantero, un aguacate y dos arupos jóvenes, uno rosa y uno blanco; a los que mi abuelo cuidaba con mucho esmero. A mí me gustaba trepar por sus ramas, para disgusto del abuelo, que veía que el peso de mi cuerpo diminuto no dejaba de ser una amenaza para las ramas más débiles de los árboles. No deja de tener su no sé qué, ahora que lo pienso, que su preocupación se dirigiera más bien a que se rompiera del arupo, una rama, y no, de la nieta, una pierna. Creo que tenía bastante claro quién corría más riesgo y, hombre justo como era, se ponía del lado del más vulnerable.Rezongaba un poco cuando me pillaba en plena escalada, pero le podía la gracia que le hacía verme subir y bajar como un mico. También había un gran árbol viejo, que florecía durante todo el año. Me venía muy bien porque llenaba mi tienda imaginaria con un stock inacabable. Sus flores rojas, como redondos cepillos sin mango, daban mucho juego, al igual que las calas. Los pétalos eran tazas. Mientras que, el pistilo, tras desgranarlo, colmaba los vasitos de cristal que le robaba a la abuela del chinero del comedor, con unos minúsculos granos amarillos que yo trataba de vender; como especie exótica, a precios desorbitados, a propios y extraños.
En el patio de atrás de la casa, en un pequeño espacio entre dos higueras, crecían con disimulo y discreción unas fresas pequeñitas, que eran mis preferidas. Nunca comprendí por qué no tuvieron más espacio e importancia en el jardín de la abuela. ¡Eran tan sabrosas y tan bonitas! A las higueras jóvenes, nunca llegué a verlas cargadas de higos maduros. Unos años después, cuando yo andaba rozando los primeros padecimientos de la adolescencia, vendieron la casa. Y los higos tampoco llegaron a ver cómo maduraba yo.
miércoles, 3 de febrero de 2021
Ráfagas completas
Hace tiempo que pasó la moda de los blogs. Lo bueno es que, poco a poco, el tiempo empieza a convertirlos en un clásico, con esa pinta vintage que tanto gusta ahora. Aquí empezamos a escribir muchos. Encontramos amistades, afinidades, dificultades y escollos que nos pulieron, como personas y como escritores. Como observadores de la vida para contarla.
Cuando cerré este blog en 2011, pensé que nunca más volvería a abrirlo. Se me pasó por la cabeza, alguna vez, hacer una selección de entradas que pudiesen aspirar a ser libro. En otro momento, se me ocurrió reabrirlo tras editarlo sin piedad, para que no se notara tanto el proceso de la aprendiz de bloguera, poeta, escritora, filósofa y a saber qué más; que se desnuda cuando escribe. El año pasado, aprendí que siempre seré aprendiz y que, por tanto, no pasaría nada si se notase. Es más, si se nota, mejor.
De modo que hoy, diez años después, decidí restaurarlo tal como era. Ya lo había reabierto, con trampa. Había conservado el envoltorio y escondido el regalo. Guardé como borrador todas las entradas y empecé a escribir con la ilusión (en sus dos acepciones) del tener un cuaderno en blanco, un presente sin pasado. Hoy queda todo expuesto y me gusta más. Con borrones, con hojas arrugadas y comentarios al margen. Usado, visitado, resucitado.
lunes, 20 de abril de 2020
Una vieja entrevista para una época nueva.
“La poesía es ver esa chispa de vida sobreabundante en las cosas y saber decirla”
viernes, 17 de abril de 2020
La prudencia
lunes, 6 de abril de 2020
Valores vs. Virtudes: ¿Cuál le gana a la Pandemia?
Nunca me ha gustado hablar de valores. El valor es lo que consideramos valioso y eso puede variar en cada persona de maneras que resultan casi increíbles. Hay quienes consideran valioso el individualismo a ultranza, que les permite pensar sólo en sus intereses y nada más. Otras personas consideran eso un defecto y ven con malos ojos vivir pendiente sólo del bienestar propio, olvidándose de los demás. Es difícil que haya un consenso en lo que cada uno considera valioso.
Por otra parte, los "valores" son algo que normalmente pensamos que son buenos y no necesariamente por eso los practicamos. Por ejemplo, para alguien el valor "generosidad" puede ser muy bueno cuando lo piensa, y en contraste, puede que en su vida diaria no se ocupe de ayudar a los demás de manera habitual sin esperar nada a cambio, que en eso consiste ser generoso.
A mí me gusta más hablar de virtudes, que nada tienen que ver con una creencia religiosa específica, sino que es algo que compartimos todos los seres humanos. La virtudes, a diferencia de los valores, o son prácticas y se viven o no existen. No se piensan, se practican. Claro que para practicarlas, se necesita saber cuáles son, qué significan y cuáles son los modos de practicarlas, que serán diferentes según la personalidad, las circunstancias y las capacidades de cada persona.
Por ejemplo, el orden. (Algo que ha estado muy presente durante las semanas que llevamos en casa.) El orden es una virtud que mucha gente ha practicado, casi compulsivamente. Y una vez que ha generado un orden (por lo menos un orden exterior, en las cosas de la casa), sigue practicándolo de manera que se mantenga. Y esa práctica va haciendo que nos volvamos ordenados. No que apreciemos el orden como un ideal, sino que se convierte en un hábito, algo que nos empieza salir con el piloto automático. La ventaja de las virtudes es que, cuanto más veces las repitamos en pequeñas acciones concretas, más fácil es practicarlas, más nos agrada llevarlas a cabo en todo tipo de circunstancias. Además, nos alejan de los defectos que se contraponen a ellas y que, en el fondo, nos hacen más débiles y vulnerables.
En estos días, tan inusuales, en los que nuestras costumbres de antes necesitan ir cambiando para adaptarse a una situación tan diferente, necesitamos reeducar nuestros hábitos, retomar la práctica de las virtudes. Los siguientes post del blog los dedicaré justamente a esto: a compartir con ustedes información que les ayude a conocer mejor las virtudes y a dar ejemplos de cómo practicarlas. No se trata de otra cosa que fortalecer el músculo de la voluntad, porque las virtudes son eso, los distintos modos en los que la voluntad se activa y con la práctica se fortalece y nos permite afrontar las nuevas circunstancias como lo haría un atleta entrenado al correr una maratón.
Ahora que prácticamente todo nuestro quehacer se reduce a este verbo, no viene mal pensarlo, además de practicarlo. Hablo con mis amigas, mi familia, lo leo en redes sociales, mucha gente aprovecha estos días de confinamiento para ordenar la casa. Es decir, devolverle la armonía a los rincones que con el tiempo habían sido abandonados a su suerte, a su mala suerte, en concreto. La bodega, el garaje, el armario, el botiquín, los archivos, se desempolvan se limpian, se remozan, nos destapan un chorro de recuerdos Se descarta lo que no sirve y se guarda con mayor cuidado lo que sí. Además, en el momento de poner orden a las cosas, importa mucho poder encontrarlas. Por eso, según cada cual, el orden material puede tener un sinfín de formas. Desde los montoncitos de papeles que parecen un caos sobre la mesa de trabajo, a la perfecta repetición de latas de atún, unas sobre otras en estricto régimen vertical y homogéneo.
Oigo y leo menos acerca del orden interior, es decir, ese que empieza cuando nos damos órdenes a nosotros mismos. A mí me gusta verlo no como un mandato sino también como un modo de auto-armonizarse. Encontrar el difícil equilibrio interior que, en estas peculiares circunstancias, tanta falta nos hace. Porque sin orden, sin armonía no hay paz ni serenidad posibles.
sábado, 28 de marzo de 2020
Dante, mi perro
Mi perro se llama Dante. En realidad su nombre completo es Dante Alighieri Calcetín de San Antón. Cuando fui a escoger el cachorro antes del destete, coincidió con el momento en que, por primera vez, él y sus hermanos salían del nido y podían explorar el jardín. Dante salió al trote, olisqueando y retozando sobre el césped con alegría. Volvía al grupo para meterse con sus hermanos, empujando, mordiendo, trepando. Después volvía al jardín a por los perros mayores. Y lo mismo. Venga a chinchar, instándoles al juego. En un clarísimo ejemplo de proyección, vi que era él, el travieso, el juguetón, el avezado el que se vendría a casa cuando cumpliera dos meses, dejando atrá a su camada.
Parecía un labrador negro, en lugar de un pastor alemán, salvo por los calcetines. La genética le había enfundado unos calcetines pardos en las cuatro patas. Por lo demás era negro azabache. Mi madre quería un nombre fuerte, dos sílabas. Nos gustó Dante, por bisílabo, sonoro e importante. Alighieri vino, para completar el homenaje, y por el parecido fonético de Alighieri con alegría. Lo de Calcetín, lo reconozco, fue algo apresurado. Conforme iba creciendo, iban apareciendo los colores como en una paleta en degradado. Desde el pelirrojo albaricoque, pardo, espiga de trigo maduro y rubio platino. Lo de San Antón, venía de suyo, en honor a su patrono.
Haciendo gala de nombre, nos hizo pasar por el infierno. Llegó, con sus dientecillos astifinos, su incontinencia inicial, sus pequeñas garras de navaja y su manía de morder lo que se pusiera por delante. Los muebles no sufrieron tanto como mis brazos, mi ropa y los cordones de los zapatos de cualquiera que pasase por casa. Luego vino el purgatorio. Entrenarlo, bajo un sol de justicia, para que hiciera sus cosas en el jardín y aprendiera a obedecer órdenes y doblegar así, un poco, su espíritu anarquista.
Ahora, con casi tres años, ya vamos tocando el cielo. Aunque siga siendo un ludópata sin cura. Es alegre, listo, fuerte y cariñoso. Es mi manta por las noches, cuando posa su cabeza sobre mis pies helados. Es mi despertador inmisericorde por las mañana, cuando salta sobre mí –una pata en cada hombro– para evitar cualquier tentativa de quitármelo de encima. No deja de lamerme la cara y, como buen pastor, me lleva, dando tumbos, hasta la ducha.
En estos tiempos de aislamiento, Dante en un gran compañero. Está conmigo mientras trabajo, casi me obliga a salir a jugar con él y hacer ejercicio, tomar el sol el aire. Su mirada tierna y ajena a todo lo que sucede en nuestro pobre mundo, me invita a la ternura y a mantenerme fiel a todos los que la necesitan porque, literalmente, no tienen perro que les ladre. Una llamada, un mensaje, a muchos amigos o familiares con los que no estoy habitualmente en contacto. Unos cuantos todos los días, hasta agotar stock.
Dante me recuerda la importancia de estar presente. Sin alboroto, con discreción, sin invasiones catastrofistas. Simplemente el gesto de hacer saber a quienes queremos que estamos cerca a la distancia. Que podemos abrigarles, como hace Dante con mis pies helados, con una conversación, con un mensaje de serena esperanza, con la disponibilidad para escuchar un desahogo o simplemente charlar de pájaros y flores, reír con tonterías y para matar el aburrimiento, el tedio del #YoMeQuedoEnCasa.
viernes, 27 de marzo de 2020
El colmado vacío de San Pedro
Una tarde lluviosa y oscura en Roma. Cinco llamas flameantes arden, a pesar de la lluvia, sobre las ramas mojadas de unos sencillos helechos. La plaza de San Pedro está vacía. Al final de la columnata se han colocado unas vallas donde se ve a unos pocos periodistas que procuran hacernos llegar unas cuantas imágenes que quedarán para la Historia.
Rompe la soledad de la plaza la figura blanca y anciana del Papa, solo. Camina con esfuerzo, dejando que las gotas caigan sobre él como el rocío sobre los jazmines. Va en silencio, recogido, marcando, con cada paso leve, una pisada que retumba alrededor del mundo, que ha callado también.
Francisco habla de todos, por todos y para todos. Hoy es el blanco puente que junta la Tierra con el Cielo. Reza una breve invocación para dar paso al Evangelio de Marcos. Esa escena bellísima en la que Jesús, extenuado, sube a la barca con los apóstoles y duerme, dejándolos a ellos al mando de la nave. Confía en los suyos. De repente, sin haberla visto venir, se desata la tempestad. Y Jesús, tan agotado, no despierta a pesar de la ferocidad de los golpes que las olas descargan contra la quilla. Los apóstoles pierden el control. No quieren tener el control. No pueden tener el control. Se les va de las manos. Se rinden al miedo.
Quizá piensan que Jesús, allí tendido, como ajeno al peligro, es impotente. Necesitan que despierte, que tome el mando, que haga algo que –a ellos– les dé tranquilidad. No les basta su presencia allí, tumbada, como se tumban los muertos, los heridos, los enfermos, los vencidos. Así, humanos como son, razonan sin pensar: así Jesús no nos sirve. ¡Despierta!, le dicen. ¡Haz algo! ¿No te importa el peligro que corremos? ¿Por qué duermes?
Jesús despierta y, todavía adormilado, les recuerda que si están con Él no tienen nada que temer. Ni al naufragio, ni a la muerte. Pero ellos no pueden confiar en su presencia, no mientras dure la tempestad, no mientras Él no tome el timón, no mientras sean ellos, pobres hombres, quienes deban llevar el control en una situación que les sobrepasa. Tiene que ser Él. Eso lo saben, es lo que le piden. Jesús, por su parte, un poco decepcionado y a la vez realista, les recuerda que todavía les queda una brecha entre la necesidad de ver para creer y el sencillo acto de creer. Todavía no saben lo que es la confianza. La confianza, o es absoluta, o no es. Y sólo se puede confiar así, absolutamente, en Él.
Jesús sorprende a los apóstoles. Tiene la tendencia a dar siempre más de lo que se le pide, el prurito de ir más allá de nuestra pequeña ambición, cuando se trata de pedir bienes verdaderos. No va hacia el timón, no organiza, no da instrucciones acerca de cómo llevar la nave. Da una sola orden dirigida a la naturaleza: "¡calla, enmudece!". Y la naturaleza, obediente, pasa a ser segura calma, en lugar de tempestuoso peligro. Navegan sobre otro mar. Un mar que ha sido doblegado por Dios. ¿Serán conscientes?
Hoy callan los hombres, callan las fábricas, callan las calles, callan las oficinas, callan los aeropuertos, callan las plazas, callan los bares, callan las tiendas y gritan las almas, en silencio. Sólo habla el Papa para traer, lo que Marcos escuchó de Pedro, a nuestras vidas. Nos recuerda cómo la historia que contó Pedro, se repite hoy, aquí, en nuestras circunstancias. Y hacemos nuestro el relato. Somos Pedro, o Juan, o Tomás, o Felipe, o Santiago; asustados pidiendo a Jesús que despierte, que tome el control, que haga algo porque nos hundimos. Quizá no lo habíamos hecho en años: pedir, confiar. Y ahora lo hacemos.
Luego, queda la calma. El Papa vuelve a dejar al silencio que hable. Ha despertado a Jesús, lo ha sacado del aparente sueño del Sagrario y nos lo muestra. Lo levanta. Hace que fijemos la mirada en la Hostia Santa, elevada sobre los frágiles brazos de Francisco, que tiemblan al sostener la custodia. Sí, Francisco también tiembla, por que el peso que lleva encima es el de la humanidad entera.
Deja que sea Jesús el que se muestre, el que bendiga, el que nos mire respondiendo a nuestras miradas fijas en una pantalla, al oído que no ve, pero escucha y sabe. Sólo suenan al unísono todas las campanas de Roma. Tañen, venerando con su talán, talán, talán; al Único que puede darnos la esperanza que todos necesitamos. Hablan, gritan, por nosotros.
Me parece que nunca la Plaza de San Pedro estuvo tan llena. Jamás, en ese pequeño espacio, cupo tanta gente de todas partes del mundo. Nunca hubo un vacío tan colmado. Y como el mismo Francisco dijo: en la figura de la Columnata, con su arquitectura dispuesta como dos brazos que quieren abrazar y abarcar a todos, Dios y el Papa nos abrazaron. Y todos nos abrazamos a Él y nos abrazamos entre todos. Paradójicamente, nos juntamos, estuvimos más cerca unos de otros que nunca.
El silencio de hoy no fue el silencio de la indiferencia, del cada cual a lo suyo, del corazón cerrado, del resentimiento que retira la palabra, de la timidez que impide decir que nos importamos. Hoy el silencio fue un estruendo, una oración que estalla, el rumor unido de la voz de todas las personas del mundo. Qué maravilloso silencio. Qué vacío tan colmado.
jueves, 26 de marzo de 2020
Nuevo comienzo
Nunca pensé que reabriría Ráfaga de Letras. Este blog significa mucho para mí. De hecho, es el título de mi segundo libro, porque se lo debía. He decidido guardar las entradas anteriores, excepto la primera, que se publicó, originalmente, el 29 de mayo de 2006. ¡Anda que no ha llovido! Parece tontería reabrir un blog con 452 entradas y conservar sólo la primera. La verdad es que voy a hacer trampa, (esto no se suele hacer en un blog, o sí) y editaré las entradas ahora que tengo algo de tiempo extra, porque libre ha sido siempre.
También voy a traer aquí las entradas de los otros blogs que he abierto y cerrado en estos años: Literarians & Co., Baúl de Asombros y Datos Impersonales. De modo que, quizá, para cuando empiece la era post-pandemia, con suerte habré editado y reunido todo lo que he escrito en un blog, llevase el nombre que llevase.
No sé muy bien qué saldrá de este nuevo comienzo de Ráfaga de Letras. Nada viral, espero, que hoy por hoy no está bien visto. Pues saldrá, lo que tenga que salir del gusto por escribir, así sin más.
Bienvenidos nuevamente antiguos lectores y también los nuevos. Esta casa es de puertas abiertas.
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Quien pudiera
Empiezo con un asalto que Miguel Ángel Jimeno me pasará por alto. (La rima ha sido completamente involuntaria.) Se trata de un "trocico" de la presentación de Nuestro Tiempo de abril/06. De lo mejorcito de cada familia, cartas para Dios "de unos rapaciñhos portugueses":
- "Yo pensaba que el naranja no pegaba con el lila hasta que vi el atardecer que hiciste el martes ¡Fue espectacular!"
- "Si me miras en la iglesia este domingo, te voy a enseñar mis zapatos nuevos."
- "¿De verdad que Tú querías que así fuera la jirafa o fue un accidente?
- "En vez de permitir que las personas se murieran y tener que hacer otras nuevas, ¿por qué no te quedas con las que tienes ahora?"
- "Quizá Caín y Abel no se hubieran matado si tuvieran su propio cuarto. Esto funciona con mi hermano."
- "Seguro que es muy difícil para Ti amar a todas las personas del mundo. En mi familia hay solo cuatro personas y nunca lo logro."
- "Gracias por mi hermanito, pero yo recé mucho por un perrito."
- "Por favor, mándame un poney. Yo nunca te pedí nada antes. Puedes revisar."
En fin, que yo también "de mayor quiero ser niño"...
domingo, 12 de junio de 2011
Vidas
El hombre del acento extraño llegó a la hora prevista. Tenía la cara desencajada por el cansancio. Llevaba tres días conduciendo por toda España, durmiendo apenas dos horas. Le dolía la cabeza. Un tipo fornido y vulnerable como un niño desamparado. Le dimos una pastilla para la cabeza. No teníamos nada para paliar su cansancio. Por favor duerma, hable con su jefe...
Su respuesta resignada, al borde de la desesperación, pronunciaba con su acento extraño: hay que trabajar. Desaparecieron todos los juicios como desaparece una tormenta de verano. Querría denunciar a su empresa, pero quizá sería peor para él. Qué vidas. Qué deseos de hacerlas diferentes.
Anoche no perdí la paciencia. Pero tuve la tentación de perder la esperanza.
martes, 7 de junio de 2011
El peso de la palabra
“Lo que nos enclaustra nos ofrece la posibilidad de ennoblecernos. Aun cuando sea un simple aguacero.”
Para esta tarde de lluvia sólo tengo soledad "esta vieja e insobornable aliada, tan amable cuando se la busca y desea, tan repelente cuando no se quiere estar con ella"; y palabras. Soledad acompañada. Un tiempo para ennoblecer las lágrimas incesantes de Madrid.
lunes, 6 de junio de 2011
Por no hacer mudanza en su costumbre...
Llueve con fuerza. ¿Quién dijo que el norte era lluvioso? Madrid es un continuo lagrimeo. Al menos así me parece que no he dejado el norte. Que no lo he perdido.
sábado, 28 de mayo de 2011
Mucho metro
"La amistad no es, como decía Epicuro, tener quien te asista en la enfermedad, quien te socorra en la prisión o en la escasez, sino tener a quien asistir en la enfermedad, a quien procurar la libertad cuando se vea rodeado de enemigos... ¿Por qué hacer amigos? A fin de tener por quien morir, de tener a alguien a quien seguir en el exilio, a quien salvar la vida a expensas de la nuestra.”
"Sólo la pobreza te conservará los amigos verdaderos y seguros. (...) Alejará a aquellos que acudían a ti por otra cosa que por ti mismo.”
martes, 24 de mayo de 2011
Autoplagio
Sin embargo, todo lo que ahora leo lo escribió la que era entonces y de la que ahora no conservo demasiados recuerdos. Es curioso que esto lo haya escrito yo. Si, por hacerme la broma, mis amigas la encuadernaran bajo otro nombre y título, la leería pensando a cada paso: qué gracia, en mi tesis yo también escribí sobre esto...
martes, 17 de mayo de 2011
sábado, 23 de abril de 2011
Desempolvar los baúles
Tu tiempo el tiempo que te ha sido dado
el mínimo minuto, el largo año
que cuentas como el oro del tacaño
se fuga hacia un final desdibujado.
Se escapa tu destino sopesado,
no logras detenerte en el peldaño
feliz de aquellas horas, el engaño
de tu memoria se ancla en el pasado,
pero las horas mueren sin excusa
y la ilusión se aleja y la inconclusa
historia de tu vida se resbala
por la pendiente oscura de la tarde.
El tiempo que te hiere es una bala
de fuego que se apaga mientras arde.
jueves, 21 de abril de 2011
Quiasmo
martes, 12 de abril de 2011
Final
Las tesis no se acaban, se dejan.
¿Cuánto te queda?, ¿dos subepígrafes? ¡Pues acaba esta misma tarde!
La filosofía es una actividad masculina, no se puede abstraer tanto sin perder algo de feminidad.
Acaba ya, total, nadie se lo va a leer.
Hay que acabar las cosas con primor. Eso no quiere decir que hay que hacerlo despacio, sino poniendo los cinco sentidos.
En cuanto termines vamos a hacer una barbacoa para celebrar. No hace falta carbón, trae un par de ejemplares y verás qué gusto tendrá el asado.
Depreseta i bé.
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De la conferencia que la escritora Reyes Calderón dio durante el acto de entrega de premios del concurso de Relato Corto de la Universidad...
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Los gansos mordían. Pero, a diferencia de los perros, los gansos daban miedo. Eran seis; cuatro blancos y dos habanos, siempre juntos grazna...
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Poco a poco se van perdiendo las raíces de las palabras y sus acepciones iniciales. Es lo que pasa con la palabra original, que ha quedado c...